La bella de la bestia

—Te lo juro. También te juro que si Pickney le hace da?o o, Dios no lo quiera, si muere a manos de él, no vacilaré en matarlo. Aunque tenga que derribar los muros de la Casa Saitun piedra por piedra para llegar a él.

Thayer y Roger se dieron un apretón de manos. El guerrero pelirrojo encontró algo de consuelo en el juramento. Si tenía que enfrentarse a su propia muerte por la ma?ana, por lo menos lo haría sabiendo que Gytha seguía teniendo un protector, y que alguien se encargaría de que Pickney pagara sus crímenes tarde o temprano. Rezó para que, antes de que amaneciera, sus hombres le dieran el consuelo que realmente anhelaba: que encontraran una manera de entrar en la Casa Saitun.

Gytha miró por la ventana y vio a lo lejos los destellos de las hogueras del campamento de Thayer. ?Cómo anhelaba estar con él, abrazarlo y aplacar su tormento!

Un ruido en la puerta desvió sus pensamientos del oscuro rumbo que habían tomado. Vio con desinterés que Henry entraba en la habitación y le ponía una bandeja con comida sobre la peque?a mesa, mientras John lo esperaba en la puerta. Cuando ambos hombres se quedaron mirándola, Gytha suspiró, caminó hacia la mesa y se sentó en el rústico taburete que se encontraba frente a ella. No dejó de sorprenderse cuando, al ver la comida, su cuerpo empezó a sentir un hambre atroz. Le parecía indigno. En cierto modo, se sentía desleal por tener tal apetito mientras la vida de Thayer pendía de un hilo.

—Tienes que comer, mi se?ora —dijo Henry pasado un momento.

—?Por qué?

—Por el bien de tu hijo.

—Ah, entonces tengo que cebarlo para que llegue gordo al matadero, ?no? —por el rabillo del ojo vio que los dos hombres se estremecían.

—Puede que tenga la posibilidad de vivir.

Gytha se rió desde?osamente mientras cortaba un trozo de queso y se lo llevaba a la boca.

—No me contéis mentiras. Sabéis tan bien como yo que Pickney no permitirá que el ni?o viva. Aunque permita que nazca, sólo será para aplastarle el cráneo en cuanto tome el primer aliento. Llevo en el vientre al heredero de este lugar. Ya sabéis cómo trata Pickney a los que van a heredar —Gytha comió un poco más de queso y luego untó miel sobre una gruesa rebanada de pan.

—Quizá sea una ni?a.

—?Realmente crees que eso cambiaría el destino del bebé, Henry? No seas idiota —Gytha hizo caso omiso de la mueca de disgusto del guerrero, y siguió comiendo—. Si el rey descubre que uno de sus caballeros murió y dejó una hija legítima, la tomará bajo su custodia. Hacerlo es su derecho. Y al cabo del tiempo la casará con algún vasallo al que tenga que recompensar, y todo lo que deje Thayer como herencia irá a manos de ese hombre. Pickney no querrá correr el riesgo de que el rey se entere de que existe por ahí una hija viva de Thayer.

—En cualquier caso, nosotros no tenemos nada que ver con todo lo que cuentas —protestó John.

—?No? ?Quién me trajo aquí? ?Quién me arrancó de la seguridad de Riverfall?

—Nosotros no conocíamos los verdaderos planes de Pickney.

—Os creéis inocentes, por lo que veo. El problema es que ahora sí que sabéis exactamente lo que quiere hacer —miró fijamente a ambos hombres—. Estáis al corriente de su maldad y, sin embargo, no hacéis nada —volvió la mirada al plato y siguió comiendo.

—No queremos morir —balbuceó Henry—. Nos vigilan muy de cerca. Pickney no confía en nadie.

—Y, por tanto, os cruzaréis de brazos y permitiréis que os hagan cómplices de un asesinato detrás de otro. Aunque vuestras manos no empu?en la espada, quedarán manchadas de sangre inocente. Permanecer en silencio, sin hacer nada, no exime de culpa, se?ores.

—Y hacer algo en contra de Pickney, cualquier cosa, nos costaría la vida. Y posiblemente ni siquiera podríamos evitar este crimen de todas maneras —Henry levantó la bandeja vacía—. No quiero morir. Maldita sea, no quiero morir en un intento inútil por evitar algo que no puede evitarse.

—No puedes culparnos por ello —gimoteó John.

Gytha rescató de la bandeja su copa de vino, que no había terminado de apurar aún, y respondió.