La bella de la bestia

Frunció el ce?o al comprobar que no le prestaban ninguna atención. Entonces se dio cuenta de que algo desviaba su atención. Alguien, por lo que parecía varias personas, gritaba al otro lado de la puerta de la habitación. Su asombro fue total cuando vio que abrían la puerta de un golpe: la figura que apareció entonces era inconfundible.

—?Thayer! —Gytha no podía creer lo que veían sus ojos.

—?Bájate de esa ventana antes de que te caigas, mujer tonta! —vociferó al tiempo que se preparaba para enfrentarse a Pickney.

—Sí, marido. Como quieras.

Gytha se bajó del alféizar con todo el cuidado que pudo, pero antes de poder saborear la sensación de estar sobre el suelo, las piernas empezaron a fallarle. Lentamente, se dejó caer, deslizándose, para llegar con mayor seguridad al suelo. Se sentía débil y mareada. Se arrastró hacia un lugar que le pareció seguro y se agazapó contra una pared, lejos de la batalla que estaba a punto de comenzar. Se abrazó las piernas, apoyando las rodillas contra el pecho, y procuró dominar el pánico que empezaba a apoderarse de ella.

Cuando vio que Gytha estaba segura, Thayer volcó toda su atención sobre Pickney. Los hematomas que tenía su mujer en el cuerpo y el desgarramiento de sus ropas confirmaban lo que le había dicho Robert. Thayer ardía en deseos de matar a Pickney con la más feroz crueldad, poco a poco, prolongando horas, días, el miedo que evidentemente ya lo dominaba. No se sorprendió cuando Pickney desenfundó su espada poniendo a Thomas delante de él, como escudo humano. Era un gesto típico de su cobarde condición.

—Deja de esconderte detrás de tus hombres y pelea conmigo como un hombre —siseó Thayer con voz repleta de ira—. Tendrás la oportunidad de defenderte que tú no concedes ni a los bebés.

—?Matadlo! —gritó Pickney, escabullándose de nuevo detrás de Bertrand y Thomas—. ?Matadlo, imbéciles!

Por un momento, Gytha temió que Thayer tuviera que enfrentarse a dos o tal vez tres espadas a la vez. Su marido era un gran dominador de la espada, pero ningún hombre podría estar atento a todos los flancos al mismo tiempo. Entonces apareció Roger y, detrás de él, Merlion, listos para actuar si era necesario. Cerró los ojos llena de emoción y alivio, pero los abrió de inmediato cuando sintió que alguien la tocaba el hombro. Se quedó boquiabierta cuando vio a Robert, Henry y John agacharse a su alrededor, en actitud defensiva, como si fueran un escudo protector.

—?Qué estáis haciendo? —le preguntó a Robert.

—Procuramos que mi tío no trate de usarte como moneda de cambio.

—Bueno, pero por lo menos dejadme un poco más de espacio —respondió mientras separaba el hombro de Robert y el de Henry, que la agobiaban—. Quiero ver lo que pasa.

—No creo que una dama deba ver algo así.

—Quédate callado, Robert —Gytha hizo caso omiso de las risas que, al oírla, soltaron Henry y John. Robert los miró con disgusto.

A pesar de que la violencia la horrorizaba, Gytha sintió un extra?o estremecimiento de emoción al ver a su marido blandir la espada con enorme pericia. Tuvo que apartar los ojos por un instante cuando Thayer mató a Thomas. Aunque el subalterno de Pickney era un hombre vil y odioso, su muerte sangrienta no era un espectáculo agradable. Consciente de que Thayer se enfrentaría ahora a Pickney, miró hacia un lado y no pudo evitar una mueca cuando fue testigo, sin querer, de los últimos momentos de Bertrand, que había estado luchando con Roger.

—No, Roger —le dijo Thayer a su amigo cuando éste avanzó hacia él y se plantó a su lado—. Es mío.

—?Todo fue obra de Robert! —gritó Pickney al ver que Thayer avanzaba hacia él—. Todo fue idea suya. Dile la verdad, Robert. Dile que no fui más que tu títere y que me obligaste a seguir tu juego.

La respuesta de Robert fue tan soez que Gytha lo miró con la boca abierta por la sorpresa. Entonces el estruendoso choque de espadas atrajo su atención de nuevo hacia Thayer. A pesar de su cobardía, Pickney era un buen espadachín. Gytha sintió que el cuerpo empezaba a temblarle de nuevo. Confiaba plenamente en la fuerza y la habilidad de Thayer y sabía que podía derrotar a Pickney en una pelea justa; pero no creía que Pickney tuviera la intención de luchar limpiamente.

Después de unos momentos, Gytha se dio cuenta de que Thayer estaba jugando con Pickney: le causaba peque?as pero dolorosas heridas, aplazando una y otra vez la estocada mortal. Aunque sabía que se merecía el peor de los castigos, volvió la cara, sintiéndose incapaz de observar la agonía prolongada de un hombre.

De repente, Pickney soltó un horrible alarido y ella supo que todo había terminado. Sintió alivio, pues había creído que su marido prolongaría el castigo. Se sintió muy mal. Había visto más muerte de la que era capaz de soportar.

Sus tres guardianes se levantaron para dejar que Thayer se arrodillara a su lado. Cuando el marido la tomó entre sus brazos, ella se abandonó, y escondió el rostro contra su pecho. No podía creer que su calvario hubiera terminado, que ya estuvieran definitivamente a salvo.

—?Estás herida, Gytha? —le preguntó con voz suave, temiendo haber llegado demasiado tarde.