Las pruebas (The Maze Runner #2)

La criatura se había detenido, al menos mientras Thomas hacía su movimiento de fuga, pero ahora volvía a perseguirle. A Thomas se le ocurrió una idea, que se hizo más clara cuando miró otra vez cómo luchaba Teresa, cuya criatura ahora atacaba con lentitud, sin ánimo. La chica iba directa a por las bombillas, estallándolas; al reventar, parecían fuegos artificiales. Había destruido al menos tres cuartas partes de las extra?as protuberancias.

Las bombillas. Lo único que tenía que hacer era romper las bombillas. Debían de estar relacionadas de alguna forma con la energía, la vida o la fuerza de la criatura. ?Era posible que fuese tan fácil?

Un vistazo rápido al resto del campo de batalla le mostró que a otros también se les había ocurrido aquella idea, pero no a la mayoría, que luchaba con gran desesperación por cortarles las extremidades, los músculos, la piel, olvidándose por completo de las bombillas. Dos personas yacían en el suelo, cubiertas de heridas, sin vida. Un chico. Una chica.

Thomas cambió del todo su método. En vez de atacar temerariamente, saltó e intentó darle a una de las bombillas que el monstruo tenía en el pecho. Falló y cortó la piel arrugada y amarillenta. La criatura intentó alcanzarle, pero se retiró hacia atrás justo cuando las puntas de los cuchillos hicieron agujeros irregulares en su camisa. Entonces dio otra estocada para intentar darle a la misma bombilla. Esta vez entró en contacto, la hizo estallar y de ella salió una lluvia de chispas. La criatura se detuvo un segundo y después retrocedió a una postura de ataque.

Thomas rodeó a la criatura, saltando y retrocediendo, golpeándola, pinchándola y dándole estocadas.

Plaf, plaf, plaf.

Uno de los cuchillos del monstruo le hizo un corte en el antebrazo, dejándole una larga línea de un rojo intenso. Thomas volvió a atacar. Una y otra vez. Otra vez.

Plaf, plaf, plaf Las chispas volaban. La criatura se estremecía y se sacudía cada vez que le rompía una bombilla.

La pausa se hacía un poco más larga cuando conseguía asestar una pu?alada con éxito. Thomas notó unos cuantos cortes y ara?azos más, pero nada serio. Continuó atacando aquellas esferas naranjas.

Plaf plaf plaf

Cada peque?a victoria minaba la energía de la criatura y poco a poco empezó a desplomarse visiblemente, aunque no dejaba de intentar hacer pedazos a Thomas. Bombilla a bombilla, cada vez más fácil que la anterior, Thomas atacaba, implacable. Ojalá pudiera terminar enseguida, matarlo. Entonces podría correr a ayudar al resto. Acabar con aquella situación de una vez por…

Una luz cegadora brilló desde detrás y un fuerte ruido, como si estallara el universo, cortó su breve instante de júbilo y esperanza. Una onda de energía invisible le tiró al suelo y cayó sobre su estómago mientras su espada repiqueteaba lejos de él. La criatura también se cayó y un olor a quemado chamuscó el aire. Thomas rodó sobre un lado para mirar y vio el enorme agujero negro en el suelo, carbonizado y echando humo. En el borde del agujero había una mano y un pie con cuchillos de uno de los monstruos. Ni rastro del resto del cuerpo.

Había sido un rayo. Justo detrás de él. La tormenta por fin había estallado.

Mientras lo pensaba, miró hacia arriba para ver gruesos fragmentos de calor blanco empezando a caer desde las nubes negras sobre sus cabezas.





Capítulo 60


Los relámpagos estallaron a su alrededor con un estruendo ensordecedor provocado por los truenos. Unas columnas de tierra se mezclaban con el aire en todas las direcciones. Varias personas gritaron y una cesó de repente, una chica. Y aquel olor a quemado. Insoportable. Los ataques eléctricos disminuían tan rápido como empezaban. Pero la luz seguía brillando en las nubes y la lluvia comenzó a caer a mares.

Thomas no se había movido desde la primera descarga de relámpagos. No había razón para pensar que estaría más a salvo en otro sitio. Pero, tras el ataque, se puso de pie para mirar a su alrededor, para ver qué podía hacer o adonde podía correr antes de que volviera a pasar.

La criatura con la que había estado luchando se hallaba muerta, la mitad de su cuerpo yacía ennegrecido y la otra mitad no estaba. Teresa estaba sobre su adversario, golpeándole con la parte trasera de su lanza para aplastar la última bombilla; sus chispas se apagaron con un silbido. Minho estaba en el suelo, pero lentamente se puso de pie. Newt estaba allí, respirando profundamente. Fritanga se inclinó y vomitó. Algunos estaban tumbados en el suelo; otros, como Brenda y Jorge, seguían luchando con los monstruos. Los truenos estallaban a su alrededor y los relámpagos brillaban en la lluvia.

Thomas tenía que hacer algo. Teresa no se hallaba demasiado lejos; estaba a un par de pasos de su criatura muerta, inclinada hacia delante, con las manos en las rodillas.

?Tenemos que encontrar algún sitio donde guarecernos!—le dijo en su mente.

?Cuánto tiempo nos queda?

Thomas miró su reloj de cerca.

Diez minutos.

Deberíamos entrar en las vainas —se?aló la que estaba más cerca, que seguía abierta como una cáscara de huevo perfectamente cortada; a esas alturas, sus mitades seguramente estarían llenas de agua.

Le gustó la idea.

?Y si no podemos cerrarlas?

?Tienes algún plan mejor?

No.

La cogió de la mano y empezaron a correr.

?Tenemos que decírselo a los demás!—dijo mientras se acercaban a la vaina.