Una ráfaga de viento hizo que me estremeciera. Hacía un frío terrible. Parecía que en cualquier momento fuera a ponerse a nevar. “Hola, me llamo Gwendolyn y vengo del futuro, como demostración, puedo ense?arles esta cremallera. Apuesto a que aún ni se ha inventado ?no es verdad? Igual que los Jumbos, la televisión, las neveras..."
Al menos podía intentarlo. Respiré hondo y me dirigí hacia la puerta. Los escalones me resultaban extra?amente familiares y diferentes al mismo tiempo. Instintivamente alargué la mano para pulsar el botón del timbre. No había ninguno. Por lo visto, los timbres eléctricos aun no se habían inventado. Por desgracia, aquello tampoco me daba ninguna pista sobre el a?o en que me encontraba. Ni siquiera sabía cuando habían inventado la corriente eléctrica. ?Antes o después de los barcos de vapor? ?Nos lo habían explicado en la escuela? Si lo habían hecho, por desgracia, no podía recordarlo.
Encontré un pomo que colgaba de una cadena, parecido al antiguo tirador del anticuado valer de casa de Leslie. Tiré enérgicamente y oí sonar una campana detrás de la puerta.
?Ay, dios! probablemente abriría algún miembro del servicio. ?Qué podía decir para que me llevara ante la presencia de algún familiar? ?Tal vez aún vivía el tatatatarabuelo Hugo? o vivía ya. O lo que fuera. Sencillamente preguntaría por él. O por Fat Annie.
Oí unos pasos que se acercaban y me armé de valor. Pero ya no pude ver quien abría la puerta, porque en ese instante volví a sentir un tirón en los pies que me lanzó a través del tiempo y el espació y luego me escupió de nuevo. Me encontraba otra vez sobre la alfombrilla de la puerta de casa.
Me puse de pie de un salto y miré a mí alrededor. Todo se veía como antes, cuando había salido a comprar caramelos de limón para la tía Maddy. Las casas, los coches, e incluso la lluvia.
El hombre de negro en la entrada del número 18 me miraba fijamente. —No eres tú el único asombrado —murmuré.
?Cuanto tiempo había estado fuera? ?Había visto el hombre de negro como desaparecía en la esquina y volvía a parecer sobre la alfombrilla? Seguro que no podía dar crédito a sus ojos. Se lo tenía bien merecido. Ahora se daría cuenta de lo que suponía convertirse en un enigma para otras personas.
Llame a la puerta frenéticamente. Mister Bernhard abrió.
—?Tenemos prisa hoy? —preguntó.
—?Usted probablemente no, pero yo si!
Mister Bernhard levanto, las cejas.
—Perdón, he olvidado algo importante.
Pase junto a él y corrí escaleras arriba, saltando los escalones de dos en dos.
La tía abuela Maddy me miró sorprendida al verme irrumpir como un ciclón en el cuarto.
—Pensaba que ya te habías ido, angelito.
Jadeando miré el reloj de la pared. Hacia exactamente veinte minutos que había salido de la habitación. —Pero me alegra mucho de que hallas venido. Había olvidado decirte que en Selfridges tienen los mismos caramelos pero sin azúcar, ?y el envoltorio tiene exactamente el mismo aspecto! Sobre todo, no los compres, porque los que no tienen azúcar provocan...esto... ?diarrea!
—Tía maddy ?porque están todos tan seguros de que Charlotte tiene el gen?
—Pues, porque, ?no puedes preguntarme algo más sencillo? —La tía Maddy parecía un poco desconcertada.
—?Le han analizado la sangre? ?No podría ser que también hubiera otra persona que tuviera el gen? —Poco a poco iba recuperando la respiración.
—No cabe duda de que Charlotte es la portadora del gen.
—?Por qué, lo han encontrado en su ADN?
—Angelito, la verdad es que estás preguntando a la persona equivocada. Siempre he sido un completo desastre en biología, ni siquiera sé que es el ADN. Creo que todo esto tiene más que ver con las matemáticas que con la biología. Por desgracia, también soy malísima en matemáticas. Cuando me hablan de números y fórmulas, me entra por un oído y me sale por el otro. Sólo puedo decirte que Charlotte vino al mundo en la fecha exacta fijada para ella y calculada desde hace siglos.
—?De modo que la fecha de nacimiento determina si una persona tiene el gen o no? —Me mordí los labios. Charlotte había nacido el 7 de octubre y yo, el 8. Solo había un día de diferencia.
—Creo que es más bien al revés —me informó la tía abuela Maddy—. El gen determina la hora de nacimiento. Calcularon todo eso con absoluta precisión.
—?Y si se equivocaron con los cálculos?
?Solo por un día! Así de sencillo era, se habían confundido de persona. No era Charlotte la que tenía el gen, sino yo, o las dos. O... me deje caer en el taburete.
La tía Maddy sacudió la cabeza. —No se equivocaron angelito. Creo que si algo sabe hacer bien esa gente, es calcular.
?Quién era ?esa gente? a la que se refería?
—Todo el mundo puede equivocarse alguna vez en sus cálculos —repuse.
—Isaac Newton, me temo que no.
—?Newton calculó la fecha de nacimiento de Charlotee?
—Cari?o, comprendo tu curiosidad. Cuando yo tenía tu edad, era exactamente igual. Pero, en primer lugar, a veces es mejor no saber, y en segundo, me gustaría, mucho, muchísimo, tener mis caramelos de limón.