Las pruebas (The Maze Runner #2)

Teresa bajó la vista.

—Intento olvidarlo, como probablemente lo estés intentando tú. Mira, no soy tonta. Sé que no volveremos a sentirnos como antes. Pero, aun así, no cambiaría nada de lo que ha pasado. Había un plan y ha funcionado. No estás muerto y para mí eso es lo único que importa. A lo mejor me perdonas algún día.

Thomas casi la odiaba por sonar tan razonable.

—Bueno, a mí lo único que me importa ahora es detener a esta gente. No está bien lo que nos han hecho. No importa lo mucho que yo haya estado involucrado. Está mal.

Teresa se estiró un poco para apoyar la cabeza en el brazo del sofá.

—Vamos, Tom. Puede que nos hayan borrado la memoria, pero no nos han quitado el cerebro. Los dos hemos sido parte de esto y cuando nos lo cuenten todo, cuando recordemos por qué nos metimos en esto, haremos todo lo que nos digan.

Thomas reflexionó sobre aquello un segundo y se dio cuenta de que no podía estar menos de acuerdo. A lo mejor pudo sentirse así en algún momento, pero ahora no. Aunque discutirlo con Teresa era lo último que deseaba hacer.

—A lo mejor tienes razón —murmuró.

—?Cuándo fue la última vez que dormimos? —preguntó ella—. Te juro que no me acuerdo.

De nuevo actuaba como si todo fuera bien.

—Yo, sí. Al menos, mi última vez. Tiene algo que ver con una cámara de gas y contigo aporreándome la cabeza con una enorme lanza.

Teresa se estiró.

—Lo único que puedo hacer es repetirte muchas veces cuánto lo siento. Por lo menos, tú descansaste un poco. Yo no dormí ni un segundo mientras estabas ahí dentro. Creo que llevo despierta dos días enteros.

—Pobrecilla.

Thomas bostezó. No pudo evitarlo, él también estaba cansado.

—?Mmmm?

La miró para ver sus ojos cerrados mientras respiraba lentamente. Se había quedado dormida. Echó un vistazo a los demás clarianos y al Grupo B. La mayoría también estaba reventada. Excepto Minho, que intentaba hablar con una chica guapa a la que se le habían cerrado los ojos. Jorge y Brenda no estaban por ninguna parte, lo que le pareció extra?o, por no decir un tanto preocupante.

Fue entonces cuando advirtió que echaba muchísimo de menos a Brenda, pero sus propios párpados comenzaron a cerrarse y lentamente el cansancio y el agotamiento le invadieron. Mientras se hundía cada vez más en el sofá, decidió que ya tendría tiempo de buscarla más tarde. Finalmente, cedió y permitió que la dulce oscuridad de su inconsciencia se lo llevara.





Capítulo 64


Despertó, parpadeó, se frotó los ojos y no vio nada más que un blanco puro. No había formas ni sombras ni variaciones, nada. Sólo ese blanco.

Sintió un instante de pánico hasta que se dio cuenta de que debía de estar so?ando. Era extra?o, pero sin duda se trataba de un sue?o. Podía sentir su cuerpo, sentir los dedos contra su piel. Notaba cómo respiraba; se oía respirar. Sin embargo, estaba rodeado de un mundo completo y perfecto de brillante nada. Tom.

Una voz. Su voz. ?Podía estar hablándole mientras so?aba?

Eh —respondió.

?Estás… bien?—sonaba preocupada. No, la percibía preocupada.

?Eh? Sí, muy bien. ?Por qué?

Tan sólo creí que estarías un poco sorprendido ahora mismo.

Sintió una punzada de confusión.

?De qué estás hablando?

Estás a punto de entender más. Muy pronto.

Por primera vez, Thomas se dio cuenta de había algo raro en la voz. Le faltaba algo.

?Tom?

No respondió. El miedo se arrastró hacia su interior, un terrible y escalofriante miedo tóxico.

?Tom?

?Quién… quién eres?—preguntó al final, aterrado por la respuesta.

Hubo una pausa antes de la contestación.

Soy yo, Tom. Brenda. Las cosas se van a poner muy mal para ti.

Thomas gritó antes de saber lo que estaba haciendo. Gritó, gritó y gritó hasta que al final se despertó.





Capítulo 65


Se sentó derecho, cubierto de sudor. Antes incluso de que pudiera calcular dónde estaba, antes de que toda la información viajara por los nervios y las funciones cognitivas de su cerebro, supo que todo iba mal. Que le habían vuelto a arrebatar todo.

Estaba tumbado en el suelo, solo, en una habitación. Las paredes, el techo, el suelo… todo era blanco. El suelo bajo sus pies era mullido, duro y liso, pero con la suficiente elasticidad para resultar cómodo. Miró las paredes; estaban acolchadas, con grandes hendiduras abotonadas, separadas un metro unas de otras. Una luz brillante salía de un rectángulo en el techo, demasiado alto para que lo tocara. El sitio olía a limpio, a amoniaco y jabón. Thomas bajó la vista para percatarse de que hasta sus ropas no tenían color: la camiseta, los pantalones de algodón, los calcetines.