La bella de la bestia

—Si puedo encontrarlo, porque ahora no lo veo —murmuró Thayer, y guardó silencio. El hombre que lo había guiado y permitido sobrevivir a tantas batallas parecía haberlo abandonado; el miedo y la preocupación lo mantenían oculto. El amor, pensó con furia, podía convertir a un hombre en un cobarde. Tenía que reaccionar.

Miró con aire ausente a sus hombres mientras ese último pensamiento le pasaba por la mente. A pesar de sus esfuerzos por mantener sus sentimientos a raya, la verdad era que amaba a Gytha. ése era el sentimiento que le despertaba el miedo, ahora que ella estaba en peligro. ésa era la razón por la cual sentía la necesidad desesperada de traerla de vuelta sana y salva. El amor era maravilloso, pero lo tenía paralizado. Que amara a Gytha explicaba muchas cosas que había hecho, dicho y sentido. En ella había encontrado lo que un hombre necesita para sentirse completamente vivo. No era sorprendente, por tanto, que su inteligencia estuviera nublada cuando se trataba de enfrentarse con la posibilidad de perder todo aquello.

Encontrar explicación a lo que le ocurría era una ayuda, al menos le permitía recuperar en parte la compostura. Se concentró en los planes que proponían sus hombres. Su estado de ánimo flaqueaba ligeramente cada vez que un plan quedaba descartado, por inviable, en la discusión. El de Torr era el que parecía más esperanzador, aunque Thayer ya lo había considerado brevemente y lo había descartado en uno de los pocos momentos de lucidez que tuvo desde que habían raptado a Gytha. Tristemente, Torr no tenía solución para la principal debilidad evidente que presentaba: ?cómo podían entrar a la Casa Saitun sin que los vieran? Ninguno de los hombres que conociera mínimamente la Casa Saitun recordaba la existencia de alguna entrada que pudieran usar sin que los vieran. Si la casa tenía una puerta secreta, sólo la familia conocía su existencia. O incluso sólo algún miembro de la familia. Quizá William se había llevado el secreto a la tumba.

Con pesar, Thayer tuvo que reconocer que el plan habría que trazarlo sobre el terreno. Entonces ordenó la partida hacia la Casa Saitun, y salieron del gran salón. Cuando se preparaba para montar, con Roger y Merlion flanqueándolo, hizo una pausa.

Se tragó su orgullo para hacer una confesión que sabía que debía a sus hombres.

—Roger, vigílame de cerca —le dijo a su amigo mientras revisaba la cincha de su silla de montar.

—?Crees que no te he cuidado bien la espalda todos estos a?os?

—No hablo de mi espalda, sino de mí. Vigílame de cerca. Tú también, Merlion.

Roger frunció el ce?o y miró inquisitivamente a Thayer.

—No estoy seguro de entender lo que quieres decir.

—Estoy a un paso de perder la razón, al borde de la locura.

—Pareces sereno y calmado —murmuró Merlion mientras se montaba en su caballo—. Y tienes razones de sobra para estar de un humor revuelto.

—En cualquier caso, por favor, vigiladme. Lo que se revuelve dentro de mí podría poner en peligro a los hombres. Aparento calma, pero me queda muy poca. Sé que no es momento de dejar que las emociones me guíen, pero hierven tan fuertemente dentro de mí que podrían tomar el mando con facilidad. Os doy carta blanca para que me quitéis el mando si empiezo a actuar irresponsablemente, poniendo en riesgo las vidas que ahora llevo al campo de batalla. Juradme que no me seguiréis ciegamente, pues sólo Dios sabe adónde puede llevarme esta vez el temperamento. Un hombre necesita sangre fría y una mente clara para dirigir a otros en la batalla. En este momento no cuento con ninguna de las dos cosas. Jurad —ordenó, subiéndose al caballo.

—Lo juro —dijo Roger, montando él también. Merlion juró inmediatamente después—. Aunque rezo para que no tengamos que llegar a ese extremo.

—Yo también rezo por ello, amigos míos —Thayer tomó aire y después sonrió sombríamente—. Hay otra cosa que podéis hacer por mí.

—?Sí? —preguntaron Roger y Merlion al unísono.

—Mientras cabalgamos hacia la Casa Saitun buscad en vuestros recuerdos, a ver si encontráis una manera de entrar en el maldito lugar. Creo que ésa sería nuestra mejor oportunidad de salir victoriosos de todo esto.





Capítulo 13


Gytha casi luchaba por no recuperar la conciencia, pues con ella venía el dolor. Un agudo pinchazo, una pulsación dolorosa, le desgarraba la cabeza, por dentro y por fuera. Voces roncas y profundas se abrían paso a través de la neblina que poblaba su mente. Empezó a darse cuenta de que había movimiento, y cada balanceo cada y bache le producían más dolor.