La bella de la bestia

—No. Un poco magullada y con las ropas rasgadas, pero nada más.

—Gracias a Dios. Lamento que hayas tenido que presenciar tanta crueldad.

—No has sido cruel —le contestó, sacudiendo la cabeza—. Teniendo en cuenta el castigo que hubieras podido imponer a Pickney por todos sus crímenes, has sido de lo más misericordioso.

—?Misericordioso? Sí, tal vez, pero sólo porque recordé que estabas mirando. Sólo entonces le maté limpia y rápidamente. Lo que quería hacer, lo que estaba tratando de hacer, era cortarlo en pedazos, en trozos peque?os. Pensaba estar horas así.

—No se te puede culpar por ello. Yo misma tuve pensamientos bastante sangrientos, feroces ideas sobre cómo terminar con su miserable vida.

—?Seguro que no estás herida? Tiemblas como una hoja.

—Creo que debe de ser el cansancio. Es agotador fingir valentía cuando una está aterrorizada. Ay, santo Dios —se agarró a los brazos de Thayer y lo miró a la cara—. Háblame de Bek. ?Cómo está Bek? La última vez que lo vi…

—Está bien —le dio un ligero beso—. Tiene una buena herida en la cabeza, pero nada serio. Creo que esos esbirros sólo querían dejarle inconsciente y atenuaron la fuerza del golpe. Si hubieran golpeado a Bek con la fuerza suficiente como para tumbar a un hombre adulto, lo habrían matado.

Gytha cerró los ojos un momento, sintiendo que la invadía el alivio, y enseguida sonrió débilmente.

—Henry y John me dijeron que saben cómo golpear cabezas. Thayer, con respecto a ellos… Sí, y a Robert también…

—Silencio. Primero haremos que una de las mujeres te vea para certificar que no estás herida. Luego pediré que te ba?en y te pongan ropa limpia. Después podremos hablar —Thayer empezó a gritar, dando órdenes mientras se ponía de pie, con Gytha entre sus brazos.

La joven quería interceder en favor de Henry, John y Robert. También deseaba saber lo ocurrido, cómo había llegado Thayer a tiempo para salvarla. Pero tuvo que limitarse a responder una y otra vez que se encontraba bien, ante las acuciantes y angustiadas preguntas de su esposo y los demás hombres presentes.

La habitación fue limpiada rápidamente. Eliminaron todo vestigio de los sangrientos sucesos que habían tenido lugar allí. La estancia era un remanso de paz cuando dos mujeres llegaron para ayudar a la joven dama embarazada. La reconocieron minuciosamente, le curaron las peque?as heridas, la ba?aron, la vistieron y la ayudaron a tumbarse en la cama sobre un gran montón de almohadones. Después le ofrecieron una bandeja enorme, con todos los manjares disponibles en la Casa Saitun. Gytha logró que las mujeres le contaran algunos detalles, retazos de la historia de su rescate, de cómo Thayer pudo llegar a ella. Se sintió feliz cuando su marido regresó tras haber inspeccionado el castillo y mandó salir a las mujeres.

—Empezaba a sentirme como una inválida, una especie de princesa inútil e indefensa —gru?ó mientras Thayer se sentaba junto a ella en el lecho.

—Pronto te llevaré a nuestra habitación —le dijo, riéndose suavemente, tras lo cual mordisqueó una rebanada de queso de la bandeja—. Pickney la usó para sus depravaciones, así que pensé que preferirías que la asearan bien antes de volver a ocuparla.

—Sí, gracias.

Thayer miró con arrobo infinito cómo su mujer se comía un pastelillo. Ahora tenía mejor aspecto, pero todavía estaba un poco pálida y se veían moretones aquí y allá. Thayer ansiaba abrazarla con fuerza, hacerle el amor fieramente, para probar que estaba de verdad a salvo y de vuelta a su lado. Sonrió para sus adentros mientras se preguntaba qué pensaría Gytha si supiera cómo había pasado la última hora: arrodillado en la capilla, dando gracias a Dios efusivamente por haberle devuelto a su mujer y a su hijo.

Deseaba abrirle su corazón, decirle todo lo que sentía por ella, pero guardó silencio. Con la ayuda de sus amigos, acababa de salvarle la vida y evitar su violación a manos de Pickney y sus secuaces. Si solicitaba ahora sus favores carnales, ella quizá se sintiese obligada a aceptar por pura gratitud, no por amor verdadero. Tras pensar eso, se irritó consigo mismo. Otra vez se atormentaba con pensamientos obtusos. Ya llegaría el momento de hablar de tales cosas.

—Le he mandado un mensaje a tu familia para avisarles de que el peligro ha pasado. Y también he informado a los que nos esperan en Riverfall —a?adió.

Gytha terminó de masticar un trozo de pan y lo miró.

—Lamento todo lo ocurrido. Si no hubiera ido a ver a esa maldita lady Elizabeth…

—No tienes nada de qué disculparte. Fue más bien culpa mía, por no decir a todos que había que vigilar a esa mujer, que se había convertido en mi enemiga. Cuando me fui de la corte, me dije que tenía que dar la voz de alerta, pero al llegar a casa me olvidé por completo de ella.