La bella de la bestia

—?Qué otra opción me queda? Tiene a mi esposa.

—Tiene la intención de casarla con Robert, lo que significa que no le hará da?o, al menos hasta que haya sacado provecho de ese matrimonio.

—?Realmente podemos estar seguros de ello, Roger? En su vientre descansa mi heredero, y ese hecho puede cambiar todos sus planes. Que mi heredero pueda nacer y vivir representa un riesgo demasiado alto para él. Existen tres soluciones para el problema que le acarrea el bebé: puede esperar a que nazca y luego matarlo. Puede tratar de sacarlo del cuerpo de Gytha, lo que también la pone en peligro a ella; o puede matar a madre e hijo de una sola vez.

Al enumerar las terribles posibilidades Thayer temblaba por dentro. Bebió más cerveza, pero encontró poco consuelo en ella. Su miedo tenía raíces muy profundas. Pickney tenía en su poder todo lo que era de verdad importante para él.

Al menos tenía a Bek, pero pensarlo no le sirvió de mucho. Amaba al chico y habían pasado muchas cosas juntos. Nada podría ocupar el lugar de Bek en su corazón, pero el muchacho tampoco podía llenar el vacío que le dejaría la pérdida de Gytha y su bebé.

—Creo —dijo Roger, rompiendo el tenso silencio reinante— que Pickney escogerá la primera de esas odiosas opciones.

—?En serio? —preguntó Thayer—. ?Por qué?

—Porque hasta ahora ha demostrado que sólo piensa en lo que puede ganar cuanto antes, sin pensárselo mucho y sin considerar nada más. Apoderarse de tus tierras y tu dinero ha sido su único objetivo todo este tiempo, y desestima todo lo demás, incluso las consecuencias que se deriven de sus actos. Gytha puede ayudarlo a incrementar sus ganancias. Le será de utilidad durante cierto tiempo. Ahora la necesita para llevarte a su trampa, y para contener nuestros deseos de ir lanza en ristre contra ellos. Si te mata, como pretende, Gytha será su único escudo protector, lo único que puede poner frente a nosotros para evitar que lo matemos.

La lógica que encerraban las palabras de Roger le dio a Thayer una luz de esperanza. También le hizo ver que disponía de cierto tiempo, lo que podría ofrecerle la oportunidad de salvar a su esposa y acabar para siempre con las intrigas y los crímenes de Pickney. No se le ocurrió ningún plan inmediato, pero Thayer no se sorprendió por ello. La cabeza todavía le daba vueltas por todo lo sucedido, y no se encontraba en condiciones de planear ninguna estrategia inteligente.

—Vamos, regresemos a Riverfall. Por ahora actuaremos como si nos dispusiéramos a librar una batalla —empezó a caminar hacia la puerta de la hostería y sus hombres se apresuraron a seguirlo—. Es lo que ese gusano espera que hagamos. Así que le dejaremos creer que vamos a hacer lo que quiere. Cabalgaremos hacia la Casa Saitun y pediremos a gritos, frente a sus murallas, que nos devuelvan a Gytha. Amenazaremos con usar la fuerza, con arrasar la propiedad y exterminarlos a todos.

—?Y cuál es nuestro verdadero plan?

—?Nuestro verdadero plan? —Thayer se rió amargamente—. Todavía no tenemos ninguno. Rezo para que podamos idearlo mientras plantamos nuestro campamento en las tierras aleda?as a la Casa Saitun.

En el momento en que Thayer cruzó las puertas de Riverfall supo que Torr había puesto sobre aviso a los hombres. Secamente, dio la orden de prepararse para la batalla que todos estaban esperando. Y sin perder un instante, se dirigió hacia su habitación para prepararse él mismo.

En la soledad de su habitación no encontró sosiego para pensar con claridad. Gytha estaba presente en todas partes. Su particular perfume llenaba el aire. Se atavió a toda prisa, para poder salir de la habitación y escapar de los recuerdos, que le exacerbaban los miedos que luchaba por controlar.

En cuanto estuvo listo, salió hacia la habitación de Margaret y no le sorprendió encontrar a Roger allí. Habían hecho pública su relación y todos en Riverfall aceptaban encantados el noviazgo y se preguntaban cuándo se llevaría a cabo el matrimonio. Sin embargo, el interés de Thayer no estaba concentrado en la pareja que se despedía como suelen hacerlo los amantes cuando el hombre tiene que partir hacia la batalla, sino en Bek, a quien Margaret había acomodado en su habitación. El muchacho estaba acurrucado en la cama de la joven, profundamente dormido.

—?Cómo está? —preguntó a Margaret en voz baja mientras caminaba hacia la cama.

—Mejor, mi se?or —Margaret, con Roger pasándole el brazo sobre los hombros, se dirigió hacia Thayer y se detuvo a su lado—. Le di una infusión suave para aliviarle el dolor de cabeza —suspiró—. Pero no tengo nada para aliviar el dolor del corazón del pobre chico.