—Ya te he dicho que nadie te re?irá.
—?Pero si hoy no es miércoles! —replicó Nick.
—De todos modos, se han ido.
—Guay.
Cuando estaban lady Arista, Charlotte y la tía Glenda, la cena se convertía siempre en un acontecimiento más viene estresante. Lady Arista se dedicaba sobre todo a criticar los modales en la mesa de Caroline y Nick (a veces también los de la tía Maddy), la tía Glenda preguntaba todo el rato por mis notas en la escuela para luego compararlas con las de Charlotte, y Charlotte sonreía como la Mona Lisa y decía ?Eso no es de tu incumbencia? cuando alguien le preguntaba algo.
Bien mirado, hubiéramos podido renunciar perfectamente a esas reuniones vespertinas, pero la abuela insistía en que todo el mundo participara en ellas. Solo si tenías una enfermedad infecciosa estabas disculpado.
Mistress Brompton, que venía a casa de lunes a viernes, preparaba la comida y también se encargaba de limpiar los plastos. (Los fines de semana cocinaba la tía Glenda o bien mamá. Para desgracia mía y de Nick, nunca se encargaban pizzas o comida china.)
Los miércoles —el día en que lady Arista, la tía Glenda y Charlotte estaban más ocupadas con sus misterios— la cena era mucho más relajada, por lo que a todos nos pareció fantástico que, aunque fuera lunes, reinaran las condiciones de los miércoles. No es que aprovecháramos la ocasión para sorber, masticar ruidosamente o eructar, pero nos atrevíamos a interrumpirnos, a poner los codos sobre la mesa y a tocar temas que lady Arista consideraba inapropiados.
Los camaleones, por ejemplo.
—?Te gustan los camaleones, tía Maddy? ?No te gustaría tener uno? ?Uno muy manso?
—Bueno, hummm… En fin ahora que lo dices, me doy cuenta de que en realidad siempre he querido tener un camaleón —balbució la tía abuela Maddy mientras se servía un montón de patatas al romero—. Decididamente, sí.
Caroline estaba radiante.
—Pues quizá pronto tu deseo se haga realidad.
—?Han dicho algo lady Arista y Glenda? —preguntó mamá.
—Tu madre ha llamado por la tarde para decir que no estarían para cenar —respondió la tía Maddy—. En nombre de todos le he expresado nuestro gran pesar por la noticia; espero que os parezca bien.
—Oh, claro —convino Nick soltando una risita.
—?Ya Charlotte? ?Ya ha…? —preguntó mamá.
—Hasta ahora no, supongo. —La tía Maddy se encogió de hombros—. Pero esperan que pase en cualquier momento. La pobre chica tiene vértigos constantemente y ahora, además, padece migra?as.
—Realmente, es digna de lástima —dijo mamá, y después de dejar su tenedor a un lado se quedó embobada mirando el artesonado oscuro de nuestro comedor, el cual a veces me hacía pensar que alguien había confundido las paredes con el suelo y las había forrado con parquet.
—?Y qué pasa si al final Charlotte no da el salto en el tiempo? —pregunté.
—?Tarde o temprano llegará! —afirmó Nick, imitando la voz solemne de la abuela.
Todos, excepto mamá y yo, rieron.
—Pero ?y si no pasa? ?Y si se han equivocado y en realidad Charlotte no tiene el gen? —pregunté.
Esta vez Nick imitó a la tía Glenda:
—Ya de bebé podía verse que Charlotte había nacido para hacer grandes cosas. Ella no puede compararse con unos chicos normales como vosotros.
De nuevo volvieron a reír todos, excepto mamá.
—?Se puede saber cómo se te ha ocurrido eso, Gwendolyn? —me preguntó.
—Bueno, solo era una idea… —conjeturé.
—Ya te he explicado que es imposible que haya ningún error —contó la tía abuela Maddy.
—Sí, porque Isaac Newton era un genio que nunca podría haberse equivocado, lo sé —dije—. De hecho, ?por qué calculó Newton la fecha de nacimiento de Charlotte?
—?Tía Maddy!
Mamá dirigió una mirada cargada de reproche a mi tía abuela que chaqueó la lengua y replicó:
—No paraba de hacer preguntas. ?Qué querías que hiciera? Es exactamente como cuando tú eras peque?a, Grace. Además, me prometió que no diría ni una palabra de nuestra conversación.
—Sólo a la abuela —puntualicé—. ?Y también fue Isaac Newton el que inventó ese cronógrafo?
—Chivata —masculló la tea abuela Maddy—. No pienso explicarte nada más.
—?Qué es eso del cronógrafo? —preguntó Nick.
—Es una máquina del tiempo con la que enviarán a Charlotte al pasado —le expliqué—. Y la sangre de Charlotte es, por así decirlo, el carburante para la máquina.
—Bestial —exclamó Nick.
—?Ay, sangre! —chilló Caroline.
—?También se puede viajar al futuro con ese cronógrafo? —preguntó Nick.
Mamá lanzó un gemido.
—Mira la que has montado, tía Maddy.
—Son tus hijos, Grace —dijo la tía abuela Maddy sonriendo—. Es normal que quieran estar al corriente.
—Si, supongo que si. —Mamá nos miró uno a uno—. Pero no tenéis que hacerle nunca estas preguntas a vuestra abuela, ?me oís? —nos advirtió.