Pero cada vez que cruzábamos al otro lado de la calle para observarlo mejor, el hombre desaparecía dentro de la casa o subía a un Bentley negro que tenía aparcado junto al bordillo y se iba.
—Es un coche encantado —afirmaba Caroline—. Cuando nadie mira, se transforma en un cuervo, y el mago se convierte en un hombrecillo minúsculo que cruza el cielo montado a lomos de él.
Por si acaso, Nick había anotado el número de matrícula del Bentley.
—Aunque seguro que después del robo lo pintará de nuevo y colocará otra matrícula —me informó.
Los adultos hacían como si no les pareciera nada sospechoso en el hecho de ser observados día y noche por un hombre con sombrero vestido de negro.
Y Charlotte igual.
—?Qué demonios os ha hecho ese pobre hombre! Sencillamente se fuma un cigarrillo ahí fuera, eso es todo.
—?Sí, claro!
Me resultaba más fácil creer en la versión del cuervo encantado.
Justo en ese momento empezó a llover. Por suerte, ya estábamos en casa.
—?Al menos sigues mareada? —le pregunté mientras esperábamos que nos abrieran la puerta, porque nosotras no teníamos llave.
—No me agobies —dijo Charlotte—. Pasará cuando tenga que pasar.
Mister Bernhard nos abrió la puerta. Leslie opinaba que mister Bernhard era nuestro mayordomo, y la prueba definitiva de que éramos casi tan ricos como la reina o Madonna. Yo, por mi parte, no sabía exactamente quién o qué era en realidad mister Bernhard. Para mamá era ?el factótum de la abuela?, y la propia abuela lo describía como ?un viejo amigo de la familia?. Para mis hermanos y para mí era sencillamente ?el siniestro sirviente de lady Arista?.
Al vernos, enarcó las cejas.
—Hola, mister Bernhard —le saludé—. Qué tiempo tan horrible, ?no?
—Realmente horrible, sí. —Con su nariz ganchuda y sus ojos marrones ocultos tras unas gafas redondas de montura dorada, mister Bernhard siempre me recordaba a una lechuza, o, mejor dicho, a un búho—. En un día así es imprescindible ponerse el abrigo al salir de casa.
—Hummm… sí, supongo que sí —repuse.
—?Dónde está lady Arista? —preguntó Charlotte.
Charlotte nunca era especialmente cortés con mister Bernhard.
Tal vez porque, al contrario que a mis hermanos y a mí, tampoco de ni?a le había inspirado respeto. Sin embargo, aquel hombre tenía una cualidad que realmente impresionaba, y era la de moverse tan silenciosamente como un gato y aparecer de pronto a tu espalda como si hubiera surgido de la nada. Daba la sensación de que no se le escapaba ningún detalle. Fuera la hora que fuese, mister Bernhard siempre estaba presente.
Mister Bernhard ya estaba en la casa antes de que yo naciera, y mamá decía que ya estaba allí cuando ella era todavía una ni?a, de modo que debía de ser casi tan viejo como lady Arista, aunque no lo parecía. Vivía en un apartamento en el segundo piso, al que se llegaba por un pasillo independiente y una escalera desde el primero. Nosotros teníamos terminantemente prohibido pisar siquiera el pasillo.
Mi hermano afirmaba que mister Bernhard había instalado allí puertas trampa y cosas parecidas para mantener a distancia a los visitantes no deseados. Pero no podía demostrarlo. Ninguno de nosotros se había atrevido nunca a entrar en ese pasillo.
—Mister Bernhard necesita tener privacidad —decía a menudo lady Arista.
—Claro, claro… —replicaba mamá—. Supongo que, viviendo aquí, la necesitamos todos.
Pero lo decía tan bajo que lady Arista no podía oírla.
—Su abuela está en la sala de música —informó mister Bernhard a Charlotte.
—Gracias.
Charlotte nos dejó plantados en la entrada y corrió escaleras arriba.
La sala de música estaba en el primer piso, y nadie sabía por qué se llamaba así, porque ni siquiera había un piano.
La sala era la habitación preferida de lady Arista y de la tía abuela Maddy, y el aire olía a perfume de violetas y al humo de los cigarrillos de lady Arista. Como se ventilaba muy de vez en cuando, si te quedabas un rato, al final tenías la sensación de que se te nublaba la vista.
Antes de que mister Bernhard cerrara la puerta, tuve tiempo de echar un vistazo al otro lado de la calle. El hombre del sombrero seguía allí. ?Eran imaginaciones mías o acababa de levantar la mano como si estuviera haciendo se?as a alguien? ?A mister Bernhard, quizá, o era a mí a quien saludaba?
La puerta se cerró y no pensé más en ello porque de repente volvió a aparecer la sensación de monta?a rusa en el estómago. Todo se difuminó ante mis ojos. Se me doblaron las rodillas y tuve que apoyarme en la pared para no caerme.
Un instante después había pasado.
Mi corazón latía desbocado. Algo me ocurría. Teniendo en cuenta que no estaba en ninguna monta?a rusa, no era normal que hubiera tenido vértigo dos veces en dos horas, a no ser que…
?Bah! Seguramente estaba creciendo demasiado rápido. O tenía… hummm… ?un tumor cerebral? O tal vez era solo hambre.