?Habría vuelto Charlotte a tener vértigos abajo, en la sala de música? ?Qué debía pasar si uno saltaba del primer piso de una casa de Mayfair del sigo 21 al Mayfair de, pongamos, el sigo 15, cuando en este lugar no había casas o solo muy pocas? ?Aterrizaba en el aire y luego se precipitaba contra el suelo y se daba un batacazo 7 metros más abajo? ?Sobre un hormiguero, quizá? Pobre Charlotte. Aunque tal vez le ense?aban a volar en su misteriosa clase de misterios.
Y, hablando de misterio, de repente se me ocurrió una idea para entretenerme. Fui a la habitación de mamá y miré hacia abajo, a la calle. En la entrada número 18 seguía plantado, como siempre, el hombre de negro, podía verle las piernas y parte de la gabardina, los tres pisos de la casa nunca me habían parecido tan altos como en ese momento. Para entretenerme, calculé la distancia que había desde allí arriba hasta el suelo.
?Se podía sobrevivir a una caída de 14 metros? Tal vez si, si había suerte y se aterrizaba en terreno de aluvión, se suponía que en otro tiempo todo Londres había sido un pantanoso terreno de aluvión, o al menos eso decia mistress Counter, nuestra profesora de geografía. Que fuera pantanoso estaba bien: así, al menos, caías sobre blando. Aunque solo para después ahogarte miserablemente en un lodo.
Tragué saliva, mis propios pensamientos parecían siniestros.
Para no tener que estar sola más tiempo, decidí arriesgarme a hacer una visita a mis familiares en la sala de música, a sabiendas de qué corría el peligro de que estuvieran enfrascadas en alguna conversación supersecreta y me echaran inmediatamente.
Al entrar, la vi. A la tía abuela Maddy sentada en su sillón juntó a la ventana y Charlotte de pie junto a la otra con el trasero apoyado en el escritorio Luís XIV, aunque estaba estrictamente prohibido rozar con cualquier parte del cuerpo de su policromada y dorada superficie (no podía creer que algo tan espantosamente barroco como ese escritorio fuera tan valioso como afirmaba siempre lady Arista. Ni siquiera tenía compartimentos secretos, como bien habíamos podido comprobar Leslie y yo hacia a?os.) Charlotte llevaba un vestido azul oscuro que parecía mezcla se camisón, albornoz y habito de monja.
—Sigo aquí, como ves...
—Hummm.... que bien —repuse yo, intentando no mirar al vestido con cara de horror.
—Esto es insoportable —se quejo la tía Glenda, que caminaba arriba y abajo entre las dos ventanas.
Como Charlotte, la tía Glenda era alta, delgada y tenía unos resplandecientes rizos rojos, mamá tenía los mismos rizos, y también mi abuela había sido antes pelirroja. Caroline y Nick habían heredado igualmente ese color de pelo. Yo era la única que era morena y tenía el cabello liso como mi padre.
Antes yo también había suspirado por tener el pelo rojo, pero Leslie me había convencido de que mis cabellos negros creaban un contraste encantador con mis ojos azules y mi piel clara. Leslie habia conseguido convencerme, además, de que la marca de mi nacimiento con forma de media luna que tengo en la sien —que la tía Glenda llamaba siempre ese extra?o plátano— me daba aire misterioso y exótico. En estos momentos me encontraba francamente guapa, a lo que había contribuido en gran medida el corrector dental que había sometido con éxito a mis dientes delanteros y había acabado con mi antigua sonrisa conejil. Aunque naturalmente seguía sin ser, de largo, tan encantadora y gentil como Charlotte, por utilizar las palabras de James. Como me hubiera gustado que pudiera verla enfundada en ese saco.
—Gwendolyn, angelito, ?quieres un caramelo de limón? —La tía abuela Maddy dio una palmadita al taburete que tenia al lado—. Siéntate aquí y distráeme un poco. Glenda me esta poniendo terriblemente nerviosa con ese ir y venir.
—No tiene ni idea de como se siente una madre, tía Maddy —masculló tía Glenda.
—No, supongo que no —suspiro mi tía abuela.
Maddy era la hermana de mi abuelo, y nunca se había casado, era una mujer menuda y rolliza con unos alegres y gentiles ojos azules y los cabellos te?idos de rubio con unos alegres e infantiles ojos azules y cabellos te?idos de rubio dorado de los que no era raro que prendiera algún rulo que había olvidado quitarse.
—?Dónde esta Lady Arista? —pregunté mientras cogía un caramelo de limón.
—Está telefoneando en la habitación de al lado —contestó la tía abuela Maddy—. Pero lo hace tan bajo, que por desgracia, no se puede oír ni una palabra. Para colmo, esta era la ultima caja de caramelos ?No irías de un salto a Selfridges a cómprame otra?
—Claro —dije yo.
Charlotte cambió el peso del cuerpo de una pierna a la otra, y la tía Glenda inmediatamente se volvió hacia ella.
—?Charlotte?
—Nada —dijo ella.
La tía Glenda frunció los labios.
—?No sería mejor que esperaras en la planta baja? —le pregunté a Charlotte—. Así no caerías desde tan alto.
—Realmente, lo ultimo que necesita Charlotte en estos momentos son comentarios tontos —me sermoneó la tía Glenda.
Empezaba a lamentar haber bajado.