Las pruebas (The Maze Runner #2)

—Lo sé —asiente Thomas. Siente una tristeza que le afecta hasta el último rincón de su ser.

Aris abre la puerta para que Thomas le siga. Thomas así lo hace, pero se las arregla para mirar a Teresa una última vez. Intenta parecer optimista.

—Hasta ma?ana —dice.

Lo que es cierto, y duele.



? ? ?





Capítulo 54


Susurros en la oscuridad.

Eso fue lo que Thomas oyó cuando empezó a recuperar el conocimiento. Bajos, pero ásperos, como un papel de lija rozando sus tímpanos. No entendía nada. Estaba tan oscuro que tardó un segundo en darse cuenta de que tenía los ojos abiertos.

Algo frío y duro le apretaba la cara. El suelo. No se había movido desde que el gas le había dejado sin sentido. Parecía increíble, pero ya no le dolía la cabeza. De hecho, no le dolía nada. En su lugar, le invadió una sensación de renovada euforia, que casi le mareaba. A lo mejor tan sólo estaba contento de estar vivo.

Se apoyó sobre las manos y se sentó. Mirar a su alrededor no le sirvió de nada, ni siquiera el más mínimo destello de luz rompía la oscuridad total. Se preguntó qué habría pasado con el resplandor verde de la puerta que Teresa había cerrado.

Teresa.

La exaltación mermó al recordar lo que le había hecho. Pero entonces…

No estaba muerto. A menos que la vida después de la muerte fuera una porquería de habitación oscura.

Descansó unos minutos, dejó que su mente se despertara y se asentara antes de ponerse de pie y empezar a andar a tientas. Tres paredes metálicas con agujeros a la misma distancia unos de otros, en la parte superior. Una pared lisa que parecía estar hecha de plástico. Sin duda, estaba en la misma habitación.

Golpeó la puerta.

—?Eh! ?Hay alguien ahí fuera?

Su mente empezó a divagar. Ya había tenido varios sue?os-recuerdos. Tenía mucho que procesar, muchas preguntas. Lo primero que le había vuelto a la memoria al pasar por el Cambio en el Laberinto empezaba a verse con claridad, a solidificarse. Había sido parte de los planes de CRUEL, parte de todo aquello. Teresa y él habían estado unidos, incluso eran muy amigos. Todo aquello le parecía bien. Hacerlo por el bien supremo.

Aunque Thomas no se sentía tan bien ahora. Lo único que sentía era rabia y vergüenza. ?Cómo podía justificarse lo que habían hecho? ?Lo que CRUEL —ellos mismos— estaba haciendo? Aunque era evidente que no pensaba eso de sí mismo, él y los demás eran unos críos. ?Críos! Había empezado a detestarse a sí mismo. No estaba seguro de cuándo había llegado a aquel extremo, pero algo se había roto en su interior.

Y luego estaba Teresa. ?Cómo podía haber tenido aquellos sentimientos por ella?

Algo se partió, silbó e interrumpió el curso de sus pensamientos.

La puerta empezó a abrirse despacio, hacia fuera. Teresa estaba allí, bajo la pálida luz de la primera hora de la ma?ana, con la cara surcada de lágrimas. En cuanto hubo suficiente espacio, se lanzó sobre él para rodearle con los brazos, apretando el rostro contra su cuello.

—Lo siento muchísimo, Tom —dijo mientras las lágrimas le mojaban el rostro—. Lo siento tanto… Dijeron que te matarían si no hacíamos todo lo que nos habían ordenado, sin importar lo horrible que fuera. ?Lo siento, Tom!

Thomas no podía responder, no pudo devolverle el abrazo. Traición. El letrero en la puerta de Teresa, la conversación entre las personas de sus sue?os. Las piezas comenzaban a encajar. Por lo que sabía, tan sólo estaba intentando enga?arle de nuevo. La traición significaba que ya no podía confiar en ella y su corazón le decía que no podía perdonarla.

En cierto modo, se dio cuenta de que Teresa había mantenido su promesa inicial después de todo. Había hecho aquellas cosas horribles en contra de su voluntad. Lo que le había dicho en la choza era verdad. Pero también sabía que nada volvería a ser igual entre ellos.

Finalmente, apartó a la chica. La sinceridad en sus ojos azules no ayudó mucho a reducir su duda persistente.

—Eh… quizá deberías contarme qué ha pasado.

—Te dije que confiaras en mí —respondió—. Te dije que iban a ocurrirte cosas muy malas. Pero lo malo no era más que un enga?o.

Entonces esbozó una sonrisa tan bonita que Thomas deseó encontrar un modo de olvidar lo que había hecho.

—Sí, pero no pareciste contenerte demasiado cuando me pegaste aquella paliza con la lanza y me arrojaste a la cámara de gas.

No podía ocultar la desconfianza que ardía en su corazón. Miró a Aris, que parecía avergonzado, como si se hubiera metido en una conversación privada.

—Lo siento —dijo el chico.

—?Por qué no me habías dicho que ya nos conocíamos? ?Qué…? —no sabía qué decir.

—Era todo falso, Tom —insistió Teresa—; tienes que creernos. Nos prometieron desde el principio que no morirías. Que esa cámara tenía un propósito y luego todo terminaría. Lo siento mucho.

Thomas se dio la vuelta hacia la puerta, que seguía abierta.