La bella de la bestia

—Sí, lo es. Pero ahora está pasando una temporada con la familia de su madre.

Al ver la sorpresa que se reflejaba en la cara de su primo, Thayer le contó rápidamente casi todo lo que había sucedido durante su ausencia. Y se alegró al saber que William compartía su opinión de que era bueno para Bek ser tan bien aceptado por la poderosa familia de su madre. Lo acogían como miembro del clan, a la vez que a Elizabeth casi la habían desheredado. Pero le era difícil mantener la mente concentrada en cualquier asunto que no fuera el estado de Gytha. Tan pronto como estuvo vestido, se apresuró a correr a su lado y no pudo menos que fruncir el ce?o al ver que William se colocaba al otro lado de la cama. Pero se sintió aliviado cuando Gytha dejó que tomara su mano, sin rechazarlo, aunque le dirigió una mirada severa y dejó claro que todavía no se le había pasado el enfado.

—?Estás seguro de que no quieres encargarle también esta tarea a William?

Antes de que Thayer pudiera responder, William tomó a Gytha de la otra mano, haciendo caso omiso de la mirada ce?uda que Thayer le lanzó.

—Gytha, no seas tan dura con mi pobre primo. Un contrato matrimonial es un lazo de honor. Y si existe en el mundo un hombre que valora el honor con toda la profundidad que merece, ése es Thayer —se encogió de hombros—. Por insensato que pueda parecer, en este caso hay que preguntarse qué es lo legal —William hizo una mueca porque Gytha le apretó la mano con fuerza, por culpa de otra contracción—. Eres más fuerte de lo que parece —le dijo con admiración.

Thayer era presa de los nervios y una incontenible angustia. No sabía cómo ayudar a su esposa.

—?Te duele mucho?

—Estás haciendo muchas preguntas estúpidas esta ma?ana —gru?ó ella mientras trataba de recuperar el aliento antes de que llegara la siguiente contracción. Thayer abrió la boca para contestar, pero William lo interrumpió y continuó hablando.

—Entonces, sobre este asunto, este, digamos, dilema marital…

—Es sólo un dilema para las personas que quieren deshacerse de su esposa —soltó Gytha, mirando a su marido.

—Yo no he dicho que quiera deshacerme de ti —contestó Thayer.

—?Basta! —gritó William, tratando de atraer su atención—. Por favor, permitidme decir lo que tengo que decir. Gytha, la última vez que nos vimos estaba más que contento con el acuerdo, cómo negarlo. Sin embargo, las cosas han cambiado, y no sólo porque estés a punto de dar a luz al hijo de Thayer, no. Ni mucho menos. Estoy totalmente convencido de que lo mejor es que te quedes con Thayer. Así que renuncio a cualquier derecho que tenga sobre ti.

Gytha se quedó mirándolo mientras luchaba por mantener la calma en medio de otra contracción. William acababa de resolver cualquier conflicto que hubiera podido presentarse. Todavía estaba furiosa con Thayer por su aparente disposición a entregarla a William, pero ya no necesitaba temer que algún extra?o giro de la ley la separara de su marido. Sin embargo, la facilidad con que William podía llevársela o devolverla le resultaba muy poco satisfactoria.

—Es raro —murmuró Gytha—. Aunque no quiero cambiar de marido, me siento insultada. Hay algo en todo esto que no me gusta nada.

Thayer sabía exactamente a qué se refería Gytha. Pasada la conmoción inicial, él había decidido pelear por su esposa hasta el último aliento, sin por ello poner en peligro sus compromisos de honor. William había evitado limpiamente cualquier posibilidad de conflicto. Pero, a pesar de ello, Thayer no pudo evitar preguntarse, con un poco de ira, por qué su primo renunciaba tan fácilmente a sus derechos sobre Gytha. Lo que había dicho sobre el contrato matrimonial le había destrozado el corazón, y su primo no parecía apreciar semejante sacrificio.

William se rió suavemente y plantó un beso en la mejilla a Gytha.

—Al principio, me desilusionó mucho haber perdido a una novia tan encantadora. Pero confieso que mi corazón no tardó en prendarse de otra, y me casé con ella hace tres meses.

Antes de que Gytha tuviera la oportunidad de interesarse por los detalles de la sorprendente boda, llegaron Janet y su madre y se apresuraron a echar a William y Thayer de la habitación. Se sintió un poco decepcionada al no poder satisfacer su curiosidad de inmediato, pero el parto no tardó en acaparar toda su atención.

—?Maldición! ?Dejad de pasear de un lado a otro! —gritó Thayer, lanzando a Henry y a John la copa en la que estaba bebiendo. Los dos hombres se detuvieron un momento, pero enseguida reanudaron sus enloquecidos paseos por el pasillo—. ?Por qué tardan tanto? —gru?ó a William, que estaba sentado a su lado en la mesa del comedor.

—Dar a luz no es cuestión de un ratito, lleva su tiempo —William hizo una se?al a uno de los pajes para que sirviera a Thayer otra copa de vino—. No te preocupes tanto.