Las pruebas (The Maze Runner #2)

Thomas no consiguió reunir fuerzas para quitárselos de encima. El golpe doble en la cabeza le había debilitado, como si los músculos se le hubieran aletargado porque su cerebro no tenía bastante energía para mandarles órdenes. Teresa no tardó en agarrarle de ambos brazos y empezó a arrastrarle hacia la puerta abierta mientras Aris le empujaba. Thomas daba patadas débiles. Las rocas se clavaban en su piel.

—No me hagáis esto —susurró, cediendo ante la desesperación. Con cada palabra que pronunciaba le dolían todos los nervios del cuerpo—. Por favor…

Lo único que veía ahora eran destellos blancos y negros. Se dio cuenta de que era una conmoción cerebral. Tenía una terrible conmoción cerebral.

Apenas estaba consciente cuando cruzó el umbral. Teresa apoyó los brazos de Thomas en el frío metal de la pared del fondo, pasó por encima de él y ayudó a Aris a levantarle las piernas, de modo que quedó desplomado, de cara al lateral. Thomas ni siquiera tenía fuerzas para mirarlos.

—No —dijo, pero fue sólo un susurro.

La imagen del chico enfermo, Ben, al que desterraron del Claro le vino a la mente. Un momento extra?o para pensar en eso, pero ahora sabía cómo debió de sentirse el muchacho en aquellos últimos segundos antes de que las paredes se cerraran de golpe, atrapándole en el Laberinto para siempre.

—No —repitió tan bajo que imaginó que no podrían oírle. Le dolía todo el cuerpo, de la cabeza a los pies.

—Qué cabezota eres —oyó decir a Teresa—. ?Tenías que ponértelo más difícil! ?Tenías que ponérnoslo más difícil a nosotros!

—Teresa —susurró Thomas.

Atravesó el dolor e intentó llamarla telepáticamente, aunque llevaba mucho tiempo sin lograrlo.

Lo siento, Tom —le contestó ella—. Pero gracias por ser nuestro sacrificio.

No se había dado cuenta de que la puerta se estaba entornando, pero se cerró de golpe justo cuando aquella última palabra flotó hacia sus neblinosos pensamientos.





Capítulo 52


El dorso de la puerta que habían cerrado emitía un brillo verde y convertía la habitación en una terrible y escalofriante prisión. Habría llorado a mares, moqueado y gimoteado como un bebé si no le hubiera dolido tanto la cabeza. El dolor le perforaba el cráneo y tenía los ojos como si estuvieran hirviendo en lava. Pero incluso entonces, y tras pasar por todo aquello, el dolor aún más terrible de perder a Teresa le consumía. No podía quedarse allí llorando.

Perdió la noción del tiempo mientras estuvo allí tumbado. Era como si quienquiera que fuese el que estaba detrás de aquello quisiera darle la oportunidad de reflexionar sobre lo sucedido mientras esperaba el final. Sobre que el mensaje de Teresa de que confiara en ella había terminado siendo un truco cruel que tan sólo aumentaba su falsa traición.

Pasó una hora. Quizá dos o tres. Quizá sólo treinta minutos. No tenía ni idea.

Y entonces empezó el silbido.

La luz débil de la puerta resplandeciente reveló una niebla que salía de los agujeros que salpicaban las paredes metálicas delante de él. Giró la cabeza, lo que le provocó una nueva oleada de dolor en el cráneo, y vio que todas las aberturas expulsaban chorros similares de niebla. Y silbaban como un nido de víboras venenosas retorciéndose.

??Y ya está??, pensó.

?Después de todo por lo que había pasado, después de todos los misterios, las luchas y los breves instantes de esperanza, iban a matarle con algún tipo de gas venenoso? Ridículo, eso era. Ridículo. Se había enfrentado a los laceradores y a los raros, había sobrevivido a un disparo y una infección. CRUEL. ?Ellos eran los que le habían salvado! ?Y ahora iban a matarle con un gas?

Se sentó y gritó por el dolor que le provocó. Miró a su alrededor para buscar algo que le permitiera…

Estaba cansado. Muy cansado.

Algo en su pecho iba mal. Se encontraba mal.

El gas.

Cansado. Herido. El cuerpo agotado.

Respiró el gas.

No pudo evitarlo.

Tan… cansado…

Dentro de él. Algo iba mal.

Teresa. ?Por qué tenía que acabar así?

Cansado…

En algún lugar del límite de su conciencia, supo cuándo su cabeza golpeó contra el suelo.

Traición.

Tan…

Cansado…





Capítulo 53


Thomas no sabía si estaba muerto o vivo, pero parecía hallarse dormido. Consciente de sí mismo, pero aturdido, se deslizó en otro sue?o-recuerdo.

Thomas tiene dieciséis a?os. Está delante de Teresa y de otra chica que no reconoce.

Y Aris.

?Aris?

Los tres le están mirando con expresión adusta. Teresa está llorando.

—Tengo que irme —dice Thomas.

Aris asiente.

—Al Golpe y luego al Laberinto.

Teresa no hace más que secarse algunas lágrimas. Thomas extiende una mano y Aris se la estrecha. Luego Thomas hace lo mismo con la chica que no conoce. Entonces Teresa se acerca a él corriendo y le da un abrazo. Está sollozando y Thomas se da cuenta de que también él llora. Sus lágrimas le humedecen el pelo mientras la abraza con fuerza.

—Tienes que irte ya —dice Aris.

Thomas le mira. Espera. Intenta disfrutar de aquel momento con Teresa, su último instante de plena memoria. Nada volverá a ser igual en mucho tiempo.

Teresa le observa.

—Va a funcionar. Todo va a funcionar.