—?Que no me preocupe? —Thayer levantó la copa y bebió la mitad del contenido de un solo trago—. ?Gytha es una mujer tan peque?a y delicada, y ya viste lo enorme que se puso!
—Sí, la verdad es que estaba enorme —William lanzó una mirada a Robert, que estaba sentado al otro lado de Thayer—. Primo, ?quieres más vino?
—No. Estoy tratando de controlar mi necesidad de beber. No quiero tragarme toda la cosecha de la comarca. Juré a John y a Henry que dejaría de ser un borracho. Voy a ver si logro que se sienten en alguna parte —se puso de pie y caminó hacia sus dos nuevos amigos.
Con media sonrisa dibujada en el rostro, William habló amistosamente a Thayer.
—Me alegra que no te hayas visto obligado a matarlo. He estado pensando en llevármelo de vuelta a la Casa Saitun, pero dudo mucho que él quiera venir.
Thayer trató de mantener la mente alejada de lo que le estaba pasando a Gytha. No quería que sus pensamientos se tornaran demasiado oscuros. Luchó casi con desesperación para concentrarse en la conversación sobre Robert que le planteaba William.
—No, creo que preferirá quedarse aquí, entre otras cosas porque en la Casa Saitun demasiada gente recuerda al Robert que fue pelele de Pickney durante tantos a?os. Trabajar en una hostería tal vez no sea lo mejor a que un hombre de su cuna podría aspirar, pero parece que le satisface, que se encuentra a gusto. Más que nada se encarga de las cuentas, mientras esos dos granujas —se?aló con la cabeza, hacia Henry y John— hacen lo más duro del trabajo. Creo que incluso ha encontrado una mujer lo suficientemente atractiva como para olvidar la devoción que sentía por mi esposa. Y eso es bueno, porque puede que yo tenga la necesidad de dejarla sola por un tiempo largo, e incluso tal vez me vea obligado a pedirle a Robert que esté pendiente de ella.
—?Por qué tendrías que irte? Ya cumpliste con tus cuarenta días de servicio. ?El rey te ha vuelto a llamar?
—No, pero ahora soy un caballero sin tierras ni título.
—Sin tierras, no. Riverfall es una buena heredad.
—Pero es lo que Gytha aportó a nuestra unión. Ahora resulta que yo no he aportado nada, y debo encontrar algo que esté a su altura. Ella estaba destinada a casarse con un se?or due?o de un buen feudo, eso fue lo que Gytha aceptó. Debo dárselo, por mi honor.
—Primo, siempre te he considerado un hombre de la más aguda inteligencia, pero al parecer, sólo con pensar en tu bella esposa se te abotarga el sentido común.
Antes de que Thayer pudiera responderle, lady Berta entró en el recinto. El hombre se quedó mirándola fijamente, sin poder articular palabra, mientras ella se le acercaba. Parecía muy cansada, pero satisfecha. Thayer se mantuvo quieto, atenazado por el miedo, sin atreverse a creer que Gytha hubiera salido ilesa de la experiencia.
—Tienes un hermoso hijo, Thayer —le anunció la mujer, y después se desplomó sobre una silla al lado de su esposo.
El recién estrenado padre asintió, y respondió con aire ausente al aluvión de felicitaciones que de inmediato le llovieron. Deseó que terminaran rápido, porque necesitaba preguntarle algo a lady Berta. Todavía no le había dicho lo que era más importante para él en ese momento.
—?Y cómo está Gytha? —pudo preguntar finalmente, después de unos momentos que se le hicieron eternos.
—Bien. Cansada, pero bien. Te dará muchos hijos con facilidad. Anda, ve a verla, que te está esperando.
Thayer no necesitó que se lo dijera dos veces. A pesar de lo ansioso que estaba por ver a Gytha y de que había corrido hacia la habitación llenó de impaciencia, vaciló un momento frente a la puerta. No pudo evitar el recuerdo de la última vez que había estado junto a la cama de una mujer que le había dado un hijo. Severamente, se recordó que Gytha no se parecía en nada a la fría y amoral Elizabeth. Al entrar, hizo una se?al con la cabeza a Janet, que abandonó la habitación de inmediato, y se dirigió hacia la cama. La joven madre parecía exhausta, pero a la vez estaba radiante, y tenía a su hijo, envuelto en un mantón, entre los brazos.
—?Estás bien? —le preguntó, sintiendo que necesitaba escucharlo de sus propios labios.
—Sí —aflojó la manta que cubría al ni?o—. Mira a tu hijo.
—Bek estará encantado —murmuró Thayer, y sonrió ligeramente cuando ella se rio.
Gytha lo observó mientras se inclinaba a examinar a su hijo y lo acariciaba amorosamente con sus enormes y callosas manos. En silencio, Thayer comprobó que el bebé tenía todo lo que debía tener, y a Gytha le pareció extra?amente conmovedor mirar a su marido dedicado a esa tarea. No había necesidad de preguntarle si estaba complacido, la respuesta estaba dibujada en su cara.