Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

Estaba perdida.

?Maldita sea! ?Todo esto era absolutamente… surrealista! Ahí estaba yo acurrucada sobre un trastero, en pijamas, entre ara?as, muebles polvorientos y yo que sé qué más —ayyy… ?esa sombra podía ser realmente un cocodrilo disecado?—, esperando a que me detuvieran por intento de robo. Y todo solo porque algo había funcionado mal e Isaac Newton se había equivocado en sus cálculos.

Empecé a llorar de pura rabia e impotencia. Tal vez esa gente tuviera compasión de mí si me encontraban así. En la penumbra, los relucientes ojos de vidrio me miraban burlonamente. Ahora se oían pasos por todas partes. Me cayó polvo de los escalones en los ojos.

Y entonces volví a sentir el tirón en el estómago. Nunca me había alegrado tanto de notarlo como en ese instante. El cocodrilo se difuminó ante mis ojos, y luego todo dio vueltas a mi alrededor y volvió el silencio. Y la oscuridad.

Respiré hondo. No había motivo para que me entrara el pánico. Seguramente había vuelto a saltar en el tiempo y me encontraba en el trastero de la escalera en mi época, donde también había ara?as enormes, por cierto.

Algo me acarició la cara con mucha suavidad. ?Muy bien, adelante con el pánico! Empecé a mover violentamente los brazos en todas direcciones y a dar tirones con las piernas, que me habían quedado atrapadas bajo una cómoda. Se oyó un traqueteo, las planchas del suelo crujieron y una vieja lámpara se estrelló contra el suelo. Supuse que era la lámpara, porque no podía ver nada. Pero pude liberarme. Aliviada, me acerqué a tientas a la puerta y salí arrastrándome de mi escondite. Fuera del trastero también estaba oscuro, pero pude reconocer los contornos de la barandilla, las altas ventanas y el brillo de las ara?as del techo.

Y a una figura que venía hacia mí. El rayo de luz de una linterna de bolsillo me cegó.

Abrí la boca para gritar, pero no conseguí emitir ningún sonido.

—?Buscaba algo concreto en el trastero, miss Gwendolyn? —me preguntó la figura. Era mister Bernhard—. La ayudaré encantado a encontrar lo que necesite.

—Hummm… yo… —Se me había hecho un nudo en la garganta y apenas podía respirar—. ?Qué hace usted aquí abajo? —contraataqué.

—Oí ruido —repuso mister Bernhard digno—. La veo un poco… polvorienta.

—Sí.

Polvorienta, rasgu?ada y llorosa. Me sequé furtivamente las lágrimas de las mejillas.

Mister Bernhard me observó a la luz de la linterna con sus ojos de lechuza y le sostuve la mirada sin pesta?ear. Al fin y al cabo, no estaba prohibido meterse en un trastero de noche, ?no? Y el motivo que había tenido para hacerlo no era de su incumbencia.

?Es que aquel hombre dormía con las gafas puestas?

—Aún quedan dos horas para que suene el despertador —se?aló finalmente—. Propongo que las pase en su cama. Yo también me iré a descansar un poco. Buenas noches.

—Buenas noches, mister Bernhard —dije.





De los Anales de los Vigilantes





12 de julio de 1851


A pesar del registro concienzudo efectuado en la vivienda de lord Horatio Montrose (Círculo Interior) en Bourdon Place, la ladrona que había sido sorprendida en el interior de la casa a primera hora de la ma?ana no pudo ser localizada.

Probablemente escapó por una de las ventanas del jardín.

El ama de llaves, mistress Mason, presentó una lista con los objetos sustraídos: cubiertos de plata y valiosas joyas de lady Montrose, entre las que se encontraba un collar obsequio del duque de Wellington a la madre de lord Montrose.

Lady Montrose se encuentra en estos momentos en el campo.





5


Pareces hecha polvo —me susurró Leslie durante el descanso en el patio de la escuela.

—Sí, la verdad es que me siento fatal.

Leslie me dio unas palmaditas en el brazo.

—Pero te quedan bien las ojeras —dijo tratando de animarme—. Así tus ojos parecen aún más azules.

No puede evitar sonreír al oírla. Realmente, Leslie era un encanto. Las dos estábamos sentadas en el barco bajo el casta?o, y solo podíamos susurrar porque detrás de nosotros estaba sentada Cynthia Dale con una amiga y a su lado Gordon Gelderman-Oso Gru?ón que hablaba de fútbol con otros compa?eros. Ya me encontraban bastante rara sin necesidad de eso.

—?Ay, Gwen, deberías haber hablado con tu madre!

—Leslie, ya me lo has dicho al menos cincuenta veces.

—Y te lo repito, porque es verdad. ?Realmente, no entiendo por qué no lo has hecho!

—Porque… Bueno, para ser sincera, yo tampoco lo entiendo.