Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

Era imposible que nos encontráramos todavía en la misma casa: tenía la sensación de que habíamos cruzado por lo menos otras tres cuando finalmente mister George se detuvo y llamó a una puerta.

La sala en la que entramos estaba forrada de arriba a abajo de madera oscura, igual que nuestro comedor. También los techos eran de madera oscura, y todo estaba cubierto casi por completo de tallas artísticas, realzadas, en parte, con colores. Los muebles eran igualmente oscuros y macizos. El conjunto debería haber tenido un aspecto sombrío y lúgrube, pero no era así gracias a la luz que entraba a través de las altas ventanas de enfrente y el jardín florido que había fuera. Detrás de un muro, al fondo del jardín, incluso se veía brillar el Támesis bajo la luz resplandeciente del sol.

Pero no solo la vista y la luz animaban el lugar; también las tallas —a pesar de algunas calaveras y figuras aisladas que esbozaban muecas horripilantes— irradiaban una sensación de alegría. Era como si las paredes fueran a cobrar vida en cualquier momento. Leslie hubiera disfrutado como una loca palpando los miles de capullos de rosa que parecían reales, los dise?os arcaicos y las divertidas cabezas de animales y buscando mecanismos secretos. Allí había leones alados, halcones, estrellas, soles y planetas, dragones, unicornios, elfos, hadas, árboles y barcos, representados todos con una impresionante viveza.

Y la figura más imponente de todas era el dragón que parecía flotar sobre nosotros en el techo. Desde la punta de su cola en forma de cu?a hasta la gran cabeza cubierta de escamas, debía de medir al menos siete metros. No podía apartar la mirada de él. ?Qué hermoso era! Estaba tan admirada que casi me olvidé de por qué habíamos venido.

Y de que no estábamos solos en la sala.

Todos los presentes se habían quedado petrificados cuando nos vieron entrar.

—Parece que han surgido complicaciones... —anunció mister George.

Lady Arista, que estaba plantada tiesa como un palo junto a una de las ventanas, exclamó:

—?Grace!, ?no deberías estar en el trabajo? ?Y Gwendolyng en la escuela?

—Nada nos gustaría más, madre —respondió mamá.

Charlotte estaba sentada en un sofá justo debajo de una magnífica sirena con las escamas de la cola finamente talladas y pintadas en todos los tonos de azul y turquesa. Apoyado en la ancha repisa de la chimenea, junto al sofá, se encontraba un hombre vestido con un impecable traje negro que llevaba unas gafas de montura. Incluso su corbata era negra. El hombre nos dirigió una mirada particularmente hosca. Un chiquillo de unos sietes a?os se agarraba a su americana.

—?Grace!

Un hombre alto se levantó detrás de un escritorio. Sus cabellos, grises y ondulados, le caían sobre las anchas espaldas como una cabellera de león. Sus ojos eran de un llamativo color marrón claro, parecidos al ámbar. Su rostro tenía un aire mucho más juvenil de lo que podría deducirse por el color de su cabello, y era uno de esos rostros que se ven una vez y no se olvidan nunca por el grado de fascinación que despiertan. El hombre sonrió dejando al descubierto dos hileras perfectas de dientes regulares.

—Grace, hacía mucho tiempo que no nos veíamos. —Rodeó el escritorio y le tendió la mano a mamá—. No has cambiado nada.

Me quedé estupefacta al ver que mamá se sonrojaba.

—Gracias. Lo mismo puedo decir de ti, Falk.

El hombre rechazó el cumplido con un gesto.

—Mis cabellos han encanecido —replicó.

—Te sientan bien —dijo mamá.

?De que iba todo esto? ?Acaso mamá estaba filtreando con ese tipo?

La sonrisa del hombre se acentuó un poco, y luego su mirada ambarina pasó de mamá a mí, y de nuevo me sentí desagradablemente observada.

Sus ojos eran realmente extra?os, tanto que bien podrían haber sido de un lobo a un felino. El hombre me tendió la mano.

—Soy Falk de Villiers.Y tu debes de ser la hija de Grace, Gwendolyn —su apretón de manos era firme y cordial—. La primera mujer Montrose que conozco que no tiene el pelo rojo.

—He heredado el color de pelo de mi padre —observé tímidamente.

—?Podríamos ir al grano? —espetó el hombre de negro con gafas que estaba al lado de la chimenea.

Falk de Villiers me soltó la mano y me gui?ó un ojo.

—Mi hermana nos ha soltado una historia absolutamente increíble —se?aló la tía Glenda, haciendo un claro esfuerzo por no gritar—. ?Y mister George no ha querido escucharme! Ella afirma que Gwendolyng, nada menos que Gwendolyng, ya ha saltado tres veces en el tiempo. Y como sabe muy bien que no puede demostrarlo, también se ha sacado de la manga un cuento para explicar por que no coincide la fecha de nacimiento de su hija. Me gustaría recordar lo que pasó hace diecisiete a?os y el papel nada glorioso que Grace desempe?ó entonces. No me extra?a que ahora, cuando falta tan poco para alcanzar el objetivo, aparezca aquí para sabotear nuestros planes.

Lady Arista abandonó su puesto junto a la ventana y se acercó.