El picaporte bajó. Salí corriendo hacia el armario empotrado, abrí la puerta de un tirón y la volví a cerrar justo en el momento en que la puerta de la habitación de Nick se abría.
—Sencillamente, no entiendo por qué mi manta raspa tanto mientras que la de Mary es tan suave —masculló la voz de Clarisse—. Aquí todo es tan injusto… Bianca puede viajar al campo con lady Montrose, mientras que nosotras tenemos que quedarnos todo el verano en esta ciudad asfixiante.
—Tendrías que tratar de quejarte un poco menos, Clarisse.
No podía sino dar la razón a la otra mujer. Esta Clarisse era realmente una quejica insoportable.
Oí cómo las dos bajaban la escalera y respiré aliviada. Me había salvado por los pelos. Tenía suerte de conocer bien el lugar. Pero ?qué debía hacer ahora? ?Esperar sencillamente en el armario hasta que volviera a saltar de vuelta? Probablemente sería lo más seguro. Suspiré y crucé los brazos sobre el pecho.
Detrás de mí, en la oscuridad, alguien gimió.
Me quedé paralizada del susto. ?Qué demonios era aquello?
—Clarisse, ?eres tú? —preguntaron desde el estante de ropa. Era una voz de hombre—. ?Me he dormido?
?Dios mío! Realmente, alguien dormía en el armario. Pero ?qué clase de costumbres tenía esa gente?
—?Clarisse? ?Mary? ?Quién está ahí? —preguntó la voz, bastante despabilada.
Se oyeron ruidos en la oscuridad y una mano me palpó la espalda. Antes de que pudiera sujetarme, abrí la puerta del armario y huí.
—?Alto! ?No se mueva!
Eché una ojeada y vi que un hombre joven vestido con una larga camisa blanca había saltado desde dentro del armario e iba tras de mí.
Corrí escaleras abajo. ?Dónde demonios iba a esconderme ahora? Los pasos del dormilón del armario resonaban en mi espalda, y, mientras me perseguía, el hombre no paraba de bramar:
—?Detened al ladrón!
?Ladrón? ?No debí haber oído bien! ?Qué se suponía que le había robado? ?Su gorro de dormir, tal vez?
Por suerte, podía bajar la escalera incluso con los ojos cerrados. Conocía de memoria cada uno de los escalones. Bajé dos pisos a la velocidad de la luz, pasando junto al retrato del tatarabuelo Hugh, que dejé a la izquierda con cierto pesar porque la puerta secreta me hubiera ido de maravilla para salir de esta condenada situación; pero el mecanismo siempre se encallaba un poco, y en el tiempo que hubiera tardado en abrir la puerta, el hombre del camisón me habría atrapado. No, necesitaba un escondite mejor.
En el primer piso casi atropellé a una chica tocada con una cofia que cargaba con una gran jarra. La mujer lanzó un chillido cuando pasé corriendo a toda velocidad a su lado y —como en las películas— dejó caer la jarra. Un líquido mezclado con fragmentos de cerámica restalló contra el suelo. Estaba que mi perseguidor —también como en el cine— resbalara en él, aunque eso solo le retrasaría un poco.
Aproveché la ventaja para correr escalera abajo hacia la tribuna de la orquesta, abrí de un tirón la puerta del trastero que había bajo la escalera y me acurruqué allí dentro. Como en mi época, estaba lleno de polvo y desordenado, y había un montón de telara?as. A través de las rendijas entre los pelda?os penetraba un poco de luz, la suficiente para ver, al menos, que nadie dormía en el cuarto. Igual que en nuestra casa, el espacio estaba repleto de trastos hasta el último rincón.
Sobre mí, oí voces que discutían. El hombre del camisón hablaba con la pobre chica que había dejado caer la jarra.
—?Seguramente es una ladrona! Nunca la había visto antes en la casa.
Otras voces se a?adieron a las de ellos dos.
—Ha corrido hacia abajo. Tal vez haya más gente de la banda dentro.
—No he podido hacer nada, mistress Mason. Esa ladrona se me ha echado encima de repente. Seguramente estaban buscando las joyas de milady.
—Yo no me he cruzado con nadie en la escalera, de modo que tiene que estar en algún sitio por aquí. Cerrad la puerta de la casa y registradlo todo —ordenó una enérgica voz de mujer—. Y usted, Walter, vaya ahora mismo arriba y échese algo encima. Sus pantorrillas peludas no son precisamente un espectáculo agradable de contemplar a estas horas de la ma?ana.
?Ay, Dios! De ni?a me había escondido allí un montón de veces, pero nunca había tenido tanto miedo como ahora de que pudieran encontrarme.
Procurando no hacer ningún ruido, me deslicé con mucho cuidado hacia el fondo del cuartucho. Mientras me arrastraba hacia atrás, una ara?a enorme me corrió por el brazo y estuve a punto de lanzar un chillido.
—Lester, mister Jenkins y Tott, vosotros registraréis la planta baja y las habitaciones del sótano. Mary y yo nos encargaremos del primer piso. Clarisse vigilará la puerta posterior, y Helen, la entrada principal.
—?Y si trata de escapar por la cocina?
—Para eso tendría que pasar junto a mistress Crane y sus sartenes de hierro. Mirad en los trasteros bajo la escalera y detrás de todas las cortinas.