Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

Menudo asco.

Leslie tenía razón: no tenía ningún motivo para pensar que mamá no me creería. Ella siempre había escuchado con debida seriedad mis ?historias de fantasmas?, y siempre había podido acudir a ella cuando algo me asustaba.

Cuando aún vivíamos en Durham, durante tres meses me había perseguido el fantasma de un diablo que en realidad tendría que haberse limitado a hacer de gárgola en el tejado de la catedral. Se llamaba Asrael , y era una mezcla de hombre, gato y águila. Cuando Asrael se dio cuenta de que podía verlo, se quedó tan encantado de poder hablar por fin con alguien que empezó a seguirme, corriendo o volando, a todas partes, charlando sin parar, y por las noches incluso quería dormir en mi cama. Después de que hubiera superado mi miedo inicial —como todas las gárgolas, Asrael tenía un aspecto bastante horripilante—, nos habíamos ido haciendo amigos poco a poco. Por desgracia, Asrael no pudo trasladarse de Durham a Londres, y yo lo seguía echando en falta. Los pocos demonios gárgola que había visto aquí en Londres eran seres más bien antipáticos; hasta el momento, no había podido encontrar a ninguno que le llegara a la suela del zapato.

Si mamá se había creído lo de Asrael, seguramente también se creería lo del viaje en el tiempo. Esperé a un momento oportuno para hablar con ella. Pero, por una u otra cosa, el momento oportuno no acababa de presentarse. En cuanto llegó del trabajo, mamá se puso a discutir con Caroline, porque mi hermana se había ofrecido voluntaria para cuidar del terrario de la clase durante las vacaciones de verano, incluida la mascota de la clase, un camaleón llamado Mister Bean. Aunque aún faltaban varios meses para las vacaciones, por lo visto, aquella discusión no podía aplazarse.

—?No puedes quedarte con mister Bean, Caroline! Sabes muy bien que tu abuela no quiere animales en casa —le advirtió mamá—. Y la tía Glenda es alérgica.

—Pero mister Bean no tiene pelo —repuso Caroline—. Y se queda todo el tiempo en su terrario. No molesta a nadie.

—?Molesta a tu abuela!

—Entonces es que mi abuela es tonta.

—?Caroline, no puede ser! aquí nadie tiene idea de cómo cuidar a un camaleón. ?Imagínate que hiciéramos algo mal y mister Bean se pusiera enfermo y se muriera!

—No se moriría. Yo sé como hay que cuidarlo. ?Por favor, mami! ?Deja que lo traiga! Si no lo cojo yo, se lo volverá a llevar Tess, y luego siempre hace como si ella fuera la preferida de mister Bean.

—?Caroline, he dicho que no!

Un cuarto de hora más tarde aún discutían, y la discusión continuó incluso después de que mamá fuera al cuarto de ba?o y cerrara la puerta. Caroline se plantó delante y gritó:

—Lady arista no tendría por qué enterarse. Podríamos entrar el terrario a escondidas cuando no esté. Además, ella no entra prácticamente nunca en mi habitación.

—?Es que en esta casa una no se puede estar tranquila ni en el váter? —replicó mamá.

—No —contestó Caroline.

Mi hermana podía ponerse realmente inaguantable cuando quería. De hecho, no paró de dar la lata hasta que mamá prometió que intercedería, personalmente, ante Lady Arista para que mister Bean pudiera quedarse en casa durante las vacaciones.

Aproveché el tiempo en que Caroline y mamá discutían para quitarle a mi hermano tozos de chicle del pelo en la habitación de costura. Nick tenía un buen pegote enganchado a los cabellos, y sin embargo no recordaba como había ido a parar hasta allí.

—?Como es posible que no te hayas fijado! —exclamé—. Lo siento pero tendré que cortarte unos cuantos mechones.

—No importa —repuso Nick—. También puedes cortar los otros. Lady Arista ha dicho que parezco una ni?a.

—Para lady Arista cualquiera que lleve el cabello más largo que una cerilla parece una ni?a. Sería una pena cortar unos rizos tan bonitos.

—Volverán a crecer. Córtalos todos, ?vale?

—No puedo con unas tijeras de las u?as. Para eso tendrías que ir al peluquero.

—Tú puedes hacerlo —dijo Nick, confiando en mis habilidades.

Por lo visto había olvidado por completo que ya le había cortado el pelo con unas tijeras de las u?as y que él había acabado pareciéndose a una cría de buitre recién nacida. Entonces yo tenía siete a?os y el cuatro, y necesitaba sus rizos porque necesitaba hacerme una peluca con ellos, pero no salió bien. Aquella intentona me costó un día sin salir de casa.

—Ni se te ocurra —me advirtió mamá, entrando en la habitación, y cogiéndome las tijeras de la mano para mayor seguridad—. En todo caso, se lo cortará el peluquero ma?ana. Ahora tenemos que bajar a cenar.

Nick lanzó un gemido.

—?No te preocupes, hoy lady Arista no está! —le dije sonriendo—. Nadie te criticará por el chicle. O por la mancha en el jersey.

—?Qué mancha? —Nick miró hacia abajo—. Jo, debe de ser zumo de granada. No me he dado cuenta.

El pobre ni?o había salido clavado a mí.