—?Que el idiota de mi sobrino se haga cargo de lo que sea!
—No quiero ser irrespetuoso con el muchacho, se?or, pero creo que este problema requiere mayor habilidad de la que él tiene.
—?Maldición! ?Malditos sean todos estos imbéciles! —gru?ó Pickney al tiempo que se levantaba, de la cama, en la que ya estaba encima de Gytha. Mientras se amarraba de nuevo los pantalones, la miró—: Al parecer, tendrás que esperar un poco más para experimentar el placer que un verdadero hombre puede darte.
Cientos de fieras respuestas le llenaron la cabeza, pero Gytha no fue capaz de hablar. Cuando Thomas y Bertrand la soltaron, se cubrió el cuerpo desnudo con sus manos temblorosas, usando los jirones de su vestido. Mientras los tres hombres dirigían su atención hacia la puerta, Gytha se levantó de la cama y se acurrucó contra la pared. La sorprendió un poco ver a Henry en la puerta cuando Pickney la abrió. Nunca había pensado en él como en un verdadero miembro del grupo de Pickney.
—Espero que esto sea tan importante como dices —le soltó Pickney a Henry.
—Yo creo que lo es, se?or —Henry apenas vislumbró a Gytha, pero fue suficiente para darse cuenta de que, a pesar de que estaba aterrorizada y golpeada, todavía no la habían lastimado seriamente.
—Entonces, habla, ?qué pasa?
—Creo que he encontrado un fallo en nuestras defensas. He llegado a la conclusión de que es lo suficientemente grande como para que un demonio pelirrojo pueda entrar.
—Entonces alguien está bajando la guardia, porque cubrí como es debido todos los puntos, sin excepción. Estoy seguro de ello.
—Eso mismo pensé yo, se?or. Por esa razón decidí acudir directamente a ti. Estaba seguro de que querrías ver lo que pasa y, si es necesario, imponer disciplina con tu propia mano. Sí, siempre es mejor que el jefe se encargue de estos asuntos.
—Sí, así es. Venid conmigo —dijo Pickney, haciendo una se?al a Bertrand y a Thomas para que lo siguieran—. Creo que puedo necesitaros —hizo una pausa para volverse a mirar a Gytha—. No desesperes, querida. Volveremos pronto.
Robert observó a los dos guardias atados, mientras John comprobaba que las ataduras eran firmes. Estaba actuando contra su tío, y esa inesperada rebelión lo aterrorizó y lo emocionó al mismo tiempo. Estuvo a punto de reír, mitad de alegría, mitad de angustia. Tiempo atrás había albergado la esperanza de que Gytha pudiera darle la fortaleza que necesitaba para liberarse del viejo tirano. Y lo había hecho, aunque no de la manera en que él se lo había imaginado.
John miró a Robert con el ce?o fruncido, mientras éste seguía contemplando, ausente, a los aturdidos guardias.
—?Qué pasa? ?Estás pensando en escaparte, en dejarme solo?
—No —Robert salió de sus cavilaciones—. Es que acabo de darme cuenta de que soy libre.
—?Qué son esas tonterías de las que estás hablando?
—No me hagas caso. Mejor será que nos demos prisa. Mi tío va a hacer cuanto pueda para volver lo más pronto posible junto a Gytha.
—?Os marcháis! ?Qué pasa con nosotros? ?Pensáis dejarnos aquí?
Robert se volvió a mirar a los hombres que Pickney había hecho encerrar y fijó la mirada en el que había hablado. Lo reconoció, era un hombre enorme al que llamaban Wee Tom. Tenía su poco agraciada cara pegada a los barrotes de hierro, mientras los apretaba con fuerza con las manos.
—Por ahora, sí —contestó, y un murmullo de protestas empezó a escucharse.
—Nosotros podemos luchar contra Pickney.
—?Sin espadas, Wee Tom? Sé paciente. Volveremos en muy poco tiempo —y se dirigió a una peque?a habitación que estaba a la derecha.
—?Espera! —John agarró las llaves y fue a abrir la puerta de la celda—. Necesito a uno de vosotros. Sólo uno —gritó cuando todos los hombres se agolparon frente a la puerta.
—?Qué estás haciendo? —preguntó Robert—. ?De qué sirve sacar sólo a un hombre de la celda?
John abrió la puerta, sacó a Wee Tom y cerró de nuevo, y entonces respondió a Robert:
—Puede encargarse de evitar que si alguien se asoma por aquí alerte a los demás —después de cerrar otra vez la puerta, le dio a Wee Tom las llaves—. ?Entiendes lo que quiero decir?
—Sí. Si alguien viene, lo hago callar.
—Y si no lo consigues, dejas salir a los hombres. El alboroto que armen nos dará el tiempo que necesitamos.
—?Tiempo para qué? —preguntó Wee Tom.