—?Cada vez que vayas a dar a luz? —Thayer se rio, un poco sorprendido. No se le había pasado por la cabeza la idea de que llegarían más hijos.
—Pues claro, no es que tenga que ocurrir ma?ana, eso es cierto. Pero este parto no me ha asustado tanto como para desear no tener más hijos. Espero que Dios y —le gui?ó el ojo a Thayer— mi marido me permitan tener más de un hijo —le apretó la mano brevemente—. Lo que debería dejarte claro es que tengo la intención de permanecer contigo mucho, mucho tiempo, y entonces tal vez dejes de pensar cada dos por tres que estoy a punto de abandonarte.
—Y nada me gustaría más. Pero tengo una obligación —hizo una pausa y le hizo una se?a a Janet, que se había asomado a la puerta—. Debo devolverte todo lo que se ha perdido, todo lo que te mereces y deberías tener por derecho propio.
Hubo algo en esas últimas palabras que extra?ó a Gytha y le pareció de mal agüero. Sin embargo, no tuvo la oportunidad de presionarlo para que le explicara mejor qué quería decir. Thayer le dio un beso suave y le ordenó que se durmiera; después pidió que pasaran a Everard a la habitación de al lado. Gytha se prometió a sí misma que a la primera oportunidad le pediría una explicación. El instinto le dijo que Thayer estaba dando vueltas en su cabeza a alguna extra?a idea masculina. Y estaba segura de que tal ocurrencia a ella no le iba a gustar nada.
Thayer se agachó sobre la cuna de su nuevo hijo y lo observó unos momentos mientras dormía. Gytha le había dado el más maravilloso de los regalos, y él no tenía nada que ofrecerle a cambio. Horas antes de que ella diera a luz a su hijo, él había vuelto a ser un caballero sin título ni tierras, y ése ya no era un estado tolerable. No sólo Gytha merecía algo mejor, sino también sus dos hijos, y los que su esposa le diera en el futuro. No hacía mucho que el rey había sugerido que estaba inclinado a darle una recompensa mayor que el honor por sus servicios. Thayer decidió que ya había pasado el tiempo de las insinuaciones, y que el monarca debía pasar de las palabras a los hechos.
Capítulo 17
—Vas a irte. No lo niegues otra vez.
Gytha miró a su marido por encima de la cabeza de su hijo, al que estaba dando de mamar. Había visto los preparativos, a pesar de los intentos de Thayer de disimularlos y mantenerla confinada en su habitación. Giró ligeramente sobre los almohadones que Thayer le había puesto detrás de la espalda y lo miró fijamente, desafiándolo en silencio. Quería saber si ahora se atrevería a mentir. Thayer había logrado evitar el tema, a veces incluso consiguió evitarla a ella, pero Gytha decidió que no podía seguir tolerando aquella irritante y ridícula situación.
El hombre suspiró y se sentó en el borde de la cama. Aunque era consciente de la cobardía de su actitud, consideraba preferible que ella no se enterara de sus planes hasta que estuviera a punto de partir. No quería mentirle, pero el instinto le decía que no debía confesarle por qué tenía que marcharse. Cuando regresara victorioso, con las recompensas que anhelaba, las explicaciones serían más sencillas y los enfados durarían menos.
—No quería preocuparte.
—?Y no se te ocurrió pensar que todo este sigilo me haría pensar y preocuparme mucho más?
—Tenía la esperanza de que no te dieras cuenta de nada.
—Empecé a darme cuenta de que algo pasaba poco tiempo después de que mi familia y William se marcharan. Es difícil no darse cuenta de que hay un montón de hombres preparándose para ir a la guerra. Porque eso es lo que están haciendo, ?no es así? Te marchas a pelear a alguna parte.
—Sí, a Escocia. En realidad, al norte. No sé si será preciso llegar a Escocia. Los escoceses están armando alboroto en la zona otra vez.
—Pero si ya le pagaste al rey tus cuarenta días de servicio. Ni siquiera ha pasado un a?o desde entonces —Gytha vio que Everard había terminado de mamar, entonces lo levantó, lo recostó sobre su hombro y empezó a frotarle suavemente la espalda.
—No es fácil negarse a una petición del rey —?Especialmente —reflexionó Thayer en silencio— cuando uno se ha ofrecido voluntariamente?.
—Pues puede que no sea fácil, pero otros hombres se han negado. Un caballero que ha luchado por él con tanta frecuencia y tan eficientemente como tú, debería tener derecho a un poco de paz y tranquilidad.
Gytha sabía en el fondo que Thayer no era capaz de pedir al rey que le relevase de la obligación de combatir. Si el rey había solicitado sus servicios, él cumpliría obedientemente con la solicitud, por su elevado sentido del honor. Gytha era consciente de que el rey lo sabía demasiado bien.
—No, no puedo pedir tal cosa. Se requieren con urgencia hombres aptos para luchar. Al parecer, los escoceses creen que somos sus proveedores gratuitos. No podemos permitir que saqueen nuestras tierras libremente sin que reciban un castigo por ello. De lo contrario, pareceremos débiles y les estimularemos para que repitan el pillaje una y otra vez, con descaro creciente.