—Para traer al Demonio Rojo —contestó Robert, tomando a John del brazo y arrastrándolo hacia la habitación de la derecha, donde se había metido momentos antes—. Ayúdame a mover estos baúles, John —le ordenó Robert mientras empezaba a tirar uno de los pesados armatostes que estaban colocados contra la pared.
Detrás de los baúles había una peque?a puerta. Robert la abrió y se arrastró por el estrecho túnel que empezaba allí. John lo siguió refunfu?ando. Estaba recubierto de piedra y era muy húmedo. No era lo suficientemente alto como para caminar por él, pero era bastante ancho para que cupiera incluso un hombre muy robusto. Robert apretó los dientes al oír ruidillos y notar la presencia de una multitud de bichos, y siguió avanzando por el túnel en la más completa oscuridad. Se sintió aliviado cuando, de improviso, el túnel se volvió ascendente. En la pared estaban incrustados unos pelda?os de metal. Robert no podía abrir solo, así que John se situó junto a él y empujaron los dos a la vez. El vivificante golpe de viento fresco que sintieron cuando finalmente pudieron abrir la puerta les compensó por la avalancha de hojas secas, guijarros y ramas secas que tuvieron que soportar. Robert saltó al exterior, y después ayudó a John a salir. El interior hueco del enorme árbol por el que salieron era demasiado estrecho para que pasaran dos hombres. Robert dio un paso afuera. Empezó a mirar a su alrededor, a los campos abiertos que colindaban con los amenazantes muros de la Casa Saitun, y rezó para que el plan de Henry estuviera dando resultado.
—Es mejor que nos demos prisa —murmuró John mientras se sacudía la ropa—. Podemos quedarnos en el bosque hasta que estemos cerca del campamento del Demonio Rojo. Así ninguno de los dos bandos podrá vernos y confundirnos con el enemigo.
Asintiendo con la cabeza, Robert empezó a caminar hacia el campamento de Thayer, con John pisándole los talones. Habían avanzado apenas unos diez metros cuando varios hombres saltaron sobre ellos y los apresaron antes de que tuvieran tiempo de oponer resistencia alguna. Uno de los hombres se acercó lo suficiente como para que Robert pudiera reconocerlo, y el joven sintió que el miedo enfriaba su recientemente adquirida sensación de libertad. La sonrisa gélida de Merlion hizo que casi se le parase el corazón.
—Quiero ver a Thayer —dijo Robert, maldiciendo la ridícula forma en que el miedo había hecho que le temblara la voz.
—Sí, claro que vas a verlo —replicó Merlion arrastrando las palabras—. Todos los hombres tienen derecho a mirar cara a cara a su verdugo.
Capítulo 15
Cuando Merlion entró de improviso a la tienda, Thayer se puso de pie de un salto. El recién llegado reflejaba tal agitación que el Demonio Rojo sintió renacer sus esperanzas al instante.
—?Habéis encontrado algo? —preguntó, y se sintió satisfecho por la serenidad y la firmeza de su voz.
—Sí —Merlion se?aló hacia atrás y dos hombres entraron a empujones a la tienda, y cayeron de rodillas ante ellos—. No sé qué se están tramando ahora, pero encontramos a estos dos merodeando por el bosque —concluyó Merlion al tiempo que golpeaba a Robert con la bota.
Los dos prisioneros se pusieron de pie lentamente. Al reconocer a su primo, Thayer sintió que lo invadía una oleada de ira. Ciego de odio, sólo pensó en la venganza, en destrozar a todos los causantes de su ruina. Gru?ó sordamente e intentó arremeter contra Robert, que lanzó un chillido terrorífico y se escondió detrás de los hombres que estaban a la entrada de la tienda.
Con enormes reflejos, Roger agarró a Thayer a tiempo, y vio con alivio que Merlion se apresuraba a ayudarle. Los dos caballeros forcejearon y dieron traspiés torpemente alrededor de su amigo, tratando de evitar que saltara sobre Robert y lo matara sin más. Roger no paraba de decir cosas a Thayer para calmarlo. Tenía que haber una buena razón para que Robert estuviera fuera de la Casa Saitun, y Roger quería que Thayer se calmara un poco, reflexionara y pudiera darse cuenta de ello. Rezó por lo bajo, agradecido, cuando finalmente Thayer se sosegó, dejó de luchar con él y con Merlion, y se quedó quieto, con el rostro desencajado y respirando pesadamente.
—Estoy calmado, dejadme. No voy a matar al muchacho —Thayer miró a Robert, que trataba de pasar desapercibido detrás de John—. Al menos de momento. Primero hablaremos. ?Deja ya de esconderte detrás de ese hombre, como si fueras un crío aterrorizado! —gritó a su primo, y después frunció el ce?o mirando al otro preso—. ?Quién eres tú?
—John, se?or —le contestó. Luego tiró del brazo de Robert y lo obligó a colocarse a su lado—. Hemos decidido cambiar de bando.
—?En serio? Sentaos —Thayer se?aló un banco y vio en silencio cómo John arrastraba a Robert para sentarlo en él—. ?Por qué habría de creerte? —le preguntó, y fue a servirse una copa de vino mientras luchaba por tranquilizarse.
—Si no fuera así, ?qué motivo habría para que dos hombres que tienes razones sobradas para matar vinieran a buscarte desarmados? —preguntó John.