Aquellas palabras me dejaron perpleja. Charlotte no se excusaba nunca.
—Es comprensible —dije rápidamente.
Quería que se diera cuenta de que apreciaba sus disculpas. Naturalmente, no podía hablar de auténtica comprensión, porque yo, en su lugar, habría estado temblando de miedo y supongo que también nerviosa, como cuando vas al dentista.
—Además, me gusta la tía Maddy —a?adí.
Lo cual era cierto. Tal vez la tía abuela Maddy fuera un poco charlatana y tendiera a repetir las cosas infinidad de veces, pero era preferible al cargante secretismo de los otros. Además, la tía Maddy siempre era muy generosa repartiendo caramelos de limón entre nosotros.
Naturalmente, a Charlotte le traían sin cuidado los caramelos.
Cruzamos la calle y seguimos caminando a buen paso por la acera.
—No me mires de reojo —me advirtió Charlotte—. Cuando desaparezca, ya te darás cuenta. Entonces podrás dibujar tu tonto círculo de tiza y correr a casa. Pero por hoy no pasará nada.
—Eso no puedes saberlo. ?No te intriga saber dónde aterrizarás? Quiero decir, cuándo aterrizarás.
—Claro —repuso Charlotte.
—Espero que no sea en medio del gran incendio de 1664.
—El gran incendio de Londres ocurrió en 1666 —me corrigió Charlotte—. No cuesta tanto de recordar. Además, en esa época, en esta parte de la ciudad no se había construido gran cosa; ergo, tampoco se quemó nada.
?He dicho ya que Charlotte también era conocida como ?la aguafiestas? y ?la sabelotodo??
Pero no me rendí. Tal vez fuera un poco feo por mi parte, pero quería borrar aquella estúpida sonrisa de su cara aunque solo fuera por unos segundos.
—Estos uniformes deben de arder como la yesca —insistí.
—Cuando llegue el momento, sabré lo que tengo que hacer —replicó Charlotte escuetamente sin abandonar su sonrisa.
No podía por menos que admirarla por su serenidad. A mí, la idea de aterrizar de repente en el pasado solo me inspiraba terror.
Fuera en la época que fuese, siempre pasaban cosas terribles.
Continuamente había guerras, viruela y plagas de peste, y una palabra equivocada podía hacer que te quemaran por bruja. Además, solo había letrinas, y todo el mundo tenía pulgas, y por la ma?ana lanzaban el contenido de los orinales por la ventana sin fijarse en si pasaba alguien por debajo.
Charlotte se había preparado durante toda su vida para arreglárselas en el pasado. No había tenido tiempo para jugar, hacer amigas, ir de compras o al cine o salir con chicos. En lugar de eso, había recibido clases de baile, esgrima y equitación, de lenguas y de historia.
Además, desde el a?o anterior salía cada miércoles por la tarde con lady Arista y la tía Glenda y no volvía hasta que se hacía de noche.
Lo llamaban ?clase de misterios?, pero nadie quería decirnos de qué clase de misterios se trataba, y Charlotte, menos que nadie.
Probablemente, la primera frase que mi prima había aprendido a pronunciar de corrido había sido: ?Es un secreto?. Y la siguiente: ?Eso no es cosa vuestra?.
Leslie decía siempre que nuestra familia debía de tener más secretos que los Servicios Secretos y el MI6 juntos. Y es muy posible que tuviera razón.
Normalmente, para volver de la escuela, cogíamos el autobús —el número 8 paraba en Berkeley Square, que no quedaba muy lejos de casa—, pero ese día recorrimos las cuatro paradas a pie, tal como había ordenado la tía Glenda. Durante todo el camino llevé la tiza en la mano, pero Charlotte permaneció a mi lado.
Mientras subíamos los escalones de la puerta de entrada, casi me sentí decepcionada. Mi participación en la historia acababa ahí; a partir de este momento, mi abuela se haría cargo del asunto.
Tiré a Charlotte de la manga.
—?Mira! El hombre de negro está ahí otra vez.
—Bueno, ?y qué?
Charlotte ni siquiera se molestó en mirar. El hombre estaba parado enfrente, ante la entrada del número 18. Como siempre, llevaba una gabardina negra y un sombrero calado hasta las orejas. Yo le había tomado por un fantasma, hasta que supe que mis hermanos y Leslie también podían verlo.
Desde hacía meses, el hombre permanecía allí, observando nuestra casa las veinticuatro horas del día. Aunque, bien mirado, también podía tratarse de varios hombres exactamente con el mismo aspecto que se iban turnando. Discutimos sobre si era un ladrón que preparaba un golpe, un detective privado o un mago malvado. Mi hermana Caroline estaba convencida de que se trataba de esto último. Tenía nueve a?os y le encantaban las historias de magos malvados y hadas buenas. Mi hermano Nick tenía doce a?os y opinaba que las historias de magos y hadas eran estúpidas; por eso estaba a favor del ladrón espía.
Y Leslie y yo éramos partidarias del detective privado.