Las pruebas (The Maze Runner #2)

Newt pareció considerarlo con más detenimiento.

—Pasaron por todo eso, por el plan y el teatro, ?sólo para que te sintieras traicionado? No tiene ningún maldito sentido.

—Dímelo a mí —masculló Thomas—. Y no, no la he perdonado. Pero, de momento, creo que estamos en el mismo barco —miró a su alrededor. La mayoría de la gente estaba sentada, con la vista perdida en la distancia. No había mucha conversación y ambos grupos no se relacionaban demasiado—. ?Y vosotros, tíos? ?Cómo habéis llegado aquí?

—Encontramos una brecha en las monta?as —respondió Minho—. Tuvimos que luchar contra unos raros que estaban acampados en una cueva, pero, aparte de eso, no hemos tenido problemas. Aunque casi nos hemos quedado sin comida y agua. Y me duelen los pies. Y estoy segurísimo de que va a caer otra fuca tormenta eléctrica que me va a dejar como un trozo de bacon de Fritanga.

—Sí —asintió Thomas. Se volvió hacia las monta?as y supuso que en total estarían a seis kilómetros de la base—. Quizá deberíamos dejar todo esto del refugio seguro e intentar encontrar algún sitio donde guarecernos —pero mientras lo decía, sabía que no era una opción. Al menos hasta que no hubiera pasado la hora marcada.

—Ni hablar —respondió Newt—. No hemos llegado hasta aquí para dar la vuelta ahora. Esperemos que la pu?etera tormenta aguante un poco más —alzó la vista a las nubes casi negras con una mueca.

Los otros tres clarianos se quedaron callados. De todos modos, el viento había continuado levantándose, y con sus azotes y rugidos en aumento era difícil que se oyeran los unos a los otros. Thomas miró su reloj. Treinta y cinco minutos. No había forma de que aquella tormenta aguantara…

—?Qué es eso? —gritó Minho, poniéndose de pie con un salto; apuntó a un sitio por encima del hombro de Thomas.

Thomas se dio la vuelta para mirar mientras se levantaba y una alarma se encendió en su interior. El terror en la cara de Minho era inconfundible.

A unos diez metros del grupo, una gran parte del suelo del desierto se estaba… abriendo. Un cuadrado perfecto —de unos cinco metros de ancho— giraba sobre un eje diagonal mientras la zona de tierra poco a poco se apartaba de ellos y lo que había debajo se elevaba para sustituirlo. El chirrido del acero retorciéndose perforó el aire, más alto que el rugido del viento. El cuadrado rotatorio no tardó en completar su recorrido y donde había estado antes el suelo del desierto ahora había un material negro con un extra?o objeto encima.

Era oblongo y blanco con los bordes redondeados. Thomas había visto algo parecido antes. De hecho, varios. Tras escapar del Laberinto y entrar en la enorme cámara de la que salían los laceradores, habían visto varios de aquellos contenedores con aspecto de ataúdes. Entonces no le había dado tiempo a pensarlo, pero al verlo ahora, pensó que debía de ser donde se quedaban los laceradores —?donde dormían?— cuando no estaban cazando humanos en el Laberinto.

Antes de que pudiera reaccionar, otras partes del suelo del desierto, que rodeaba al grupo en un gran círculo, empezaron a rotar y a abrirse como oscuras y enormes mandíbulas.

Montones de ellas.





Capítulo 58


El sonido del metal era ensordecedor mientras las secciones cuadradas giraban despacio sobre sus ejes. Thomas se tapó los oídos con las manos para tratar de alejar el ruido. El resto del grupo estaba haciendo lo mismo. A su alrededor, esparcidos uniformemente, rodeando por completo la zona donde ellos estaban, trozos del desierto rotaban hasta desaparecer, sustituidos al final por un gran cuadrado negro que se fijaba al suelo con un fuerte ruido metálico, con uno de esos ataúdes bulbosos y blancos apoyado encima. Como mínimo, había un total de treinta.

El chirrido del metal rozando el metal cesó. Nadie habló. El viento azotaba la tierra y levantaba corrientes de polvo alrededor de los contenedores redondeados. Emitía un sonido tintineante, que terminó convirtiéndose en un ruido que a Thomas le daba escalofríos. Tuvo que entrecerrar los ojos para que no se le metiera nada dentro. Ninguna otra cosa se había movido desde que aquellos objetos extra?os, casi alienígenas, aparecieron. Tan sólo estaban aquel sonido, el viento, el frío y el picor de ojos.

?Tom? —le llamó Teresa.

Sí.

Te acuerdas de eso, ?no?

Sí.

?Crees que hay laceradores dentro?

Thomas se dio cuenta de que eso era exactamente lo que pensaba, pero también había empezado a asumir que era imposible esperarse algo. Reflexionó un segundo antes de contestar.

No lo sé. Bueno, los laceradores tenían unos cuerpos muy húmedos. Sería difícil para ellos estar aquí fuera.

Parecía algo muy estúpido, pero se estaba agarrando a un clavo ardiendo.