La bella de la bestia

—Muy pronto, lady Gytha —el tono de voz de Pickney hizo que el título sonara como un insulto—, serás testigo de la muerte del Demonio Rojo.

—?En serio? Yo creo, se?or, que lo que voy a presenciar pronto es tu muerte. Y rezo a Dios para que tengas una agonía lenta y dolorosa, aunque me temo que mi marido es incapaz de esperar. Acabará contigo en un instante, para tu suerte.

Pickney le dio un bofetón con el dorso de la mano. Gytha soltó un quejido mientras retrocedía tambaleándose, hasta chocar contra la pared. El sabor cálido y salado de la sangre le llenó la boca. Tanteó con la lengua el interior de su boca y descubrió que el golpe le había producido un profundo corte en el interior de la mejilla. Recordó la advertencia de Henry y trató de no dejarse dominar por la furia que sentía. Aquel hombre estaba lleno de odio y furia, y ambos sentimientos se dirigían ahora especialmente contra ella. No debía exacerbarlos.

—He triunfado, pero es evidente que necesitas alguna prueba más para aceptar mi victoria —Pickney sonrió y por un frío momento mostró sus dientes amarillos y retorcidos—. Y la tendrás. Pronto, muy pronto, pondré en tus manos la arrogante cabeza del Demonio Rojo.

De repente, Gytha sintió náuseas por la imagen que invocaban las palabras de Pickney, pero luchó por controlarse. Rehusó tenazmente mostrar alguna se?al de debilidad ante él.

—Algún día, se?or, vas a pagar por todos estos crímenes que cometes tan alegremente —antes de que pudiera continuar, una cabeza se asomó por la puerta.

—Hombres armados se aproximan a las murallas, se?or —anunció el soldado.

Pickney asintió con la cabeza.

—Bertrand, cuando te haga una se?al, coloca a la mujer en la ventana, para que su hombre pueda verla claramente —se rió en tono bajo y echó un prolongado vistazo a Gytha antes de dirigirse hacia la puerta de la habitación, con Thomas y el otro hombre siguiéndole—. Al parecer, mi se?ora, tu marido está de lo más ansioso por morir.





Capítulo 14


—?Pickney!

Thayer observó las murallas de la Casa Saitun mientras su grito resonaba por la llanura que se extendía extramuros. Al llegar frente al castillo, su angustia era tan grande que tuvo que contenerse para no cabalgar directamente hasta las puertas y lanzarse contra ellas en un gesto demente e inútil. Cuando Pickney apareció sobre la muralla, Thayer agarró la empu?adura de su espada. Nunca había sentido un impulso tan fuerte de matar a un hombre.

—Ah, el Demonio Rojo en persona ha venido a suplicar a mis puertas —gritó Pickney con agudo tono de burla en la voz.

—Son mis puertas, bastardo, no las tuyas. Pero eso ahora es lo de menos. ?Dónde está mi esposa?

—?Tu esposa? ?Y por qué tendría yo que estar al tanto de las andanzas de la peque?a puta?

—Cuando le ponga las manos encima a ese cerdo, lo voy a despedazar lentamente —susurró Thayer a Roger y Merlion, que lo flanqueaban, y después levantó la voz otra vez, para hablar a Pickney—. Tu aliada de la hostería aprecia más su vida que la lealtad a ti. Elizabeth me lo contó todo, Pickney, así que déjate de mentiras y disimulos.

—Está bien, lo reconozco. Sí, tengo a tu esposa, pero no te la daré gratis, porque tiene precio.

—No voy a discutir nada hasta que vea que Gytha está viva y en buen estado.

—Me parece justo.

Thayer vio que Pickney sacudía la mano, haciéndole una se?al a alguien. Después, el hombre se?aló hacia la torre occidental. Thayer miró en esa dirección y no pudo menos que maldecir. Gytha estaba precariamente sentada en la angosta ventana, en lo alto de la torre. El miedo que sintió por ella sólo se apaciguó ligeramente cuando se dio cuenta de que unas fuertes manos la sujetaban por los brazos para evitar que se cayera. Sin embargo, enseguida pensó que esa misma persona que la sujetaba podía lanzarla al vacío.

—?Gytha! —gritó Thayer sin estar seguro de que su voz pudiera llegar tan lejos—. ?Te han hecho da?o? —ella sólo negó ligeramente con la cabeza, lo que lo hizo fruncir el ce?o. Se daba cuenta de que su mujer estaba, sin lugar a dudas, aterrorizada—. Está bien, Pickney, ya la he visto. Dile a tu hombre que vuelva a meterla en la habitación —se relajó un poco cuando Pickney hizo otro gesto con la mano y el esbirro introdujo a Gytha de nuevo en la torre.

—Entonces, Demonio Rojo —Pickney mencionó el sobrenombre con sorna—, ya ves que ahora soy el se?or de todo esto, así que tendrás que reverenciarme.

—Eso todavía está por verse. ?Qué quieres?

—Por el momento, creo que tengo todo lo que quiero. Aunque… no. Me falta una cosa.

Thayer apretó los dientes con tanta fuerza que se hizo da?o en las mandíbulas. Se dio un respiro antes de responder. No podía dar rienda suelta a la furia que le quemaba por dentro. Pickney tenía a Gytha, y no debía olvidar la clase de hombre que era; no dudaría en hacerle da?o, aunque fuera una mujer, y aunque estuviera embarazada. Fuera como fuese, tenía que aplacar al secuestrador, no provocarlo ni hacerlo enfurecer. De momento debía seguirle el juego.

—?Y qué es lo que te falta, Pickney?