La bella de la bestia

—Tienes que atarla —protestó John—. De lo contrario huirá.

—La voy a atar a mí: cintura con cintura. Tú lo has querido, mujer.

Gytha se pasó una mano sobre su redonda barriga y frunció el ce?o ligeramente.

—No puedes atarme por la cintura. El bebé…

—Te voy a atar por encima de la barriga. ?Comprendes?

Después de vacilar un momento, Gytha asintió con la cabeza. Cualquier cosa tenía que ser mejor que lo sufrido antes. Si se sentía incómoda atada de esa manera, volvería a protestar y a amenazarlos.

La manera en que la ató, uniéndola a él, con la cuerda por encima del abultado vientre y justo debajo de los senos, implicaba una gran proximidad entre ellos. Gytha procuró dejar a un lado su repugnancia y guardó silencio, incluso cuando se vio obligada a compartir una manta con él durante la noche. Puso toda la distancia que pudo entre los dos y cerró los ojos, tratando de buscar el reconfortante olvido del sue?o.

—Allí están.

Tras el brusco anuncio de Henry, Gytha se volvió para mirar. Limitaba sus movimientos la cuerda que tenía alrededor del cuerpo, que la ataba firmemente a la carreta. El nudo principal estaba justo al lado de Henry, lo que hacía que ella no tuviera ninguna oportunidad de desatarse, aunque de momento no tenía intención de intentarlo siquiera. Saltar de una carreta en movimiento podía ser un riesgo demasiado alto para su hijo y para su propia salud. Sin embargo, cuando vio en la distancia a Charles Pickney, consideró por un momento la posibilidad de hacerlo, pensando que un golpe sería el menor de los males.

La carreta se detuvo justo en las afueras del campamento de Charles Pickney, y Gytha se dio cuenta rápidamente de que el hombre tenía apenas dos docenas de hombres armados a su servicio. Robert y Pickney caminaron hacia la carreta para verla. Ella los miró con una mezcla de atención y desafiante arrogancia. Se asustó un poco por la mirada que Pickney lanzó a su abdomen, pero se esforzó en disimular su miedo. Robert, por su parte, como notó Gytha rápidamente, estaba profundamente afligido. Hizo caso omiso de ello. Era a Pickney a quien debía prestar atención, él era el jefe, el peligro verdadero.

—Estás embarazada —Pickney apretó los pu?os con fuerza, tratando de controlar un evidente deseo de golpear a Gytha.

—Qué ojo tan agudo tienes. Sí, estoy embarazada. Es algo que les pasa con frecuencia a las mujeres que tienen marido.

—Guárdate tus impertinencias. Maldito sea ese hombre y maldita seas tú —siseó, frotándose las manos con rabia contenida—. Pero no te preocupes, eso lo tendremos que arreglar.

Las frías palabras de Pickney consiguieron que estremecimientos de miedo recorrieran el cuerpo de Gytha. Notó que a Robert se le dibujaba por un instante una expresión de horror en el rostro. Estaba claro que había cosas que él no podía pasar por alto. Lo que Gytha necesitaba descubrir ahora era si Robert sería capaz de reunir el valor necesario para detener lo que tan claramente lo horrorizaba. Y también estaba por ver, pensó antes de devolver toda su atención a Pickney, si ella misma sería capaz de infundirle esa presencia de ánimo que le hacía falta.

—Yo, en tu lugar, no haría tantos planes —dijo Gytha a Pickney, con voz fría, sin tomarse la molestia de disimular el odio que sentía por él.

—?Insinúas que eres tan tonta como para creer que tu gran Demonio Rojo puede ganar esta vez?

—?Insinúas que eres tan tonto como para pensar que no?

—Mujer, te tengo a mi merced y, gracias a eso, pronto me apoderaré de la Casa Saitun. Tengo bien agarrado a ese bastardo rojizo.

—Todavía no.

Pickney se inclinó sobre el borde de la carreta y apuntó hacia ella, amenazador, el dedo índice.

—Deberías tener cuidado, mi se?ora. Ahora estás en mi poder.

—Pues lo mejor que puedes hacer es mantenerme segura y a salvo, se?or. Es posible que yo sea lo único que se interpone entre tu persona y una muy merecida muerte a manos de mi marido. Disfrutas como si ya hubieras ganado, pero es mejor no alardear demasiado pronto, teniendo en cuenta que la batalla todavía no se ha librado.

Robert se dio cuenta de que las palabras de Gytha estaban enfureciendo a su tío, y entonces decidió intervenir.

—Cuida tus palabras, Gytha.

—Sí, escucha al estúpido de mi sobrino. No es buena idea azuzarme. Basta ya de tonterías. ?Es hora de partir hacia la Casa Saitun! —gritó mientras caminaba hacia sus hombres.