—?Qué significa eso de ?fantasma?? Un servidor, James August Peregrin Pimplebottom, heredero del decimocuarto conde de Hardsdale, no va a permitir que nadie le ofenda, y menos unas ni?as —me dijo.
Como muchos fantasmas, sencillamente, no quería reconocer que ya no era una persona. Por más que quisiera, James no podía recordar que hubiera muerto. Aunque ya hacía cinco a?os que nos conocíamos—desde mi primer día de clase en la Saint Lennox High School—, parecía que para él solo hubieran pasado unos días desde que jugaba a las cartas con sus amigos en el club y charlaba sobre caballos, falsos lunares y pelucas. (él llevaba ambas cosas, lunar y peluca, y, aunque actualmente pueda sonar raro, no le quedaban tan mal.) James hacía caso omiso deliberadamente del hecho de que, desde que nos habíamos conocido, había crecido veinte centímetros, había incorporado a mi aspecto un corrector dental y unos pechos prominentes, y me había librado luego del corrector. Igual que hacía caso omiso de que el palacio de su padre en la ciudad hacía tiempo que se había convertido en una escuela privada con agua corriente, luz eléctrica y calefacción central. Lo único de lo que parecía percatarse de vez en cuando era de la longitud de las faldas de nuestro uniforme escolar. Al parecer, la visión de unas pantorrillas y unos tobillos femeninos era extremadamente infrecuente en su época.
—No es muy cortés por parte de una dama no saludar a un caballero de buena posición, miss Gwendolyn —protestó entonces de nuevo, molesto porque no le había prestado ninguna atención.
—Perdón. Tenemos prisa —dije.
—Si puedo serles útil en algo, naturalmente me tienen a su disposición —replicó él colocándose bien los pu?os de encaje.
—No, muchas gracias. Solo tenemos que llegar a casa cuanto antes. —?No sé en qué podía sernos útil James, si ni siquiera era capaz de abrir una puerta!—. Charlotte no se encuentra bien.
—Oh, no sabe cómo lo lamento —dijo James, que tenía debilidad por Charlotte, a la que, en contraposición con la ?pecosa sin modales?, como acostumbraba a llamar a Leslie, encontraba ?extraordinariamente encantadora y gentil?. También ese día soltó algunos cumplidos galantes—: Transmítale, por favor, mis mejores deseos, y dígale que está tan encantadora como siempre. Un poco pálida, pero hechizadora como un elfo.
—Se lo comunicaré.
—Deja de hablar con tu amigo imaginario —dijo Charlotte—. Si sigues así, acabarás en un manicomio.
Muy bien, pues no se lo comunicaría. Ya era bastante presuntuosa sin necesidad de eso.
—James no es imaginario, es invisible. ?Hay una gran diferencia entre las dos cosas!
—Si tú lo dices… —replicó Charlotte.
Ella y la tía Glenda opinaban que solo me inventaba a James y a los otros fantasmas para darme importancia. Me arrepentía de haberles hablado en su día de ello, pero de peque?a me había resultado sencillamente imposible no decir nada de las gárgolas que adquirían vida y hacían cabriolas por las fachadas y me dirigían muecas.
Las gárgolas eran divertidas, pero también había otras sombrías figuras espectrales de aspecto siniestro que me daban miedo. Tuvieron que pasar unos a?os para que comprendiera que los fantasmas no podían hacerme nada. Lo único que realmente pueden hacer los fantasmas es dar miedo.
Naturalmente, no estoy hablando de James. él era del todo inofensivo.
—Leslie piensa que tal vez fuese mejor que James muriera joven. Dice que, teniendo que cargar con ese nombre de Pimplebottom, nunca hubiera encontrado una mujer para casarse —expliqué, no sin antes asegurarme de que James ya no nos pudiera oír—. Quiero decir que ?quién va a querer llamarse voluntariamente ?Culogranujiento??
Charlotte puso los ojos en blanco.
—De todas maneras, no tiene mal aspecto —proseguí—. Y, además, según él, está podrido de dinero. Aunque esta costumbre que tiene de ponerse continuamente un pa?uelo de encaje perfumado bajo la nariz no resulta muy varonil.
—Qué lástima que nadie aparte de ti pueda admirarlo —se?aló Charlotte.
La verdad es que yo opinaba lo mismo.
—Y qué estúpido por tu parte que hables de tus rarezas fuera del círculo familiar —a?adió.
Era una más de las típicas indirectas de Charlotte. El comentario estaba destinado a herirme, y efectivamente lo consiguió.
—?Yo no soy rara!
—?Claro que lo eres!
—?Y lo dice la que tiene el gen?
—Yo no lo voy soltando por ahí —repuso Charlotte—. En cambio, tú eres como la tía abuela Maddy la Locuela, que habla de sus visiones hasta con el lechero.
—Eres cruel.
—Y tú, una ingenua.
Discutiendo, atravesamos el vestíbulo, pasamos ante la diminuta cabina de cristal del conserje y salimos al patio de la escuela. Hacía viento y parecía que iba a empezar a llover en cualquier momento.
Me arrepentí de no haber cogido nuestras cosas de las taquillas. Un abrigo no hubiera estado de más con este tiempo.
—Siento haberte comparado con la tía abuela Maddy —se excusó Charlotte un poco cortada—. Supongo que estoy un poco nerviosa.