—Aún no las hemos acabado —repuso Leslie—. Antes queremos ver Shakespeare in love en DVD.
—Puedes leer mi redacción, si quieres —intervino una profunda voz de bajo, y la cabeza de Gordon Gellerman apareció al otro lado del tronco—. Lo he cogido todo de Wikipedia.
—También puedo consultar yo en Wikipedia —replicó Cynthia.
Sonó el timbre para volver a clase.
—Doble sesión de inglés —gimió Gordon—. Un castigo para cualquiera. Pero a Cynthia ya se le cae la baba pensando en el príncipe Charming.
—Cierra el pico, Gordon.
Pero era del todo sabido que Gordon jamás cerraba el pico.
—No sé por qué todo el mundo encuentra tan genial a mister Whitman. Salta a la vista que ese tipo es marica.
—?Tú estás loco! —le espetó Cynthia levantándose indignada.
—Ya lo creo es marica.
Gordon siguió a Cynthia hacia la entrada. Seguro que le estaría dando la lata con esa historia hasta el segundo piso sin parar a coger aire ni una sola vez.
Leslie puso los ojos en blanco.
—?Ven! —exclamó, y me alargó la mano para ayudarme a levantarme del barco—. Vamos a ver a la ardilla príncipe Charming.
Alcanzamos a Cynthia y a Gordon en la escalera que subía al segundo piso. Seguían hablando de mister Whitman.
—No hay más que ver ese anillo con un sello que lleva en el dedo —dijo Gordon—. Eso solo puede ponérselo un marica.
—Mi abuelo también llevaba siempre un anillo de sello —prepuse yo, aunque en realidad no me apetecía mezclarme en la conversación.
—Entonces tu abuelo también es marica —concluyó Gordon.
—Lo que pasa es que estás celoso —replicó Cynthia.
—?Yo, celoso? ?De ese blandengue?
—Sí. Celoso. Porque, sencillamente, mister Whitman es el heterosexual más atractivo, varonil e inteligente que puede haber. Y porque a su lado tú no eres más que un ni?ato esmirriado.
—Muchas gracias por el cumplido —dijo mister Whitman, que había aparecido por sorpresa detrás de nosotros con un montón de hojas bajo el brazo y tan arrebatadoramente guapo como siempre. (Aunque seguía pareciéndose un poco a una ardilla.) Cynthia se puso tan roja que parecía que iba a estallar. Realmente, esa chica me daba pena.
Gordon sonrió divertido al verla.
—En cuanto a ti, querido Gordon, tal vez deberías investigar un poco sobre los anillos con sellos y sus portadores —le aconsejó mister Whitman—. Me gustaría que la próxima semana me trajeras una redacción sobre el tema.
Ahora fue Gordon el que se sonrojó. Pero, a diferencia de Cynthia, no perdió el habla.
—?Para inglés o para historia? —balbució.
—Sería interesante que resaltaras los aspectos históricos, pero doy carta blanca para que decidas tú mismo. ?Digamos seis páginas para el próximo lunes? —Mister Whitman abrió la puerta de nuestra clase y nos dirigió una sonrisa radiante—. Adelante, por favor.
—Le odio —murmuró Gordon mientras se dirigía a su asiento.
Leslie le dio unas palmaditas de consuelo en el hombro.
—Creo que el sentimiento es mutuo.
—Por favor, decidme que solo estaba so?ando —dijo Cynthia.
—Estabas so?ando —la complací—. En realidad, mister Whitman no ha oído ni una palabra sobre que le consideras el hombre más sexy del mundo.
Cynthia se dejó caer en su silla gimiendo.
—?Tierra, trágame!
Me senté en mi sitio junto a Leslie.
—La pobre aún sigue roja como un tomate.
—Sí, y creo que seguirá como un tomate hasta el final de curso.
—La verdad es que ha sido francamente penoso.
—A lo mejor a partir de ahora mister Whitman le pone mejores notas…
Mister Whitman miraba hacia el asiento de Charlotte con aire pensativo.
—Mister Whitman, Charlotte está enferma —dije—. No sé si mi tía ha llamado a secretaría…
—Tiene diarrea —me interrumpió Cynthia, que por lo vito tenía una necesidad imperiosa de no ser la única en sentirse ridícula.
—Charlotte está disculpada —repuso mister Whitman—. Probablemente faltará unos días. Hasta que todo… se haya normalizado. —Se volvió y escribió ?El soneto? con tiza en la pizarra—. ?Alguien sabe cuántos sonetos escribió Shakespeare?
—?Qué ha querido decir con eso de ?normalizarse?? —le susurré a Leslie.
—En cualquier caso, no me ha dado la sensación de que estuviera hablando de la diarrea de Charlotte —respondió también en un susurro.
—A mí tampoco.
—?Algún vez has visto de cerca su anillo? —susurró Leslie.
—No, ?tú sí?
—Tiene una estrella encima. ?Una estrella de doce puntas!
—?Y qué?
—Doce puntas, Como un reloj.
—Un reloj no tiene puntas.
Leslie puso los ojos en blanco.
—?No hay nada que te llame la atención? ?Doce! ?Horas! ?Tiempo! ?Viajes en el tiempo! Te apuesto lo que quieras a que… ?Gwen?
—?Oh, mierda! —exclamé.
Otra vez las monta?as de risa en el estómago.
Leslie me miró espantada.