No le fue fácil, pero Thayer pudo contener el impulso de reírse.
—Bek, te voy a decir dos cosas sobre las mujeres, y escúchame bien, porque más te vale que no las olvides. La primera es que nunca procedas como lo hago yo. Me temo que tu pobre padre sabe muy poco al respecto. Si empu?ara la espada de la misma manera en que trato a las mujeres, me habrían matado en mi primera batalla —sonrió ligeramente al ver la tremenda seriedad de Bek—. La segunda es que pocos hombres son en verdad amos de su mujer. Lo cierto es que miraría con suspicacia a cualquier mujer que actuara como si fuera así. O está mintiendo o es tan tonta o débil de espíritu que hará que el matrimonio sea de lo más aburrido.
—Entonces no te importa mucho que Gytha esté furiosa.
—No he dicho eso —frunció el ce?o—. Depende de lo enfadada que esté, y de si hay o no hay manera de tranquilizarla.
Todavía seguía preguntándose eso mismo cuando entró en el salón principal. Tampoco allí había rastro de Gytha. Estaba empezando a sentirse avergonzado. No necesitaba mirar a los que estaban reunidos allí para saber que todos lo miraban de reojo o trataban de adivinar, no sin malicia, dónde andaría su esposa. Mientras se sentaba en la cabecera de la mesa, consideró seriamente la posibilidad de buscar a Gytha y llevarla a rastras hasta el salón. Podía estar todo lo enfadada que quisiera, pero no podía hacerlo pasar por imbécil ante su gente. Se estaba levantando para ir a buscarla, cuando al fin entró la mujer. Thayer lamentó haberse levantado.
Gytha caminó hacia la mesa, aminorando el paso mientras examinaba a su marido. Había algo en la postura de su marido, allí de pie, que le parecía raro. Tardó unos instantes en darse cuenta de lo que le ocurría. Se detuvo junto a la silla de Thayer y bajó la mirada hacia sus piernas. La izquierda estaba rígida. Entonces estuvo claro para ella que había sufrido alguna herida grave.
Lentamente, lo recorrió con la mirada, subiendo desde la pierna. No pudo evitar que los ojos se le abrieran de par en par por la conmoción que sufrió al verle la mano izquierda. Dos de sus dedos estaban medio amputados. Apretó los pu?os con fuerza y siguió el recorrido hacia arriba. Sintió cierto alivio al ver que no había se?ales de alguna otra herida de gravedad, pero el alivio hizo poco por apaciguar la ira que amenazaba con hacerla estallar.
Thayer no le había mandado ni un solo mensaje. Sabía que lo habían herido, pero nadie le había dicho hasta qué punto. Por lo que estaba a la vista, su marido debió de encontrarse muy cerca de la muerte. Todas sus preocupaciones de las últimas semanas estaban, pues, justificadas. Cuando sus ojos se encontraron, a Gytha no le sorprendió que él la mirara con cautela. No disimulaba su estado de ánimo, no quería disimular la indignación que sentía.
—Entonces, ?lograste todo lo que querías al ir a combatir a los escoceses? —preguntó con un amenazador susurro.
—Sí, ahora soy barón, lord de Riverfall —Thayer se sentía orgulloso del título, pero se dio cuenta de que pasaría tiempo antes de que Gytha compartiera ese orgullo.
—?Sólo un título? ?Nada de tierras?
—Un feudo peque?o, a unos pocos días de aquí, hacia el sur.
—Vaya, qué cómodo. No tendrás que ir muy lejos para jugar a ser un gran se?or.
—Gytha, sentí la necesidad de hacer esto por ti.
Thayer supo enseguida que decir tal cosa había sido una equivocación, pero decidió mantener el argumento. En parte era cierto. Pero en sus largas meditaciones durante la convalecencia se había dado cuenta de que lo había hecho más por él que por ella. El orgullo lo había espoleado. No era algo que se viera inclinado a aceptar frente a todas aquellas personas, que estaban muy atentas a lo que se decía.
—?Por mí? No te pedí nada de eso. No te pedí que te marcharas y que hicieras que te acribillaran a cuchilladas.
—No, no me lo pediste. Yo escogí hacerlo, porque una mujer de tu alcurnia debe estar casada con un hombre de mayor rango que un simple caballero. Por eso fui a conseguir el título.