La bella de la bestia

—Sólo rezo para que nuestro hijo, sea ni?o o ni?a, saque más de ti que de mí.

Gytha continuó dándole besos por el torso, hasta llegar a su tenso estómago, y no pudo contener del todo una risa suave cuando Thayer terminó lo que estaba diciendo en una nota alta y aguda. Seducir a su marido le estaba pareciendo de lo más divertido.

—Gytha —gru?ó Thayer cuando ella empezó a acariciarle los muslos—, estás embarazada.

—Ya lo sé. ?No recuerdas que fui yo quien te lo dijo? —Gytha usó la lengua para trazar círculos en la parte interna de los muslos de su hombre.

—Cielo santo —gru?ó Thayer, sintiéndose incapaz de mantener la cabeza clara y los pensamientos en orden—. Tú eres tan peque?a y yo, tan grande.

—Eres grande, sí. ?Tan magníficamente grande! —sintiéndose cada vez más lasciva y audaz, Gytha deslizó la mano hacia arriba desde la parte interna de los muslos.

—Podría hacerle da?o al bebé —cerró los ojos, retorciéndose de placer ante la caricia íntima de su mujer.

—Aunque hay mucho que todavía tengo que aprender sobre la crianza de un ni?o, hay una cosa que sí sé: son los tres primeros meses cuando hay mayor probabilidad de perder al bebé. Tu hijo lleva en mi vientre cuatro meses ya.

—Cuatro meses —repitió Thayer, diciéndose que tendría que poner fin al juego de Gytha de inmediato.

—Sí. Ahora, dime: ?qué estábamos haciendo hace un mes, Thayer?

—?Hace un mes? —luchó por pensar, por recordar, pero era difícil teniendo en cuenta que sus besos y las tibias caricias de su lengua se acercaban cada vez más al estandarte de su virilidad—. Ah, haciendo el amor. Jesús, se me hace difícil pensar cuando siento tu dulce aliento tan cerca de mis partes íntimas —murmuró con voz sorda—. Sí, sí, estábamos haciendo el amor. Dios santo, pude haberte lastimado.

—Pero no lo hiciste. ?Y qué crees que significa, mi enorme y a veces estúpido marido?

—?Quieres decir que hacerte el amor no puede herirte ni a ti ni al bebé? —contestó Thayer con voz un poco atontada, al tiempo que se preguntaba si realmente acababa de escuchar a Gytha llamarlo estúpido.

—Muy bien, eres un chico muy listo, listísimo —se rió de forma compulsiva, pues ella también estaba alterada por el deseo.

—?Pardiez! —gritó Thayer cuando los labios de Gytha, y después su lengua, se hicieron cargo de las deliciosas caricias que había empezado con la mano—. Ay, peque?a, ésta es una dulce tortura —Thayer olvidó todos sus bienintencionados propósitos de practicar la abstinencia y fijó la mirada en la hermosa cabeza que se movía entre sus muslos—. Verte así es tan embriagador como sentir tus dulces labios sobre mi piel.

—Me gusta darte placer, Thayer, sin embargo es difícil para ti decirme que no lo haga.

—Pero eres una dama de buena cuna, Gytha.

—?Y por eso he de negarme el regocijo de darle placer a mi marido?

—?Sientes regocijo al darme placer?

—?Acaso mi propio placer no intensifica el tuyo? —le preguntó Gytha mientras volvía a lamerle la parte interna de los muslos.

—Sí, diez veces más. ?Realmente quieres saber lo que me produce más placer?

—?No te lo he dicho ya muchas veces? Claro que quiero —besó la erecta prueba de la excitación de su marido—. ?No hablo con claridad? ?No entiendes mi idioma?

—Entonces introduce mi pene en tu boca, cari?o, y chupa —susurró Thayer, preparado para retirar su petición si a ella le parecía excesiva o repugnante.

—?Así? —Gytha obedeció sin vacilación la casi tímida petición de su marido.

—?Sí! —gritó con voz inestable—. Justo así. ?Aprendes rápido! Es glorioso, absolutamente glorioso —susurró antes de caer en una incoherencia apasionada. Luchaba por contener el orgasmo y disfrutar así las atenciones de Gytha el mayor tiempo posible—. Ay, Dios, ayúdame, ?es suficiente! —gimió al fin. Agarró a Gytha por debajo de los brazos y la atrajo hacia arriba, sobre su cuerpo, hasta que quedaron cara contra cara.

—Ah, es maravilloso —logró decir ella entre jadeos, mientras se aferraba a los hombros de Thayer.

—Monta a tu hombre, mi peque?a esposa. Sí, amor, sí. Lo haces tan bien, que me harás perder la cabeza.

Gytha perdió el control que había luchado por mantener para seducir a Thayer. Al ver que su hombre se entregaba totalmente, se intensificó su propio placer. Cuando el climax se abrió paso por su cuerpo, sintió que Thayer se estremecía, vaciándose en ella como nunca, y los gritos de placer de ambos se fundieron en un solo aullido de éxtasis. Gytha cayó entre los brazos de él y sintió cómo la envolvía en un estrecho abrazo. Instantes después pudo recuperar el sentido y normalizar su respiración. Se quedó acurrucada sobre él, que no hizo ningún movimiento para poner fin a su íntima unión.

Finalmente, Thayer le dio un dulce beso en la cabeza.