Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

—Tiene razón —le apoyó la tía Glenda.

—Propongo la Sala de Documentos —se?aló mister George—. Allí, Gwendolyn estaría segura, y a su vuelta podríamos registrarla enseguida en el cronógrafo.

—?Pues yo no permitiría que se acercara al cronógrafo! —dijo el doctor White.

—Por Dios, Jake, creo que ya es suficiente —dijo mister De Villiers—. ?Es solo una muchacha! ?Crees que lleva oculta una bomba debajo del uniforme escolar?

—La otra también era solo una muchacha —repuso el doctor White con desdén.

Mister De Villiers se volvió hacia Mister George en se?al de aprobación.

—Lo haremos como has propuesto. Encargarte de ello.

—Ven, Gwendolyn —me indicó mister George.

Pero no me moví de donde estaba.

—?Mamá?

—Todo irá bien cari?o, te esperare aquí —me dijo esforzándose en sonreír.

Miré a Charlotte. Seguía con la mirada fija en el suelo. La tía Glenda había cerrado los ojos y se había inclinado hacia atrás en el sofá con aire resignado. Parecía como si también a ella le hubiera dado un fuerte dolor en la cabeza. Mi abuela, en cambio, me miraba fijamente, como si me viera por primera vez. Y es muy posible que en efecto fuera así.

El chiquillo volvió a asomar la cabeza por detrás de la chaqueta del doctor White. Pobre criatura. El viejo cascarrabias no había hablado con él ni una sola vez, y lo trataba como si no estuviera presente.

—Hasta luego, cari?o —dijo mamá.

Mister George me cogió del brazo y me dirigió una sonrisa alentadora. De algún modo, aquel hombre me gustaba. Tímidamente, se la devolví. En todo caso, era la persona más amable de todas las que se encontraban allí. Y la única que parecía creernos.

De todas maneras, no me hacía ninguna gracia dejar a mi madre sola. Cuando se cerró la puerta detrás de nosotros y nos encontramos en el corredor, me entraron ganas de ponerme a gritar: ??Quiero quedarme con mi madre!?, pero me contuve.

Mister George me soltó el brazo y me precedió, primero recorriendo en sentido inverso el camino por donde había llegado, y luego, después de cruzar una puerta, a través de un corredor más amplio, bajando unas escaleras y cruzando una nueva puerta que daba a un nuevo corredor. Aquello era un auténtico laberinto. Aunque seguramente unas teas de pez hubieran encajado mejor con el estilo de la edificación, los corredores estaban iluminados con lámparas modernas que daban casi tanta luz como si fuera de día.

—Al principio resulta desconcertante, pero al cabo de un tiempo acabas familiarizándote con el lugar —observó mister George.

Bajamos de nuevo, esta vez por una escalera de caracol de piedra de muchos pelda?os que se enroscaba interminablemente en el suelo y parecía no tener final.

—Los caballeros del Temple erigieron este edificio en el siglo XII. Antes habían estado aquí romanos, y antes de ellos, los celtas. Para todos fue un lugar sagrado, y eso no ha cambiado hasta el día de hoy. Uno puede sentir en cada centímetro cuadrado de este sitio que tiene algo especial, ?no te parece? Como si de este pedazo de tierra surgiera una fuerza extraordinaria.

Yo no sentía nada parecido. Al contrario, me sentía más bien apática y cansada: echaba en falta las horas de sue?o que había perdido las últimas noches.

Al girar bruscamente a la derecha al final de las escaleras, nos tropezamos con un joven con el que estuvimos a punto de chocar.

—?Cuidado! —gritó mister George.

—Mister George.

El joven tenía unos cabellos oscuros y rizados que le llegaban casi hasta los hombros y unos ojos verdes tan luminosos que pensé que debía de llevar lentes de contacto. Aunque no lo había visto antes, ni su cabello ni sus ojos, enseguida lo reconocí. También el timbre de su voz era inconfundible. Era el hombre que había visto en mi último viaje en el tiempo.

Para ser precisos, el joven al que había besado mi doble mientras yo, detrás de la cortina, no podía dar crédito a lo que veían mis ojos.

No podía hacer otra cosa que mirarle fijamente boquiabierta. Visto de frente y sin peluca, era mil veces más guapo. Olvidé por completo que a Leslie y a mí no nos gustaban los chicos con el pelo largo. (Leslie opinaba que los chicos se dejaban crecer el pelo para poder ocultar mejor sus orejas de soplillo.)

El joven me miró a su vez, bastante desconcertado, me examinó brevemente y luego dirigió una mirada interrogativa a mister George.

—Gideon, esta es Gwendolyn Sheperd —dijo mister George con un ligero suspiro—. Gwendolyn, este es Gideon de Villiers.

Gideon de Villiers. El jugador de polo. El otro viajero del tiempo.

—Hola—dijo cortésmente.

—Hola.

?Por que de pronto mi voz había enronquecido?

—Creo que ustedes dos ya tendrán tiempo de conocerse mejor. —Mister George rió nerviosamente—. Es posible que Gwendolyn sea nuestra nueva Charlotte.