La bella de la bestia

—?Habrías peleado con él?

—Sí. Cuando salí de mi estupor y se me aclararon las ideas, supe que no podría entregarte jamás. El contrato no importaba. Tú eres mi mujer. Este es nuestro hijo. Todo lo demás se lo puedo entregar a William sin dificultad, pero no a ti.

Guardó un momento de silenció, la miró, y volvió a hablar.

—Y había otra cosa.

—?Qué otra cosa? —dijo ella con tono perentorio, cuando Thayer se quedó en silencio mirándole la mano.

—Quería darte la oportunidad de escoger. Puesto que se presentó la ocasión de que te fueras con William, no quería obligarte a quedarte donde tal vez no querrías estar —Thayer hizo una mueca al ver que Gytha lo miraba con evidente disgusto.

Era justo como ella había sospechado. No se sorprendió, pero sí se sintió herida, aunque trató de ocultar su estado de ánimo. También se sintió profundamente descorazonada. Nada de lo que había dicho o hecho había llegado de verdad al corazón a su marido. ?Cómo podría decirle a un hombre como él que lo amaba? Nunca la creería. Después de todo lo vivido juntos, todavía consideraba que ella podría dejarlo por otro hombre y que se iría detrás del título y las tierras de William. Aunque su marido aseguraba que ya no temía que le fuera infiel, estaba claro que seguía sin confiar en la fortaleza de su matrimonio. Una parte de él continuaba creyendo que ella no lo amaba como se ama a un esposo, para siempre. Gytha no sabía cómo superar ese obstáculo.

—Thayer, ?piensas acaso no he sido honesta contigo siempre? —procuró olvidar lo que le decía una voz interior: que todavía le estaba ocultando algo a su marido.

—Claro que has sido sincera y honesta. Demasiado honesta a veces.

—Entonces, ?no crees que si hubiera querido irme con William lo habría hecho sin más? Tal vez te lo hubiera dicho simple y llanamente. Incluso habría podido mencionar el contrato matrimonial yo misma —al apaciguarse la ira que sentía, fue apoderándose de ella el cansancio, que pronto fue puro agotamiento, imposible de disimular ante Thayer.

—?Cómo ibas a hablar del contrato si te parece que es una insensatez y, además, al principio ni siquiera entendías de lo que estábamos hablando? Ven, déjame poner a Everard en su cuna —con cuidado, tomó al bebé, que dormía entre los brazos.

Al ver a su enorme y poderoso marido acunar al bebé tan tiernamente, Gytha sintió que se derretía, que se derrumbaban todas sus defensas. Thayer iba a ser un buen padre, el mejor padre. Ya lo había notado por la forma en que trataba a Bek. Sin duda, no encontraría mejor hombre al que confiar a sus hijos. Trató de pensar de nuevo en el asunto que les importaba en ese momento. No se rendía, tenía que encontrar la manera de demostrarle que era el único hombre que habría en su vida.

—Aunque lo creyera una idiotez, habría recurrido al dichoso contrato si lo considerase útil para mis propósitos.

Thayer se sentó en el borde de la cama, le tomó de nuevo la mano y sonrió a medias, divertido por la malhumorada respuesta de Gytha. Ella tenía razón. Su esposa tenía más ingenio que cualquier otra mujer cuando trataba de conseguir algo que quería o necesitaba. La verdad era que nunca se le había ocurrido irse con William. Se mantenía fiel a sus votos matrimoniales, los que le había hecho a él, no a William. Se llevó la mano de ella a los labios y la besó en la palma, y lo conmovió la suave expresión que apareció en los ojos de su mujer.

—?Entonces estoy perdonado, esposa?

—?Por ser tan estúpido?

—No deberías calificar de estúpido a tu marido —contuvo una sonrisa, consciente ya, por el tono de la voz de Gytha, de que lo había perdonado.

—Por supuesto.

—Es muy irrespetuoso.

—Ya lo sé.

—?Entonces estoy perdonado?

—Sí, te perdono por tener adormecida la inteligencia. Thayer se rió y le dio un beso en la boca.

—Descansa. Le voy a pedir a Janet que ponga a nuestro hijo en la habitación contigua, para que la gente que quiera verlo no interrumpa tu reposo. Necesitas dormir, y no trates de convencerme de lo contrario. Puedo ver el cansancio reflejado en tu rostro.

—Te dije que todo iría bien, que no tenías que preocuparte por mí. No fue tan difícil como imaginaste que sería.

—No me convencerás de que fue una cosa sencilla.

—No, no fue fácil. Pero tampoco tan difícil como podía pensarse —Gytha bostezó otra vez, y después le sonrió—. Como estaba tan furiosa contigo, casi ni me di cuenta del parto. Tenía la cabeza ocupada, hirviente por las mil cosas que quería decirte. Será bueno que me provoques, que me hagas enfadar cada vez que vaya a dar a luz.