—Malditos escoceses.
—Muchos piensan de ellos lo mismo que tú —contestó Thayer, en un débil intento de bromear—. No me ausentaré mucho tiempo.
—?Cómo puedes estar tan seguro?
—Se trata de criminales comunes, saqueadores, delincuentes. No vamos a una guerra propiamente dicha. Vienen a robar, no a pelear. Desde luego, no rehuirán el combate, pero no es lo que buscan. Su principal preocupación es llevarse cuanto puedan. La nuestra será salvar y recuperar lo más que se pueda. Este tipo de campa?as no son tan largas como una guerra.
A pesar de que no estaba totalmente convencida, Gytha prefirió no discutir más. Trató de consolarse dando crédito a lo que había dicho su marido. Si lo único que interesaba a los escoceses era el saqueo, serían menos peligrosos, pues sin duda estarían más preocupados por escapar que por pelear. Gytha se prometió a sí misma que, hasta que Thayer regresara, rezaría para que los escoceses con los que tuviera que enfrentarse fueran los más cobardes que hubieran existido jamás.
—El viento es muy frío. El bebé debería estar dentro, igual que tú, mi se?ora.
Gytha miró un momento a la gru?ona Edna antes de dedicar toda su atención a Thayer. Al salir de la casa, incluso éste había expresado su desacuerdo, pero nadie podía impedirles, a ella y a su nuevo hijo, ser testigos de la partida del Demonio Rojo, que marchaba a luchar lejos de su hogar. Por un instante pensó que podía ser la última vez que lo viera vivo. Enseguida ahuyentó la sombría idea. Thayer regresaría junto a ella. Tenía que creer que así sería.
Cuando Bek se acercó para dar un beso de despedida a su hermano y otro a ella, Gytha tuvo que hacer un esfuerzo para sonreír y devolverle el beso con aplomo y dulzura. Quería evitar que el muchacho se marchara también, pero se guardó el deseo para ella misma. Bek todavía era un ni?o, pero también era el paje de Thayer. Acompa?arle era parte esencial de su entrenamiento para convertirse en un caballero. Sólo conseguiría mortificar al pobre muchacho si presionaba para que se quedara en la seguridad de Riverfall. Mientras lo veía alejarse, pensó con un poco de tristeza que éste también era un buen entrenamiento para ella. Algún día, en el futuro, tendría que dominarse cuando fuera Everard quien estuviera a punto de marcharse. O cuando partiera a la guerra cualquiera de los otros hijos con los que Dios la bendijera.
Al observar a Thayer mientras se acercaba a ella, Gytha rezó para no derrumbarse, para mostrar la misma fortaleza que había tenido al despedirse del peque?o Bek.
—No debes quedarte mucho tiempo aquí afuera, querida —murmuró Thayer mientras le pasaba el brazo sobre los hombros.
—Todos se lo decimos —Edna sacudió la cabeza—. No hay manera de razonar con ella.
Gytha hizo caso omiso de su doncella y logró sonreír a Thayer.
—Estamos bien abrigados, no tenemos frío. Tu hijo y yo queremos encomendarte a Dios para que te proteja y para que tengas buen viaje. Especialmente —agregó algo forzadamente— para que te traiga de vuelta pronto y a salvo.
—También yo quiero que sea así, dulce Gytha —le dio un suave beso—. Mandaremos a esos escoceses de vuelta a su casa, derrotados y con el rabo entre las piernas, y regresaremos al hogar antes de que tengas tiempo de echarnos de menos.
—Lo dudo. No has salido aún y ya te estoy echando de menos —murmuró, y frunció el ce?o cuando Thayer le sonrió—. Ordenaré que me pongan piedras calientes en la cama para no olvidar tu calor.
—Me parece bien, mientras eso sea lo único que metas en la cama —bromeó el Demonio Rojo, y después dio un beso en la frente a la peque?a criatura de enormes ojos.
—Y tendrán que ser piedras muy grandes, para no a?orar la mole que siempre tengo al lado —continuó ella.
—?Mole? —Thayer fingió estar ofendido y se pinchó con el dedo el duro y plano estómago.
—Sí, una mole —Gytha apoyó la mejilla en el pecho de su marido, le pasó el brazo alrededor de la cintura y se apretó cuanto pudo—. Te cuidarás, ?no es cierto? —su voz estaba a punto de quebrarse. Se juró que sería su única demostración de debilidad.