La bella de la bestia

Un rápido vistazo a Roger fue suficiente para que Gytha se diera cuenta de que había adivinado ya su estratagema. El hecho de que el amigo de su marido estuviera tan obviamente divertido no le sirvió de freno. Incluso pensó que podría ayudarla en su objetivo. Thayer no soportaría que Roger se riera en semejante trance; si eso pasara se enfadaría todavía más.

Se volvió para mirar a su marido de nuevo. Estaba dispuesta a presionarlo todo lo que fuera necesario. Era lo mejor, si quería que sus problemas se resolvieran lo más rápido posible. Estar sentada tan cerca de él hizo que su cuerpo se rebelara, recordándole el largo tiempo que habían estado separados. Lo deseaba, quería que Thayer la tomara entre sus brazos, la llevara a la cama y le hiciera el amor hasta que ambos estuvieran tan exhaustos que no pudieran moverse. Sabía que entregarse a él ayudaría a que el dolor que sentía se calmara un poco, pero también sabía que sólo serviría para alargar el problema. Tenía que solucionarlo ya, en aquel mismo instante.

Gytha temió que los pensamientos lujuriosos que se le pasaban por la cabeza se hicieran evidentes en su rostro, y decidió concentrarse en el postre que les estaban sirviendo. Thayer la conocía demasiado bien, y al menor descuido podría leer en sus ojos que el deseo le hervía en la sangre. Pero era demasiado pronto para que él supiera lo mucho que ella lo seguía deseando. Tal vez, pensó Gytha, si su marido temía que la frialdad que ella le demostraba en el trato se extendiera a la habitación, el necesario estallido se produciría antes. ése era un temor que podía exacerbar con facilidad su ya de por sí explosivo temperamento.

Thayer trató de esforzarse por parecer tranquilo, y continuó con la conversación.

—El rey nos mandó hacer incursiones contra grupos de rebeldes y ladrones.

—Tengo entendido que hay muchos —Gytha se obligó a no pensar en el peligro que había corrido su marido.

Thayer rechinó los dientes.

—Y me hirieron en una de esas incursiones.

Gytha sintió que el corazón le daba un vuelco. Luchó por mantener la calma, y con un gran esfuerzo logró contenerse y no precipitarse hacia Thayer en busca de cualquier herida nueva que pudiera tener en el cuerpo. Igualmente difícil fue hablar en un tono frío e imperturbable, pero, cuando finalmente pudo hacerlo, sintió que había tenido éxito en su propósito.

—Al parecer estás totalmente curado.

Thayer recordó su apasionada reacción la otra vez que lo hirieron, y semejante indiferencia lo decepcionó dolorosamente.

—Sí.

Gytha luchó por esconder lo divertida que le parecía la reacción de Thayer, que parecía un chiquillo enfurru?ado.

—?Quieres que Janet le eche un vistazo a la herida? Tiene ciertas habilidades curativas.

—No, no quiero que Janet le eche un vistazo a la herida —gru?ó.

—Como desees, marido.

—Me llamo Thayer —le espetó, y luego bebió bruscamente de su copa de vino, en un vano intento de recuperar su ligeramente perdida compostura.

—Sí, lo sé —murmuró Gytha abriendo de par en par los ojos, en un gesto destinado a fingir profunda inocencia, mezclada con una pizca de temor por la salud mental de su marido.

—?Entonces por qué no lo usas?

—Como quieras, Thayer. ?Te apetece más fruta? —le preguntó, ofreciéndole un recipiente con piezas variadas.

Gytha a duras penas pudo contener un salto nervioso cuando él tomó con enorme agresividad una manzana de la fuente. Le pareció que gru?ía al tiempo que masticaba la manzana. La risa empezó a juguetear por dentro, pero rápidamente la acalló.

Nunca se había propuesto con tanto ahínco y de forma tan premeditada enfurecer a alguien. Y en su opinión, Thayer nunca había luchado con tanta fuerza por no dejar que su temperamento se descontrolara. Empezó a temer que se viniera abajo por el esfuerzo. Le pareció que estaba bastante congestionado y que tenía los ojos algo fuera de las órbitas. Entonces deseó que su marido no pudiera contenerse más, y no sólo por el bien del matrimonio, sino también por el de su salud. Se le estaban acabando las ideas para irritarlo más. Reprimiendo otro impulso de reírse, pensó que contener dentro del cuerpo toda esa ira debía de ser una tortura para el organismo de Thayer.

Cada palabra fría y cortés que Gytha pronunció irritó más y más a Thayer. Esa actitud de su esposa le recordaba cómo eran las cosas antes del desastre del jardín. Los recuerdos eran veneno que le corría lentamente por las venas y le pudría las entra?as. No tuvo dudas de que esa cena se le indigestaría tarde o temprano.