—Me temo que mi regreso significa que debes perder todo lo que has ganado. Hasta me hace desear estar muerto, por lo menos por un momento —sonrió brevemente a Thayer.
Thayer logró devolverle una débil sonrisa. ?Perder todo lo que has ganado?, las palabras retumbaron dentro de su cabeza y le causaron una agonía insoportable en el momento en que entendió su verdadero significado. Nada de lo que tenía le pertenecía, y eso incluía a su esposa. El contrato matrimonial estipulaba que Gytha debía casarse con el heredero de la Casa Saitun. Y como William vivía, él nunca había sido heredero de nada y, por tanto, no tenía derecho legal a casarse con Gytha. Era William quien tenía pleno derecho a ser el marido de Gytha, no él.
—Bien —Thayer miró a William—. Empecé sin nada, así que no va a ser tarea demasiado difícil volver a lo mismo —?Nunca he dicho una mentira más grande?, pensó, convencido de que iba a perder a su esposa.
—?Nada? —Gytha miró a Thayer con rostro airado—. Sé que Riverfall no es tan fastuoso ni rico como la Casa Saitun, pero es mucho más que nada.
—Sí, pero Riverfall es tu dote.
—Ya lo sé. Y mi dote te pertenece desde que nos casamos —Gytha pensó que lo mejor sería no permitir a Thayer que bebiera tanto con demasiada frecuencia, porque al parecer, el alcohol lo volvía medio tonto a la ma?ana siguiente.
—Gytha, nos casamos porque se daba por hecho que William estaba muerto.
—?Y qué? —Gytha tuvo el oscuro presentimiento de que no le iba a gustar el giro que estaba a punto de dar la conversación.
—Pues que por los términos del contrato matrimonial, tú tendrías que casarte con el heredero de la Casa Saitun, y yo ya no soy ese heredero. Lo es William —Thayer sufría más aún porque a Gytha le estaba costando mucho trabajo entender la nueva situación.
—No sé qué tratas de decir —masculló Gytha, apretando los dientes.
—Por lo general no eres tan lenta de entendimiento, ?qué te pasa? El contrato estipula que debías casarte con el heredero, es decir, con William. Puesto que está vivo, debes volver a él —Thayer tuvo que dar una fuerte palmada a William en la espalda, porque se había atragantado con el vino al escuchar a su primo.
Por un momento, Gytha se quedó tan estupefacta como sus hermanos. ?De dónde sacaba Thayer tal razonamiento? Llevaban meses siendo marido y mujer, el matrimonio se había consumado cientos de veces y estaba a punto de dar fruto. No era posible que pensara que podía anular todo eso y darle su mujer a William sólo porque ahora se descubriese que el hombre estaba vivo. Sin embargo, parecía que era eso exactamente lo que Thayer pensaba. No se lo podía creer.
De repente Gytha se enfureció. Había hecho todo lo posible para convencer a Thayer de que estaba contenta con él y de que lo quería sólo a él. Por lo visto, había fracasado miserablemente en su cometido. Thayer pensaba que ella estaba dispuesta a levantarse de su cama matrimonial y dirigirse directamente a la de William.
Se sintió insultada, lo que redobló su furia. Su marido la consideraba parte de la herencia, un objeto comparable a las piedras de la Casa Saitun. William estaba de regreso y reclamaba su propiedad, por tanto, Thayer creía que su primo la quería a ella también. Gytha tenía la impresión de que, en el fondo, le importaba muy poco a su marido.
Enloquecida de ira, propinó de repente un pu?etazo a Thayer con toda la fuerza que pudo. Este soltó una maldición y se volvió para mirarla, sorprendido. Ella le dio otro golpe. Después saltó de la cama, olvidándose de su enorme barriga.
Miró a Thayer y luego se encontró con los ojos anonadados de William, que tenía la boca abierta y contemplaba su abultado abdomen, visible debajo del camisón. Al parecer, no se había dado cuenta hasta ese momento de que ella estaba embarazada. Gytha supuso que los nervios y el enorme cuerpo de Thayer, que la ocultaba en la cama, eran circunstancias que le habían impedido verla bien. Se preguntó, cada vez más encendida, si Thayer también se había olvidado de que ella llevaba en el vientre a su hijo. Quizá pensaba entregárselo a William, como parte del lote…
—?Es que te vas a deshacer de mí como se tiran los desperdicios que se echan a los perros? ?Es eso? —espetó—. ?Me ofreces en una bandeja de plata al heredero que regresa? Pues bien, William, dado que tienes el castillo y el título, ?por qué no tomas a la esposa también?
—Me has malinterpretado —contestó Thayer. Se sentía ridículo, allí, desnudo, intentando discutir asuntos tan serios delante de tanta gente—. Lo que quiero decir es que el contrato matrimonial…
—?Al diablo el contrato matrimonial! Maldito seas. ?Qué soy yo? ?Una pieza del mobiliario que se entrega en la dote junto con las tierras? ?Y qué pasa entonces con esto? —se dio unas palmaditas en el estómago—. ?El ni?o se queda contigo o forma parte del lote de objetos que hay que devolver? ?Lo desechas, como estás haciendo con su madre?