Las pruebas (The Maze Runner #2)

—Entonces, dejaré de pensar en ello. Tenemos que alcanzar a los demás.

La mejor manera para conseguir llegar hasta el refugio seguro era colaborar con Teresa y Aris, y así lo haría. Ya pensaría más tarde en Teresa y en todo lo que había hecho.

—Si tú lo dices… —replicó ella con una sonrisa forzada, como si percibiera que algo no iba bien. O quizá no le gustara la posibilidad de enfrentarse a los clarianos después de lo que había pasado.

—?Habéis acabado ahí arriba? —gritó Aris, con la vista todavía en la otra dirección.

—?Sí! —respondió Teresa—. Y no esperes que te bese ni en la mejilla otra vez. Creo que tengo un hongo en el labio.

Thomas casi sintió náuseas al oír aquello. Volvió a bajar por la monta?a, moviéndose antes de que Teresa intentara cogerle de la mano.



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Tardaron una hora más en llegar al pie de la monta?a. La pendiente se niveló un poco mientras se acercaban, lo que les permitió acelerar el paso. Finalmente, las curvas cesaron y trotaron el último kilómetro hasta llegar a la tierra yerma, plana y desierta que se extendía hasta el horizonte. El aire era caliente, pero el cielo nublado y el viento lo hacían soportable.

Thomas seguía sin distinguir si se habían reunido los Grupos A y B más adelante, sobre todo ahora que había perdido la vista de pájaro y el polvo enturbiaba el aire. Pero tanto los chicos como las chicas seguían caminando en grupos api?ados, en dirección norte. Incluso desde su posición estratégica, parecían reclinarse contra el viento que aumentaba según avanzaban.

A Thomas le picaban los ojos por culpa de la tierra que levantaba el aire. No dejaba de limpiárselos, pero tan sólo lo empeoraba al irritarse la piel de las comisuras. El mundo continuó oscureciéndose conforme las nubes se espesaban en el cielo sobre sus cabezas.

Tras una breve pausa para comer y beber —las provisiones que les quedaban eran cada vez más limitadas—, los tres se tomaron un momento para observar a los otros grupos.

—Acaban de empezar a subir —dijo Teresa, se?alando hacia delante con una mano mientras con la otra se protegía los ojos del viento—. ?Por qué no corren?

—Porque aún nos quedan tres horas más hasta el plazo máximo —respondió Aris, mirando su reloj—. A menos que lo hayamos calculado mal, el refugio seguro debería de estar a pocos kilómetros a este lado de las monta?as. Pero no veo nada.

Thomas odiaba admitirlo, pero la esperanza de que no lo hubieran visto a causa de la distancia se había desvanecido.

—Por cómo se están arrastrando, está claro que ellas tampoco lo ven. No debe de estar ahí. No tienen nada hacia lo que correr más que el desierto.

Aris miró el cielo gris negruzco.

—Tiene mala pinta ahí arriba. ?Y si recibimos otra de esas bonitas tormentas eléctricas?

—Será mejor que no estemos en las monta?as si eso pasa —repuso Thomas. ?No sería una manera perfecta de acabar todo aquello?, pensó. Carbonizados por unos rayos de electricidad mientras buscaban un refugio seguro que nunca estuvo allí.

—Vamos a alcanzarlos —dijo Teresa—. Después ya pensaremos qué hacer —se dio la vuelta para mirar a los chicos y se puso las manos en las caderas—. ?Estáis preparados?

—Sí —respondió Thomas. Intentaba no hundirse en el abismo del pánico y la preocupación que amenazaba con tragárselo. Tenía que haber una explicación. Tenía que haberla.

Aris se encogió de hombros como respuesta.

—Pues corramos —contestó Teresa, y antes de que Thomas pudiera responder, la chica ya se había ido, con Aris pegado a sus talones.

Thomas respiró hondo. Por alguna razón, todo aquello le recordaba a la primera vez que salió a correr por el Laberinto con Minho. Y aquello le preocupaba. Exhaló y fue detrás de los otros dos.



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Después de unos veinte minutos corriendo, con un viento que le hacía esforzarse el doble de lo que jamás tuvo que hacer en el Laberinto, Thomas le habló a Teresa en su cabeza:

Creo que últimamente me han venido más recuerdos. En mis sue?os.

Había querido decírselo, pero no delante de Aris. Una prueba, más que nada, para ver cómo reaccionaba a lo que él recordaba. Para ver si podía encontrar alguna pista de sus verdaderas intenciones.

?En serio? —respondió ella. Podía percibir su sorpresa.

Sí. Cosas raras y aleatorias. De cuando era peque?o… Y… tú también estabas ahí. Tuve visiones de cómo nos trataba CRUEL. También vi algo de antes de que fuéramos al Claro.

La joven hizo una pausa antes de contestar, quizá temerosa de hacer las preguntas que al final se le habían ocurrido a él.

?Nos ayuda en algo? ?Recuerdas la mayoría?

Casi todo. Pero no bastaba para revelar demasiado.