Las pruebas (The Maze Runner #2)

?Qué viste?

Thomas le contó cada uno de los peque?os segmentos de memoria —o de sue?o— que entrevió en el último par de semanas. Que había visto a su madre, las conversaciones que oyó en la operación, que ella y él espiaban a los miembros de CRUEL, que había oído cosas que no acababan de tener sentido. Que les hacían pruebas y practicaban la telepatía. Y, al final, la despedida antes de irse al Claro.

?Y Aris estaba allí?—preguntó; pero, antes de que pudiera contestar, continuó—: Pues claro, ya lo sabía. Los tres formamos parte de esto. Pero es extra?o que todo el mundo muera, lo de las sustituciones y eso. ?Qué crees que significa?

No lo sé —respondió—, pero creo que si tuviéramos tiempo de sentarnos y hablar sobre el tema, nos volvería todo a la memoria.

Yo también. Tom, lo siento mucho. Sé que te cuesta mucho perdonarme.

?Habría alguna diferencia?

No; en cierto modo, lo he aceptado. Salvarte nos ha hecho perder lo que puede que tuviéramos.

Thomas no tenía ni idea de cómo responder a aquello. Tampoco podrían haber hablado mucho más de haberlo querido. Con el viento aullando, el polvo y los escombros volando por el aire, las nubes agitándose y ennegreciéndose, y cada vez más cerca de los demás…

No había tiempo.

Y por eso continuaron corriendo.



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Finalmente, los dos grupos delante de ellos se encontraron a lo lejos. Aunque lo que más interesante le resultó a Thomas fue que no parecía haber sido accidental. Las chicas del Grupo B habían llegado a un punto y se detuvieron; entonces Minho —ahora Thomas podía distinguirle y le alivió verle vivo y bien— y los clarianos cambiaron de dirección para ir hacia el este y reunirse con ellas.

Y ahora, a un kilómetro de distancia, todos estaban alrededor de algo que Thomas no podía ver. Se api?aban en un círculo compacto para mirar lo que fuese aquello.

?Qué pasa ahí delante? —le preguntó Teresa a Thomas en su mente.

No lo sé —respondió.

Los dos, junto con Aris, aceleraron el paso.

Tardaron tan sólo unos pocos minutos en alcanzar a los Grupos A y B, cruzando la polvorienta llanura azotada por el viento.

Minho se había apartado del grupo grande de gente y estaba frente a ellos cuando por fin lo consiguieron. Tenía los brazos cruzados, la ropa sucia, el pelo grasiento y su rostro aún mostraba se?ales de quemaduras. Pero estaba sonriendo. Thomas no podía creerse lo bien que se sentía al ver otra vez aquella sonrisita.

—?Ya era hora de que nos alcanzarais, tortugas! —les gritó Minho.

Thomas se paró justo delante de él y se inclinó para recuperar el aliento unos segundos antes de volver a enderezarse.

—Creía que estaríais luchando con u?as y dientes con estas chicas después de lo que nos hicieron. Bueno, a mí.

Minho se volvió hacia el grupo ahora mezclado de chicos y chicas, y después miró a Thomas.

—Bueno, antes que nada, tienen armas con peor pinta, por no mencionar los arcos y las flechas. Además, una tía que se llama Harriet nos lo contó todo. Nosotros somos lo que deberíamos estar sorprendidos de que tú sigas con ellos —fulminó con la mirada a Teresa y a Aris—. Nunca confié en ninguno de esos dos fucos traidores.

Thomas intentó ocultar su mezcla de emociones.

—Están de nuestra parte. Confía en mí —de algún modo retorcido y retrasado, estaba empezando a creérselo de verdad. Y le ponía enfermo.

Minho se rió con amargura.

—Me figuré que dirías algo parecido. Déjame adivinar: ?es una larga historia?

—Sí, una historia muy larga —respondió Thomas, y luego cambió de tema—. ?Por qué os habéis parado todos aquí? ?Qué está mirando todo el mundo?

Minho se apartó y le pasó el brazo por detrás.

—Echa una ojeadita tú mismo —entonces gritó a los dos grupos—: ?Tíos, dejad sitio!

Varios clarianos y algunas chicas se dieron la vuelta y, despacio, se echaron a un lado, arrastrando los pies, hasta que se formó un estrecho pasillo entre la multitud. Al instante, Thomas vio que el objeto que atraía la atención de todos era un simple palo que sobresalía del terreno árido. Una cinta naranja colgaba de la punta, agitándose al viento. Había unas letras impresas en el estrecho estandarte.

Thomas y Teresa intercambiaron una mirada y Thomas se abrió camino entre la gente para mirarlo más de cerca. Antes de llegar allí, ya pudo leer las palabras impresas en la cinta, negro sobre naranja:

EL REFUGIO SEGURO.





Capítulo 57


A pesar del viento y el alboroto de la gente, el mundo quedó en silencio alrededor de Thomas por un momento, como si le hubieran metido algodón en los oídos. Cayó de rodillas y, aturdido, extendió la mano para tocar la cinta naranja que ondeaba. ?Era aquello el refugio seguro? ?No era un edificio, un albergue, algo?