Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

—?Ah, esa Lucy?

Mi tío Harry, el de Gloucesreshire, era bastante mayor que Glenda y que mamá, sus tres hijos hacia ya tiempo que eran adultos, David, el peque?o, tenia veintiocho a?os y era piloto de British Airways, lo que, por desgracia, no significara que tuviéramos billetes mas baratos. Y Janet, la hija mediana, ya tenia hijos, dos críos insufribles llamados Poppy y Daisy. Yo nunca había conocido a Lucy, la mayor. Y tampoco sabía gran cosa de ella, la familia no soltaba prenda sobre Lucy. Por lo visto, era algo axial como la oveja negra de los Montrose, con diecisiete a?os se había marchado de casa y después de entonces no habían vuelto a saber de ella.

—?De modo que Lucy es la portadora del gen?

—Oh, si —exclamó la tía abuela Maddy—. Se armó un follón de mil demonios cuando desapareció. A tu abuela casi le dio un infarto. Fue un escándalo terrible.

Sacudió la cabeza con tanta energía, que su rizo dorado volaban en todas direcciones.

—Ya me lo imagino.

Pensaba en lo que hubiera pasado si Charlotte hubiera hecho las maletas sin más y se hubiera largado de casa.

—No, no puedes imaginartelo. No conoces bajo que dramáticas circunstancias desapareció y como fueron las cosas con ese chico... ?Gwendolyn! ?Sácate el dedo de la boca! ?Es una costumbre horrible!

—Perdón. —No me había dado cuenta de que había empezado a morderme las u?as—. Es por la excitación. Hay tantas cosas que no entiendo...

—Lo mismo me ocurre a mí —me aseguró la tía Maddy—, a pesar de que he oído de todo, este lío desde que tenía quince a?os y de que tengo una especie de don natural para los misterios. De hecho, si tengo que serte franca, mi desdichado hermano se casó con tu abuela solo por eso. Es imposible que fuera por sus irresistibles encantos, porque no tenía ninguno. —Hundió la mano en la caja de caramelos y suspiró cuando su mano se cerro en el vació—. Vaya, me temo que me estoy haciendo adicta a estos caramelos.

—Voy corriendo a Selfridges a comprarte más —le dije.

—Ay cari?o, eres mi angelito del alma. Dame un beso y ponte el abrigo, que llueve. Y no vuelvas a morderte las u?as, ?me has oído?

Como mi abrigo aún estaba colgado en la taquilla de la escuela, me puse el impermeable floreado de mamá y me coloqué la capucha en el portal. El hombre de la entrada del número 18 estaba encendiendo un cigarrillo. Siguiendo un impulso repentino, le saludé con la mano mientras bajaba saltando los escalones.

Como era de esperar, no me devolvió el saludo, el muy cretino...

Salí corriendo hacia Oxford Street. Llovía a cántaros. Tendría que haber cogido las botas de agua además del impermeable. Las flores de mi magnolio preferido de la esquina colgaban tristemente. Antes de que llegara a su altura, ya me había metido en tres charcos. En el momento en el que iba a rodear el cuarto, sentí un tirón en las piernas que me cogió totalmente desprevenida. Mi estómago se encogió como si estuviera en una monta?a rusa y la calle se difuminó ante mis ojos para transformarse en un río gris.





Ex hoc momento pendet aeternitas.

(La eternidad pende de este momento)

Inscripción en un Rel. De sol, Middle temple (Londres)





3


Cuando pude volver a ver con claridad, un coche de época doblaba la esquina y yo me encontraba arrodillada en la acera temblando del susto.

Había algo que no encajaba en la calle, algo diferente a su aspecto actual. En los últimos segundos, todo había cambiado. En lugar de llover, en esos momentos, soplaba un viento helado, y era mucho más oscuro que antes, casi de noche. El magnolio no tenía flores ni hojas. Ni siquiera estaba segura de que fuera un magnolio. Las puntas de la verja que lo rodeaba estaban pintadas de dorado. Habría jurado que el día anterior aún eran negras. De nuevo un coche de época dobló la esquina. Era un vehículo extra?o, con ruedas altas y radios claros. Miré a lo largo de la acera. Los charcos habían desaparecido. Y las se?ales de circulación. En cambio, el pavimento estaba deformado y abombado, y las farolas tenían un aspecto distinto, su luz amarillenta alcanzaba hasta el siguiente portal.

Tenía un mal presentimiento, pero no estaba dispuesta a reconocerlo. De modo que respiré hondo y luego volví a mirar alrededor, esta vez más a fondo. Bien, en realidad, no habían cambiado tantas cosas. La mayoría de las casas tenían el mismo aspecto de siempre. Aunque, al fondo, la tienda donde mamá compraba siempre aquellas deliciosas galletas Prince of Walles había desaparecido, y en la esquina había una casa con unas macizas columnas en la parte delantera que nunca había visto.

Un hombre con sombrero y un abrigo negro me dirigió una mirada ligeramente irritada y siguió adelante sin decir nada y sin siquiera ayudarme. Me levanté y me sacudí la suciedad de las rodillas.

El mal presagio se convirtió lenta pero inexorablemente en una terrible certidumbre.