Charlotte se apartó de la cara uno de sus resplandecientes mechones pelirrojos y dijo ?Oh…?, como si el resultado fuera una sorpresa para ella, cuando sacaba siempre las mejores notas en todas las asignaturas.
Pero esa vez Leslie y yo también podíamos estar satisfechas. Las dos teníamos un notable alto, a pesar de que nuestra ?buena preparación? había consistido en mirar la película sobre la reina Isabel con Cate Blanchett en DVD mientras nos atiborrábamos de patatas fritas y helado. Aunque también es verdad que habíamos estado siempre atentas en clase, lo que, por desgracia, no podía decirse que pasara en otras asignaturas.
Ocurría sencillamente que las clases de mister Whitman eran tan interesantes que no te quedaba más remedio que escuchar. El propio mister Whitman también era muy interesante. La mayoría de las chicas estaban enamoradas secretamente, o no tan secretamente, de él.
Igual que nuestra profesora de geografía, mistress Counter, que se ponía roja como un tomate cuando mister Whitman se cruzaba con ella. En cualquier caso, todo el mundo estaba de acuerdo en que estaba como un tren. Todo el mundo excepto Leslie, que encontraba que parecía una ardilla de dibujos animados.
?Cada vez que me mira con esos ojazos marrones, me entran ganas de darle unas nueces?, decía, e incluso llegó al extremo de dejar de llamar ardillas a las ardillas del parque para pasar a llamarlas ?mistresses Whitman?. No sé por qué aquello era, de algún modo, contagioso, y al final yo también decía siempre cuando una ardilla se acercaba brincando: ?Mira a esa mistress Whitman tan peque?a y gordita, ?verdad que es una monada??.
Debido a esta comparación con las ardillas, Leslie y yo éramos las dos únicas chicas de la clase que no estábamos coladas por mister Whitman. Yo lo intentaba una y otra vez (aunque solo fuera porque todos los chicos de la escuela eran terriblemente infantiles), pero no servía de nada: la comparación con las ardillas se me había metido en la cabeza, ?y nadie experimenta sentimientos románticos hacia una ardilla!
Cynthia había hecho correr el rumor de que mister Whitman había trabajado como modelo mientras estudiaba en la universidad.
Como demostración había recortado un anuncio de una revista en el que un hombre que se parecía bastante a mister Whitman se enjabonaba con un gel de ducha.
Pero, aparte de Cynthia, nadie creía que el hombre del gel fuera mister Whitman. El modelo tenía un hoyuelo en la barbilla, y mister Whitman no.
Los chicos de la clase, en cambio, no estaban tan entusiasmados con mister Whitman. Sobre todo, Gordon Gelderman, que no podía soportarlo. Hay que decir que, antes de que mister Whitman llegara a la escuela, todas las chicas de nuestra clase habían estado enamoradas de Gordon, incluida yo, aunque me cueste reconocerlo. Pero entonces yo tenía once a?os y Gordon aún era una monada, mientras que ahora, con dieciséis, no era más que un estúpido que desde hacía un par de a?os se encontraba en un estado de cambio de voz permanente.
Por desgracia, los gallos y la voz de bajo no le impedían soltar estupideces sin parar.
Gordon estaba terriblemente indignado por su suspenso en la prueba de historia.
—Esto es discriminatorio, mister Whitman. Merecía como mínimo un notable. No hay derecho a que me ponga notas tan bajas solo porque soy un chico.
Mister Whitman le cogió el examen de la mano y lo hojeó.
—?Isabel I era tan espantosamente fea que no consiguió tener a ningún hombre. Por eso todo el mundo la llamaba “la virgen fea”? —leyó.
Se oyeron unas risitas ahogadas.
—?Qué pasa? Es verdad —se defendió Gordon—. Con esos ojos de besugo, esos labios apretados y esos pelos de loca…
Habíamos tenido que estudiar a fondo las pinturas de los Tudor que había en la National Portrait Gallery, y efectivamente en aquellos cuadros Isabel I se parecía más bien poco a Cate Blanchett. Pero, primero, tal vez en aquella época se consideraba que los labios finos y las narices grandes eran el colmo de la elegancia, y segundo, la ropa que llevaba era realmente fantástica. Y, además, aunque Isabel I no tenía marido, había tenido un montón de relaciones, entre otras una con sir… ?cómo se llamaba? En la película el papel lo interpretaba Clive Owen.
—Isabel se llamaba a sí misma ?la reina virgen? —explicó mister Whitman a Gordon— porque… —Se detuvo en seco—. ?No te encuentras bien, Charlotte? ?Te duele la cabeza?
Todos miraron a Charlotte, que se estaba sujetando la cabeza con las manos.
—No, solo es que… estoy un poco mareada —dijo, y me miró—. Todo me da vueltas.
Cogí aire. Al parecer, había llegado el momento. Nuestra abuela estaría encantada. Y la tía Glenda aún más.
—Uala, qué guay —me susurró Leslie al oído—. ?Ahora se volverá transparente?