—Bien, tal vez nuestras oraciones combinadas den fruto, y Thayer y Roger pronto cabalguen de regreso, victoriosos e indemnes, hacia Riverfall. Entonces agarraré a ese enorme y estúpido hombre con quien estoy casada y lo estrangularé.
Con la mano puesta sobre el hocico de su caballo, para silenciarlo, Thayer miró hacia la oscuridad que tenía ante sí. Los escoceses estaban cerca, casi los olía. Algunos podrían escapar de él y sus hombres, pero no todos. En otras circunstancias, sencillamente los dejaría marchar, porque la victoria era suya y ya habían recuperado mucho de lo que los escoceses saquearon. Sin embargo, esta vez el rey quería sangre, ordenaba que los revoltosos pagaran un precio alto por sus ataques. El Demonio Rojo pensaba que ya habían muerto suficientes hombres, pero tenía órdenes de matar a cualquiera que encontrara en terreno inglés. Su misión era conseguir que no quedase rebelde alguno en Inglaterra.
Pensó con enfado que el deber encomendado le obligaba a permanecer en la oscuridad húmeda de la noche, escuchando a un enemigo que no podía ver y al que no querría matar. Los escoceses eran rápidos y sigilosos, se deslizaban de un lado a otro como espíritus. Thayer admiraba esa habilidad de sus enemigos, aunque también la odiaba. Prefería las peleas entre ejércitos que se enfrentan cara a cara, en terrenos abiertos y a plena luz del día.
Pero lo que anhelaba de verdad en ese momento, pensó con un suspiro, era volver a casa. Echaba tanto de menos a Gytha que la a?oranza le dolía. También se acordaba de Everard, quería verlo cambiar día a día, como les pasaba a todos los bebés. Para su propio asombro, extra?aba incluso Riverfall. Lo que a otros hombres, y hasta entonces a él mismo, les parecía mundano o tedioso, la administración diaria de un feudo, ahora se le figuraba interesante y reconfortante. Por primera vez fue consciente de que sus días como guerrero estaban llegando a su fin. Decidió que ya había pasado demasiado tiempo escudri?ando la oscuridad y se dio la vuelta para montarse en su caballo. En ese instante, un hombre emergió de las sombras. Thayer apenas tuvo tiempo de levantar la espada para repeler el ataque mortal, y se tambaleó bajo el peso de un golpe brutal. En cuanto pudo recuperarse un poco, devolvió el ataque.
Mientras luchaba con el atacante inesperado, maldijo cada ruido que hacían en la refriega. Cada encuentro de las espadas, cada gru?ido y cada golpe resonaban en la noche como un toque a rebato: delataban su posición a cualquier enemigo que quisiera escuchar. En una región posiblemente llena de adversarios, eso era lo último que quería.
Finalmente mató a aquel hombre, pero no tuvo ninguna sensación de victoria. El escaso alivio que sintió se esfumó al escuchar ruidos a su espalda. Mientras se daba la vuelta para enfrentarse a lo que sin duda era un segundo ataque, sintió un dolor punzante en la parte trasera de la pierna izquierda. Se tambaleó y cayó al suelo. Derribado, se movió lo más rápido que pudo para hacer frente a su enemigo. No podía incorporarse, pero lucharía desde el suelo. Se vio obligado a defenderse de la daga de su atacante con la mano izquierda. Otro agudo dolor le invadió el cuerpo cuando una afilada hoja le hirió en los dedos. Sin embargo, Thayer pudo blandir su espada justo a tiempo para repeler la del otro hombre. Lo mató de una estocada. Limpia, tremenda.
Le costó un enorme esfuerzo apartar el cadáver del segundo enemigo. Era consciente de que se le iban las fuerzas a toda prisa. Cuando trató de ponerse de pie, se dio cuenta de que la pierna herida estaba totalmente paralizada. Trató de arrastrarse hasta su caballo, pero a duras penas recorrió la mitad del camino que le separaba del nervioso animal, y luego no pudo avanzar más. Pensó en Gytha mientras la inconsciencia se iba apoderando de él.
Roger maldijo mientras daba tumbos entre los helechos, con Merlion y Torr detrás de él.
—Os digo que he oído ruidos de refriega por este lado.
—?Cómo puedes saber de dónde provenían los sonidos, en medio de esta oscuridad? —gru?ó Torr.
—Escuchad —susurró Merlion—. ?Oís?
—Un caballo —musitó Roger—. Justo enfrente —prosiguió con gran cautela hasta que vio que se trataba del caballo de Thayer—. Estoy seguro de que es su caballo —dos pasos más adelante, adivinó entre la oscuridad la presencia del cuerpo de Thayer, que estaba boca abajo—. ?Jesús!
Corrió junto a su amigo, se arrodilló y empezó a buscar rápidamente alguna se?al de vida, mientras Merlion y Torr se unían a él.
—?Está vivo? —preguntó Merlion después de un largo y tenso silencio.
—Sí, pero no lo estará mucho tiempo más, si no le cerramos las heridas —con la ayuda inmediata de sus compa?eros, Roger empezó a hacerlo, al tiempo que hablaba—. Por Dios bendito, ahora tiene los dedos de una mano más cortos —murmuró, y empezó a vendar la mano a Thayer con un jirón de la camisa de Torr, que se la había rasgado para tal fin.