Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

—He olvidado el apellido de la comadrona—dijo mamá rápidamente—. Solo sé que se llamaba Dawn, pero eso no tiene la menor importancia ahora.

—Claro—espetó tía Glenda—. En tu lugar, yo hubiera dicho lo mismo.

—Seguro que tenemos el nombre y la dirección de la comadrona en nuestros archivos. —Mister George se volvió hacia mistress Jenkins—. Es importante que los localicemos.

—No es necesario—replicó mamá—. Puede dejar en paz a esa pobre mujer. Se limitó a aceptar un poco de dinero de nuestra parte.

—Solo queremos hacerle un par de preguntas—aclaró mister George—. Por favor, mistress Jenkins, trate de averiguar dónde vive en la actualidad.

—Enseguida me ocupo—dijo mistress Jenkins, y volvió a desaparecer por la puerta lateral.

—?Quién más está informado de esto? —preguntó mister George.

—Solo mi marido lo sabía—replicó mamá en un tono desafiante y triunfal al mismo tiempo—. Y a él ya no pueden someterle a ningún interrogatorio, porque, por desgracia, hace tiempo que falleció.

—Lo sé. Fue leucemia, ?verdad? Una tragedia—observó mister George, y empezó a pasear de un lado a otro de la habitación—. ?Cuándo empezó, me ha dicho?

—Ayer—respondí yo.

—Tres veces en las últimas veinte horas—repuso mamá—. Temo por ella.

—?Tres veces ya! —mister George se detuvo en seco—. ?Y cuándo fue la última vez?

—Creo que hace más o menos una hora—dije.

Desde que los acontecimientos habían empezado a precipitarse, había perdido la noción del tiempo.

—Entonces supongo que tenemos un poco de margen para prepararnos.

—?No comprendo cómo puede creer algo así! —espetó la tía Glenda—. ?Mister George! Usted conoce a mi hija. Y ahora mire a esta ni?a y compárela con mi Charlotte. ?En serio cree que ante usted se encuentra el número doce? “Rojo Rubí con la magia del cuervo dotado, sol mayor cierra el círculo que los doce han formado.” ?Lo cree de verdad?

—Es una posibilidad que no hay por qué descartar de entrada—repuso mister George—. Por más que sus motivos me parezcan más que cuestionables, mistress Shepherd.

—Ese es su problema—contestó mamá fríamente.

—Si hubiera querido proteger realmente a su hija, no la habría dejado en la ignorancia durante todos estos a?os. Saltar en el tiempo sin ninguna preparación es muy peligroso.

Mamá se mordió los labios.

—Confiaba en que fuera Charlotte la que…

—?Pero si es ella! —gritó la tía Glenda—. Desde hace dos días tiene síntomas clarísimos. Puede pasar en cualquier momento, tal vez esté pasando ahora, mientras perdemos el tiempo aquí escuchando las historias sin pies ni cabeza de mi celosa hermana menor.

—Para variar, podrías usar el cerebro, Glenda, aunque solo sea por una vez—replicó mamá, que de pronto parecía cansada—. ?Para qué íbamos a inventarnos todo esto? ?Quién iba a hacer algo así a su hija voluntariamente, aparte de ti?

—Insisto en que… —La tía Glenda dejó la frase en el aire, dejándonos sin saber sobre qué insistía—. Todo esto acabará por revelarse como un vil enga?o—continuó sin inmutarse—. Ya se produjo un sabotaje en el pasado, y usted, mister George, sabe muy bien adónde nos condujo. Y ahora que falta tan poco para alcanzar el objetivo, no podemos permitirnos ningún fiasco.

—Creo que no somos nosotros quienes debemos decidir sobre eso—repuso mister George—. Sígame, por favor, mistress Shepherd. Y tú también, Gwendolyn. —Y a?adió con una sonrisita socarrona—: No tengan miedo, los pseudocientíficos obsesionados con el esoterismo y los fanáticos manipuladores de secretos no muerden.





Tiempo voraz, embótale al león la garra

Y haz que la propia tierra sus crías embeba,

al fiero tigre descolmilla y desquijarra

y sepulta en su sangre a la fénix longeva.



William Shakespeare, Soneto XIX





7


Mister George nos condujo a través de una escalera y un largo corredor que formaba varios recodos de cuarenta y cinco grados, interrumpido de vez en cuando por unos pocos escalones que subían o bajaban. La vista desde las pocas ventanas que encontrábamos a nuestro paso era siempre distinta: variaba de un gran jardín a un edificio o a un patio interior. Así recorrimos un trayecto interminablemente largo, en el que se alternaban el parquet y los suelos de mosaico, que pasaba junto a un montón de puertas cerradas, sillas colocadas en filas inacabables junto a las paredes, óleos enmarcados, armarios llenos de libros encuadernados en cuero y figuras de porcelana, estatuas y armaduras. Era como si camináramos por un museo.

La tía Glenda lanzaba todo el rato miradas venenosas a su hermana, que, por su parte la ignoraba lo mejor que podía. Mamá estaba pálida y parecía terriblemente tensa. Estuve tentada de darle la mano, pero la tía Glenda se habría dado cuenta del miedo que tenía, y eso era lo último que deseaba.