La bella de la bestia

Con cautela, Thayer siguió a Robert, iluminando el camino con una antorcha que le pasó Merlion. Se quedó parado un momento al ver la puerta. Allí detrás, una mortal trampa podría estar esperándolo. Tomó aire y decidió seguir a Robert hacia la oscuridad.

De pronto Robert lanzó un grito de terror. Thayer se detuvo y aguzó la vista, mirando al frente, más allá de su primo. Estuvo a punto de echarse a reír. La tenue luz que despedía la antorcha que todavía llevaba en la mano reveló que el fornido cuerpo de Wee Tom ocupaba la entrada, al otro extremo del corredor. El pobre Robert se había llevado el susto de su vida, y le faltó muy poco para desmayarse.

—Al fin habéis regresado —Wee Tom sacó con facilidad a Robert del túnel—. Empezaba a pensar que habíais decidido huir. Mi se?or —el fornido soldado saludó a Thayer con alivio y un respetuoso gesto. El Demonio Rojo se sacudió la ropa mientras los otros hombres salían del túnel y llenaban la habitación.

—Hemos traído armas para los hombres —dijo Thayer.

—Bien —Wee Tom asintió con la cabeza y empu?ó las llaves que colgaban de su cinturón—. Todos estaban impacientes por salir de la celda.

—?Sabes algo de Gytha? —preguntó Robert.

—Pues vino por aquí ese hombre, Henry, y estuve a punto de hacerlo callar para siempre. Menos mal que supe a tiempo que estaba con vosotros.

—El muy bruto por poco me rompe el cuello —gru?ó Henry al tiempo que entraba en la habitación.

—Henry, ?cómo está ella? —le preguntó Robert, cogiéndolo del brazo.

—Pues entretuve a Pickney lo más que pude. Hice que azotaran a un pobre hombre que no sabía de qué se le acusaba. Acaban de volver a la habitación. Creo que es mejor que os deis prisa si queréis salvarla.

—Colin, Wee Tom —ordenó Thayer—, encargaos de soltar a los hombres y de darles armas. Los demás y yo iremos a rescatar a Gytha. ?Dónde la tiene? La vi en la torre occidental, ?todavía está allí?

—Sí —contestó Henry—, pero tened cuidado al entrar.

—Lo tendremos —soltó Thayer mientras salía de la habitación como un huracán—. Corred, puede que sea demasiado tarde.

—Todavía no —dijo Henry corriendo tras él—. La mujer encontró una manera de mantenerlos alejados.

Algo que notó en la voz de Henry hizo que Thayer se detuviera y se volviera a mirarlo:

—?Qué ha hecho?

—Está encaramada en el alféizar de la ventana, mi se?or, y dice que se lanzará al vacío si la tocan. Los dejé hace apenas unos momentos. Los hombres estaban tratando de convencerla de que se bajara de allí.

—Dios —Thayer agarró a Henry y lo empujó frente a él—. Muéstrame el camino hacia la habitación lo más rápido que puedas. Gytha puede estar hablando en serio.

La joven estaba aferrada al marco de piedra de la ventana y trataba de mantener el equilibrio. Se sentía aterrorizada, tan precariamente subida a la ventana, pero le inspiraban más miedo todavía los tres hombres que estaban en la habitación. A pesar de que era horrible la idea de lanzarse contra el suelo, de cometer suicidio, uno de los peores pecados, le parecía peor lo que Pickney y sus compinches pensaban hacer. De cualquier manera, pensó con tristeza, su hijo moriría.

—Bájate de esa ventana, mujer —ordenó Pickney, que cerraba los pu?os con tanta rabia que las manos se le estaban poniendo blancas, sin riego sanguíneo.

—No. Me quedaré aquí hasta que os marchéis. O me tiraré.

—Condenarás tu alma para la eternidad si te quitas la vida.

—?Te preocupa mi alma? Prefiero esa condena a la que tienes preparada para mí. El infierno parece el paraíso en comparación con tus planes.

—Si saltas, también matarás a tu hijo.

—Lo que tú y esa escoria queréis hacer también lo matará, así que no me queda ninguna solución.

—Está bien, está bien —Pickney levantó las manos con las palmas hacia arriba, en un gesto conciliador—. Bájate de la ventana y te prometo que ninguno de nosotros te tocará, te doy mi palabra. Te dejaremos en paz.

—?Tu palabra? Tu palabra no vale nada. Nunca ha significado nada. Sólo una imbécil aceptaría tu palabra.

Un soplo de brisa movió sus desgarradas faldas. Sintió frío. El viento arreció lo suficiente para mecerla y hacerla tambalearse. Se agarró con más fuerza al marco de la ventana y trató de tranquilizarse, consciente de que el corazón amenazaba con salirse de su pecho. Todavía deseaba vivir, lo anhelaba con todas sus fuerzas. Pero ?qué razón tendría para vivir si Pickney asesinaba a Thayer y a su hijo? No merecía la pena seguir en este mundo, si su futuro era una existencia sometida al feroz dominio de Pickney.

—Piensa un momento, mujerzuela —le gritó Pickney—. No me sirves muerta. ?No quiero que mueras!

—No me tendrás —respondió Gytha, pero se dio cuenta de que ninguno de los hombres la estaba escuchando ya.