—Es un truco muy viejo.
—Ya lo sé, pero quería probarme a mí mismo que ya no me importaba nada, que podía acompa?arla sin alterarme.
—Podrías haber buscado un momento más oportuno para hacer esa prueba —le reprochó, mientras, ya en ropa interior, empezaba a soltarse el pelo—. Mordiste el anzuelo como un novato. Elizabeth sabía que si me veías abrazándome con otro hombre, condenarías primero y razonarías después. Qué bien te conoce.
—?Todo fue una trampa? —preguntó Thayer, con voz ronca por la sorpresa—. ?Estás segura?
—Bek me lo dijo. La escuchó hablando con ese hombre antes de que se fueran. Lo prepararon a conciencia.
—Pero ?por qué? ?Con qué propósito? Lo que ella quiere es un marido, y yo ya estoy casado.
—Un amante rico y generoso la ayudaría a recuperar su menguada fortuna y a entretenerse mientras encuentra un esposo adecuado. Además, le calentaría la cama. Fue bastante precisa al explicar lo satisfactorio que resultas en el lecho. Si yo te daba la espalda, Elizabeth estaba segura de que volverías a ella.
—Y a pesar de conocer sus planes me dejaste solo.
Gytha lo miró a la cara reflejada en el espejo, mientras terminaba de peinarse.
—En ese momento me importaba poco cómo calentaras tu cama o en qué barrizal decidieras meterte. Así como los animales se van a su madriguera cuando están heridos, yo quise irme a casa para lamerme mis heridas.
—No me acosté con ella, aunque me tentó.
—No me cabe ninguna duda de que lo hizo.
—No me acosté con ninguna mujer. Me pasé las noches, muchas de ellas ahogado en vino, con la cama vacía, tratando de aplacar el miedo de que las cosas ya fueran siempre así —Thayer se acercó a Gytha y tomó un mechón de su pelo entre los dedos—. No tomé a nadie, ni siquiera cuando regresé de las incursiones, con la sangre todavía hirviendo. Sí, y fue en esas ocasiones cuando lady Elizabeth me tentó dolorosamente. Pero mi rechazo fue tajante, incluso grosero.
Gytha lo miró, emocionada por las palabras que acababa de pronunciar. Parecía un ni?o que acerca la mano con cautela a un dulce, temeroso de que le den una palmada en los nudillos. No estaba muy segura de cómo decirle a su marido que tal timidez era innecesaria.
—Entonces debes de estar hambriento —susurró, y se sonrojó ante sus lúbricos pensamientos.
—Gytha… —Thayer la abrazó con cautela y gru?ó cuando ella no opuso resistencia—. Gytha… —murmuró, y la besó.
Tras la explosión de pasión, amor y placer, todavía entrelazados íntimamente, Gytha sonrió. Se debatía entre la satisfacción y la sorpresa. Se maravillaba ante la velocidad con la que Thayer se había quitado la ropa. Para ser un hombre tan grande, se movía con increíble velocidad. Sus ropas yacían en el suelo, esparcidas por toda la habitación. Habían hecho el amor con increíble frenesí. Ambos llevaban demasiado tiempo ayunos de sexo, hambrientos del otro, como para tomarse la cosa con calma. Gytha se sentía un poco vapuleada, pero demasiado satisfecha, demasiado contenta como para que le importara lo más mínimo.
Thayer se separó finalmente de ella, se recostó a su lado y la abrazó con fuerza, al tiempo que hundía la nariz en su pelo. Su mujer todavía lo amaba, y no sólo físicamente, lo había podido sentir a pesar del vértigo de la pasión. No se había consumido la llama, como él temía.
—Ay, Gytha —murmuró con la voz todavía un poco inestable—. Tenía miedo de que te hubieras enfriado también en la cama.
—No —lentamente, introdujo los dedos en los rizos rojizos del pecho de su marido—. Aunque si no hubieras dicho todo lo que necesitaba escuchar, podría haber mostrado mucha frialdad. Pensé en esto durante todo el tiempo que estuvimos separados. Acabé entendiendo lo que te había pasado, pero necesitaba que habláramos sobre ello, pues temía que de lo contrario la herida se podría infectar. Necesitábamos hablar para dejar atrás el malentendido definitivamente.
—Sí. Aunque tenía la esperanza de que lo dejáramos todo atrás, y no volviéramos a darle vueltas nunca más.
—Eso me temía —Gytha se sonrojó ligeramente al sentirse asaltada por un leve remordimiento al recordar sus planes.
Thayer examinó el ruborizado rostro de la mujer y se preguntó si la idea, o mejor dicho, la sospecha que estaba tomando forma en su cabeza sería demasiado descabellada.
—Pero la ira dio rienda suelta a mi lengua.
—Me he dado cuenta de que eso suele suceder. Cuando te enfadas, hablas más.
Thayer se movió lentamente para que ella quedara acostada a su lado, entonces arrugó la frente al ver el dejo de culpa que asomaba en los hermosos ojos de su mujer.
—Me hiciste enfadar a propósito.
—Thayer… —se detuvo. Quería negarlo todo, pero ya no se sentía capaz de mentirle.
—Eso fue lo que hiciste —sacudió la cabeza—. ?No pensaste que podría llegar a irritarme demasiado?