—Pero sí sabía que su tío te quería muerto —le contestó ella, frunciendo el ce?o.
—Hizo caso omiso de esa verdad por una razón que muchos hombres encontrarían comprensible: te quería a ti. Creo que ya ha abandonado ese sue?o. ?Sabes? Me parece que John y Henry lo han tomado bajo su protección. Tal vez lo mejor que podemos hacer es buscar algo que puedan hacer los tres juntos, que les permita ganarse la vida sin meterse en problemas.
Gytha bostezó, aunque trató de taparse la boca con rapidez.
—?Y qué pasa con los hombres de Pickney?
—Todos están muertos.
—?Todos?
—Sí. Los hombres que fueron encerrados en el calabozo se sintieron ultrajados, heridos en su honor. Tal vez se excedieron en su venganza —Thayer se puso de pie y la instó para que se acostara. Luego la tapó con las mantas—. Necesitas descansar. Has pasado por una situación demasiado angustiosa, así que tendrás que cuidarte, y dejarte mimar, por un tiempo.
Después de besarla lenta y suavemente, Thayer se dispuso a marcharse, pero Gytha lo tomó de la mano y no lo dejó irse. No quería estar sola. A pesar de que sabía que ya estaba a salvo, un vestigio de miedo latía aún dentro de ella. Sabía que necesitaba tiempo para que el miedo que Pickney había sembrado en su corazón desapareciera del todo.
—Sé que me porto como una chiquilla tonta, pero, ?te quedarías conmigo? ?Por lo menos hasta que me haya dormido?
—Claro. Y no eres una chiquilla, ni mucho menos —tomándole la mano, Thayer se sentó en el borde de la cama—. Te asustaron terriblemente, y el miedo no siempre se desvanece del todo cuando el peligro ha pasado. El terror tarda en desvanecerse.
Gytha sonrió con gratitud, feliz por la comprensión de su marido. Lentamente, cerró los ojos. El sue?o se iba apoderando de ella poco a poco. Sentir a Thayer cerca no sólo aliviaba su miedo, sino que la hacía sentirse segura. No podía creer que su Demonio Rojo estuviera vivo de verdad y que los planes de Pickney hubieran fracasado.
Thayer la llamó después de unos momentos.
—?Gytha?
—?Sí?
—?De verdad habrías saltado de la ventana?
Contestó con voz distorsionada por el sue?o, que casi la dominaba del todo.
—No sé. Una parte de mí estaba dispuesta a hacerlo, pero otra parte se estremecía de horror ante el mero pensamiento de hacerlo. Si Pickney se me hubiera acercado más, tal vez lo habría hecho. Me daba más miedo él y lo que quería hacerme, que morir o que sufrir el castigo de Dios por cometer suicidio —Gytha sintió que Thayer le apretaba la mano casi dolorosamente mientras se dejaba llevar por el sue?o.
Thayer se quedó al lado de su mujer hasta mucho después de que ella se hubiera dormido, siempre agarrándole la mano dulcemente. Había estado tan cerca de perder a Gytha y a su hijo… Le iba a resultar muy difícil no seguir el impulso de encerrarla y mantenerla lejos del mundo, de cualquier posible peligro. Thayer se preguntó si estaría condenado a pasar el resto de sus días temiendo por la vida de su esposa.
Capítulo 16
Thayer gru?ó y le dio una palmada a la mano que se había plantado en su hombro. Lo último que quería hacer era despertarse. Todavía se notaba un poco borracho. La celebración del matrimonio de Roger y Margaret resultó bastante generosa en comida y bebida. Si alguno de los invitados lo necesitaba, podía retirarse unas horas, recuperarse y luego volver a la fiesta, que sin duda seguiría. En un esfuerzo por deshacerse de aquella presencia irritante, Thayer se acurrucó más cerca de Gytha y le pasó el brazo por encima, con cuidado para no agregar peso adicional a su ya enorme barriga. El movimiento que hizo ella le dijo que ya estaba despierta, y eso hizo que se enfadara aún más con el intruso, que lo sacudió de nuevo.
—Si fuera un enemigo, podría haberte cortado la garganta sin que te despertaras.
Thayer pensó que la voz profunda y sonora le era bastante familiar, pero luchó por hacer caso omiso de ella, por sumirse de nuevo en su pacífico sue?o.
—?Jesús, qué ocurre! —gritó Fulke.
?Bien?, pensó Thayer con satisfacción. El intruso había logrado despertar a los hermanos de Gytha, que estaban durmiendo en unas esteras, en el suelo de la habitación. Los tres Raouille se encargarían de echar a patadas al hombre, fuera quien fuese. él no necesitaba mover un dedo.
—Nos dijeron que habías muerto —oyó balbucear a John—. ?Cómo es que estás aquí?
—Estoy aquí porque no estoy muerto —fue la suave y divertida respuesta—. Despierta, borrachín pelirrojo.