Bajo la alegría de Gytha, sin embargo, ardía aún un rescoldo de rabia y dolor. Le había contado a su madre la discusión que precedió al parto; ella se mostró ligeramente sorprendida, pero hizo ver a Gytha que existía una buena razón para que Thayer hubiera pensado de esa manera.
Gytha se dio cuenta de que una buena razón no era suficiente para calmarla. Quería que su marido le diera, como poco, un mínimo indicio de que, si hubiera tenido que entregársela a William, lo habría hecho contra su deseo. Porque Thayer le había parecido complaciente ante la idea, y eso era muy doloroso.
—Es un hermoso y saludable ni?o, Gytha —Thayer la besó, deseando encontrar una manera más satisfactoria de expresarle la profundidad del sentimiento que lo embargaba en ese momento—. ?Sigues pensando que lo llamaremos Everard, como mi padre?
—Sí. No he cambiado de opinión sobre ese particular. Es un nombre bonito. Aunque lo mismo has pensado que debe ser William quien tome esa decisión. Un contrato es un contrato.
Thayer se sentó en un taburete que alguien había puesto junto a la cama, y suspiró. Se pasó una mano por el pelo mientras miraba cautelosamente a Gytha. Era evidente que ella no había olvidado la pelea, aunque a él ya se le hubiera borrado de la mente. Era una lástima que siguiese dolida, porque no estaba seguro de que mejorarían las cosas si trataba de explicarse.
—Gytha, tienes que entender cómo funcionan tales contratos —dijo Thayer, y de inmediato se dio cuenta de que no había empezado bien.
—Eso ya me lo han explicado. Me parece una estupidez, una costumbre insensata. Creo que tales formalidades y lazos legales no tienen en cuenta a las personas a las cuales afectan.
—?Entonces por qué sigues furiosa conmigo? Cuando William regresó, yo estaba obligado por el honor y la ley a ofrecerle la devolución de todo lo que había ganado gracias a su supuesta muerte: la Casa Saitun, el título y tú. No tenía más remedio.
Gytha estuvo a punto de soltar una gruesa maldición. Otra vez la estaba metiendo en el mismo lote que el castillo, como si fuera parte del mobiliario. Eso la sacaba de sus casillas. Precisamente la excitación producida por su monumental enfado había evitado que se desplomara por el cansancio que ahora dominaba su cuerpo.
—Ya veo. ?Qué habría pasado si, al regreso de William, yo te hubiera dicho: ?Bien, Thayer, mi verdadero marido ha regresado, así que voy a dejarte??
Thayer pesta?eó. Tuvo una especie de revelación. Gytha afirmaba que entendía lo del contrato y que el hecho de que William estuviera vivo planteaba la cuestión de qué caballero debería estar casado con ella. Sin embargo, desde que surgió el problema, la mujer estaba sintiendo, no pensando. Ella sólo era capaz de ver que su marido se mostraba dispuesto a entregarla a William. No podía ver, sin embargo, la dolorosa tormenta interior que tal posibilidad había desencadenado en él. Qué bruto era. Gytha había tomado por insensibilidad lo que no era más que un tremendo esfuerzo de autodominio. La había herido, incluso la había insultado. Sin intención, pero lo había hecho. Se inclinó, tomó una mano de su mujer y suspiró.
—Gytha, cari?o, si te hice creer que yo quería entregarte a William, te pido perdón.
La joven madre frunció el ce?o y se preguntó si Thayer, al tratar de explicarse, iba a decir más inconveniencias, más palabras hirientes. Sabía que su marido no quería ser cruel, no era ésa su manera de ser; pero al amarlo como lo amaba, cualquier brusquedad, o simple falta de atención, por involuntaria que fuese, le dolía como la peor afrenta.
—Tus palabras me hicieron creer eso, sí —murmuró Gytha.
—No me he dado cuenta hasta ahora, amor —le dio un beso en el dorso de la mano—. Tienes razón: a veces puedo ser el más grande de los idiotas. Debería decir en mi favor que la impresión de ver a William vivo me nubló un poco el entendimiento, y en realidad eso fue lo que pasó.
—Puedo entenderlo. Por un momento, yo misma sentí que se me oscurecía la inteligencia, era incapaz de comprender nada.
—Cuando me recordó que debía devolver todo lo que había ganado, naturalmente te incluí a ti. Me encontré en la disyuntiva entre lo que el honor me exigía y lo que realmente quería hacer. La Casa Saitun y el título me importan poco. Si, al ponerte junto a esas cosas, te hice creer que me importas lo mismo que los bienes materiales, sólo puedo decir que nunca fue mi intención compararte con ellos. Incluso cuando le decía a William que te devolvería a él, sabía en mi interior que nunca podría entregarte, que debería hacer algo para evitarlo, o quitarme la vida, qué sé yo. Y tampoco quería entregar, por nada del mundo, al bebé. ?Alguna vez oculté la felicidad que me invadía al saber que llevabas en el vientre a mi hijo? ?Fallé tanto como para hacerte creer que renunciaría a él con tal facilidad?
—No. Sabía y sé que estás muy complacido con el bebé.
—Jamás hubo hombre más aliviado que yo cuando William dijo que se había casado con otra mujer. Eso significaba que no tendría que pelear con él.