—No. No puedo permitir que le hagas da?o de esta manera.
La lucha que siguió a continuación fue breve, furiosa y terrible. Cuando Thomas la soltó para ir a ayudar a Pickney, la joven trató de zafarse, pero el gigantesco Bertrand lo evitó con toda facilidad. No la sorprendió que, tras unos momentos, echaran fuera de la habitación a un atontado y sangrante Robert. La manera en que Thomas, Bertrand y Pickney le sonrieron la hizo sentir náuseas. Sabía que no podría defenderse de la violación que estaban a punto de perpetrar, un asalto que podría acabar con la vida de su hijo, pero luchó de todas maneras. No se rendiría jamás.
Robert, que había quedado tendido en el suelo del pasillo, se incorporó y se sentó con dificultad. Se limpió con la manga de su jubón el hilo de sangre que le brotaba de los labios, mientras miraba la puerta de la habitación donde tenían presa a Gytha. Un grito procedente del interior lo hizo estremecerse, y trató de ponerse en pie.
—Así que finalmente tuviste las agallas de pelear, muchacho.
Desconcertado, Robert levantó la cara para ver a los dos hombres plantados delante de él, uno de los cuales se agachó para ayudarle a incorporarse.
—?Quiénes sois?
—Yo soy Henry —contestó el hombre que le ayudó a ponerse de pie— y él es John. Somos los imbéciles que la trajimos aquí.
—Debemos detenerlos —Robert empezó a caminar hacia la puerta, pero Henry lo detuvo.
—Si entras allí será sólo para que te golpeen con más sa?a y te echen de nuevo.
—Vosotros podéis ayudarme; somos tres. Seremos tres contra tres.
—Ni John ni yo somos en realidad guerreros, no sabemos usar la espada como ellos.
—Yo tampoco —Robert se cubrió la cara con las manos—. Le van a hacer mucho da?o. No puedo soportarlo.
—Lloriquear como un crío recién destetado tampoco es de mucha utilidad —le reprochó Henry.
—?Entonces qué puedo hacer? —Robert miró a los dos hombres—. ?Quedarme aquí y escuchar cómo abusan de ella esos animales?
—?Y qué harías si pudieras alejarla de ellos? De todas maneras seguiría cautiva dentro de estos muros.
—No, podría sacarla de aquí. Sé cómo hacerlo. Se la devolvería a Thayer —susurró Robert mientras veía desvanecerse su último sue?o de una vida junto a Gytha—. Ella no me quiere, de todas maneras.
Henry tomó a Robert del brazo y lo sacudió al tiempo que le hablaba en tono imperativo.
—?Conoces una entrada secreta al castillo?
—Sí, hay una entrada secreta. William me la mostró hace mucho tiempo.
—?Tu tío conoce su existencia?
—No. Guardé el secreto para mí mismo.
—Entonces puede que haya una manera de enmendar el da?o que hemos hecho —Henry miró a John—. ?Estás dispuesto?
—Sí —John asintió con la cabeza y después frunció el ce?o cuando se escuchó otro grito de Gytha.
—Pero si acabas de decir que no podemos pelear contra los tres hombres —objetó Robert, mirando con enfado a Henry.
—No podemos, pero podemos dejar entrar a uno que sí es capaz de hacerlo: el Demonio Rojo —Henry asintió cuando los ojos amoratados de Robert se abrieron de par en par. Movió la cabeza, asintiendo—. Salimos por la puerta secreta y lo traemos con nosotros.
—Pero será muy tarde para ayudar a Gytha. La habrán violado para entonces.
—No, yo puedo ganar tiempo —Henry frunció el ce?o mientras pensaba un momento, y luego hizo un gesto enérgico—. Sí, puedo desviar su atención hacia otra cosa sin despertar en ellos ninguna sospecha. Sólo podré daros una hora, en el mejor de los casos.
—Eso será suficiente, pero puede que tengamos problemas al pasar por los calabozos, pues hay dos hombres apostados allí.
John sonrió ligeramente.
—Si no podemos pasar inadvertidos, aunque no soy soldado profesional, tengo habilidad para golpear cabezas.
—Pero… —Henry se rascó la barbilla en un gesto pensativo—. ?El Demonio Rojo os dejará hablar u os matará al instante?
—No, Thayer no nos mataría así como así. No es un asesino nato. Puede que monte en cólera, pero sus hombres lo detendrán para evitar que actúe impulsado por la ira. En realidad es un hombre justo —las palabras de Robert dejaron entrever amargura.
—Bien. Ahora, lo que tienes que hacer es lograr que los guardias de los calabozos mantengan los ojos fijos en ti, para que John pueda deslizarse detrás de ellos. Los reducís, por supuesto los atáis, y corréis hacia el campamento del Demonio Rojo para traerlo lo más rápido posible. Puedo distraerlos un rato, pero no sé cuánto aguantaré.
En cuanto John y Robert se fueron, Henry golpeó en la puerta de la habitación vigorosamente. Una airada maldición hizo evidente que había interrumpido a Pickney. Revisó mentalmente su plan a toda velocidad, y se dijo que daría resultado por un tiempo.
—?Déjanos en paz! —vociferó Pickney.
—Es importante, se?or. De lo contrario no te interrumpiría.