Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

—?Cómo?

Los ojos verdes me sometieron a una inspección, esta vez limitada al rostro. Por desgracia, solo fui capaz de mirarle a mi vez con cara de boba, con los ojos abiertos de par en par.

—Es una historia muy complicada—dijo mister George—. Lo mejor será que vayas a la Sala Del Dragón y le pidas a tu tío que te lo explique todo.

Gideon asintió. —De todos modos, ya iba hacia allí. Hasta ahora, mister George. Adiós, Wendy.





?Quien era Wendy?

—Gwendoly —le corrigió mister George, pero Gideon ya había doblado la esquina.

Sus pasos resonaron en la escalera.

—Seguro que tienes un montón de preguntas que hacer —conjeturó mister George—. Intentare responderlas lo mejor que pueda.

Estire las piernas, contenta de poder sentarme al fin. La Sala De Documentos resultó ser un lugar muy agradable, a pesar de que estaba profundamente enterrada en un sótano abovedado y no tenía ventanas. En una chimenea ardía un fuego, y había estanterías y muebles con libros en todas las paredes, así como unos sillones de orejas que parecían muy confortables y el ancho sofá en que estaba sentada en ese momento. Cuando entramos, un hombre joven se levantó de su silla detrás de un escritorio, inclinó la cabeza y abandonó la habitación sin decir palabra.

—?Es mudo ese hombre? —Fue lo primero que me vino a la cabeza preguntar.

—No —contestó Mister George—, pero ha hecho un voto de silencio. No hablara en las próximas cuatro semanas.

—?Y de que servirá eso?

—Es un ritual. Los adeptos deben superar toda una serie de ejercicios antes de ser admitidos en nuestros círculos exteriores. Uno de los objetivos fundamentales de estas pruebas es demostrar que saben callar. —Mister George sonrió—. Debes de encontrarnos realmente extra?os, ?no? Ten, coge la linterna y cuélgatela del cuello.

—?Que me pasará ahora?

—Esperaremos a tu próximo salto en el tiempo.

—?Y cuándo será?

—Oh, nadie puede decirlo exactamente. Es distinto para cada viajero del tiempo. Se dice que tu antepasada Elaine Burghley, la segunda nacida en el Circulo de los Doce, no salto más de cinco veces en toda su vida. Aunque es cierto que murió a los dieciocho a?os de fiebre puerperal. El conde, en cambio, en su juventud saltaba cada pocas horas, de dos a siete veces al día. Ya podrás imaginar lo peligrosa que debió de ser su vida hasta que comprendió por fin la utilidad del cronógrafo. —Mister George se?aló el oleo que había sobre la chimenea, que representaba a un hombre con una peluca rizada blanca—. Es él, por cierto, el conde de Saint Germain.

—?Siete veces al día?

Aquello era espantoso. No podría ir a la escuela ni dormir en paz.

—No te preocupes. Cuando quiera que pase, aterrizarás en esta habitación, donde estarás completamente segura. Solo tendrás que esperar a saltar de vuelta sin moverte de donde estás. Y si por casualidad te encuentras a alguien, ensé?ale este anillo.

Mister George se sacó su anillo de sello del dedo y me lo tendió. Le di la vuelta en la mano y observé el grabado. Era una estrella de doce puntas que llevaba en el centro unas letras afiligranas que se intrincaban las unas con las otras. La inteligente Leslie había acertado de nuevo.

—Mister Whitman, mi profesor de inglés y de historia, tiene uno igual.

—?Eso es una pregunta?

El fuego de la chimenea que se reflejaba en la calva de mister George daba calidez a la escena.

—No.

No hacía falta que me contestara. Como Leslie ya había intuido, no cabía duda de que mister Whitman también era uno de ellos.

—?No hay nada más que quieras saber?

—?Quien es Paul y que paso con Lucy? ?Y de que robo hablaban? ?Y que hizo mi madre en aquella época para que todos estén tan enfadados con ella? —solté de corrido.

—Oh... —Mister George se rascó la cabeza ligeramente azorado—. Bien, por desgracia, a estas preguntas de momento no puedo responderte.

—Lo sabía.

—Gwendolyn, cuando realmente seas nuestro número doce, te lo explicaremos todo, hasta el último detalle. Pero de momento tenemos que ser precavidos. De todos modos responderé encantado a otras preguntas.

Callé.

Mister George suspiró.

—Está bien. Paul es el hermano peque?o de Falk de Villiers. Era, antes de Gideon, el último viajero del tiempo en la línea De Villiers, el número nueve en el Circulo de los Doce. Para empezar, tendrás que contentarte con eso. Si tienes otras preguntas mejor comprometidas...

—?Hay un lavabo aquí?

—Oh, sí, naturalmente. Ahí mismo, al doblar la esquina. Te acompa?aré.

—Puedo ir sola.

—Naturalmente —repitió mister George, pero de todos modos me siguió como una sombra hasta la puerta.

Allí estaba plantado, como un soldado de la guardia de palacio, el hombre de antes, el que había hecho un voto de silencio.