La bella de la bestia

Teniendo cuidado de no estrujar al bebé entre los dos cuerpos adultos, Thayer la abrazó con fuerza durante unos instantes. Le emocionaba ver que Gytha no estaba tan tranquila por su partida como quería hacer creer a todos. Por un momento había llegado a pensar que ella aceptaba demasiado fácilmente la idea de que se fuera a la batalla. No había, en fin, lágrimas ni quejas, pero las bromas y las sonrisas también le resultaban un poco perturbadoras.

Cuando Gytha levantó la cara para mirarlo, Thayer la examinó por un momento. Como siempre, su visión le produjo una extra?a opresión en el pecho. Su mujer era tan bella que no encontraba palabras para describirla. Unos pocos rizos dorados se le escapaban del tocado y sus enormes y hermosos ojos azules lo miraban con preocupación. ?Sólo un tonto la dejaría?, pensó Thayer, y se prometió en silencio que sería la última vez que se alejaba de su lado. Le dio un beso en la boca y después dio un paso atrás.

—Seré tan prudente como cualquier hombre, Gytha. Tú también tienes que cuidarte —le gui?ó un ojo—. Espero encontrarte sana y bien descansada cuando regrese.

Gytha logró sonreírle y después se quedó quieta y en silencio mientras lo veía marcharse. No le quitó la vista de encima hasta que las pesadas puertas de Riverfall se cerraron detrás de él. Cuando se dio la vuelta para disponerse a entrar en la casa nuevamente, Margaret pasó corriendo a su lado, en dirección a su habitación. Gytha la llamó, pero su prima no le hizo caso. Suspiró, pensando que su prima estaba tan angustiada como ella. Fue de regreso a su habitación, deseando que a Margaret no le llevara demasiado tiempo superar el dolor, porque tendrían que ayudarse mutuamente para mantener el espíritu en alto mientras esperaban a sus hombres.

—?Dónde está Margaret? —preguntó Gytha a Edna en tono imperativo cuando la doncella entró en la habitación para encargarse de Everard.

—Ha ido otra vez a las murallas.

—Esto ya dura demasiado tiempo. ?Dónde está mi capa?

Edna se apresuró a protegerla contra el viento helado de la noche y le habló en voz baja.

—Es una recién casada.

—?Y yo qué soy, una vieja? No voy a reprocharle nada, por lo menos con severidad. Pero Margaret se casó con un caballero, por tanto tiene que aprender a aceptar estas ausencias. Se arriesga a caer enferma y a avergonzar a Roger por tales demostraciones de debilidad.

—Sí, tienes razón. Pero, por favor, mi se?ora, procura no quedarte expuesta al aire frío y húmedo demasiado tiempo.

Gytha asintió y salió de la habitación con todos sus pensamientos centrados en Margaret. Thayer y Roger se habían marchado hacía ya una semana. Pero Gytha empezó a preguntarse si la partida de Roger sería lo único que afligía a su prima. En los últimos dos días había empezado a pensar que también estaba furiosa con ella, y que la estaba evitando a propósito. Aunque se había dicho muchas veces que tal idea era una bobada y que no había razón para tal cosa, la joven madre no podía sacudirse esa sospecha.

Encontró a Margaret de pie en la muralla, mirando en la dirección por la que Roger había cabalgado. Era algo que ella misma había hecho una o dos veces y que probablemente volvería a hacer antes de que Thayer regresara a casa. Pero Margaret se asomaba a las murallas demasiadas veces. Se dirigió hacia su prima y le puso la mano sobre el brazo, en un gesto de comprensión solidaria, pero ella se limitó a mirarla, y luego se alejó.

—Margaret, sé que debes de echar de menos a Roger. Yo también echo de menos a Thayer.

—?En serio?

Gytha frunció el ce?o, no sólo por la pregunta, sino sobre todo por el tono enojado de Margaret.

—Por supuesto que lo echo de menos. ?Cómo puedes preguntarme algo así?

—Me parece extra?o que digas que a?oras a tu marido cuando fuiste tú la que lo mandó a la batalla.

—?Que yo lo mandé a la batalla? —Gytha se preguntó si se había excedido a la hora de representar el papel de esposa valiente.

—Sí, lo mandaste. Nunca lo hubiera creído, Gytha. No pensaba que a ti te importaran cosas como las tierras y los títulos. Después de todo, tienes Riverfall y pareces contenta aquí. Pensé que no te importaría que tu marido fuese un simple caballero en lugar de un lord. Tal vez te cueste trabajo renunciar a ciertas cosas de las que has disfrutado toda la vida.

La joven prima trago saliva, miró a Gytha con aire de reproche y siguió desnudando su corazón.

—?No pensaste en mí al pedirle eso a Thayer? Tendrías que haber recordado que Roger cabalgaría junto a él, como siempre ha hecho. Eres libre de mandar a tu propio marido a enfrentarse al peligro para obtener un título y un feudo. ?Pero tenías derecho a mandar también al hombre que amo? —Margaret sacudió la cabeza—. Nunca pensé que fueras tan cruel, Gytha. Tan desconsiderada.

Margaret se volvió a mirar de frente a su prima, y no pudo menos que fruncir el ce?o. A pesar de la tenue luz de la luna menguante y las escasas antorchas esparcidas por la muralla, vio la expresión profundamente conmocionada de la cara de su prima.

Margaret empezó a pensar que quizá se equivocaba, que había algún malentendido y juzgaba mal a Gytha. Esta última posibilidad la afligió enormemente.

La joven madre tardó un rato en poder hablar. Finalmente, lo hizo con voz ahogada.

—?Qué estás diciendo?