—Es un temor lógico, pero estoy segura de que no me hará da?o. A diferencia de muchos hombres, él es consciente de su fuerza, y por eso es cauteloso cuando levanta el brazo a alguien. Sí, puede ser que me amenace lo indecible, pero sé con certeza que nunca me golpearía. Ya te lo he dicho varias veces, Margaret, tienes que confiar en que así es —Gytha pudo ver en la expresión de Margaret que su prima todavía no tenía esa confianza.
—No sé de dónde sacas el valor de pensar siquiera una cosa así —Margaret suspiró mientras retomaban el camino hacia el salón principal—. Tal vez Thayer se sienta tan apenado por lo sucedido que sea incapaz de ponerse furioso.
Gytha se rió ligeramente y tomó a Margaret del brazo.
—Sienta o no sienta culpa, mi marido siempre puede ponerse furioso si uno sabe cómo provocarlo.
Cuando Thayer vio entrar a Gytha en el salón principal del brazo de Margaret, se preparó para lo que sabía que podía ser una prueba difícil. Se juró a sí mismo que trataría de controlar su temperamento explosivo. Era él quien merecía una reprimenda, no Gytha. Sin embargo, cuando ella lo saludó con el mismo tono cortés que usaba para Roger mientras se sentaba a su lado en la mesa, se dio cuenta de que mantener bajo control su temperamento iba a requerir bastante más fortaleza de la esperada.
De repente Thayer cayó en la cuenta de que Gytha le estaba hablando de la misma manera que solía hacerlo con los cortesanos que la lisonjeaban: con cortesía indiferente. Este descubrimiento hizo que tuviera que apretar los dientes. En la voz de su esposa no había ni rastro del tono de intimidad de pareja con el que por lo general le hablaba. Nunca lo había notado, pero ahora era evidente que el timbre amoroso había desaparecido, y lo echó mucho de menos. Y ahora, mirándola con recelo mientras les servían, perdió casi toda esperanza de recuperarlo.
Después de unos momentos de pesado silencio, en los que sólo se escuchaban los sonidos de la gente comiendo, Thayer decidió lanzarse.
—Has logrado un montón de cosas aquí en Riverfall.
—Sí, pero todavía queda mucho por hacer —contestó Gytha, y bebió un largo trago de su copa de vino.
—Ya he terminado los cuarenta días de servicio que le debía al rey, así que puedo quedarme y echaros una mano.
—Como quieras —no se sorprendió al ver que la mano que Thayer tenía sobre la mesa se apretaba con fuerza.
Por su parte, él se dijo que lo mejor que podía hacer para enfriar su ya acalorado temperamento era pensar en otra cosa. Se dio la vuelta hacia Margaret y le habló.
—Me alegra ver que estás recuperada de la dolencia que te aquejaba —se preguntó, un poco extra?ado, por qué Margaret parecía tan nerviosa.
—Gracias, mi se?or. Janet fue la mejor de las enfermeras.
Puesto que Thayer no sabía quién era Janet, se valió de ello para mantener a Margaret hablando un poco más de tiempo, lo que le ayudó a sosegarse ligeramente, a pesar de que sus pensamientos seguían concentrados en su distante esposa. Entonces buscó otro tema para hablar con Gytha. Nunca le había sido tan difícil hacerlo, por lo que se dio cuenta de que siempre era ella la que mantenía viva la conversación, descargándolo suavemente de la penosa obligación de hablar. Pero ahora no tenía esa sutil ayuda y debía arreglárselas solo. Le estaba resultando extremadamente difícil.
—?No se ha presentado ningún problema? —Thayer se maldijo para sus adentros por iniciar la charla con una salida tan pobre.
—Ni uno solo. ?Quieres más vino, marido?
Thayer asintió con la cabeza, secamente. Ella hizo una se?al a un paje para que le sirviera más vino en su copa. Gytha le estaba provocando, estaba seguro de ello. Se mostraba parca en palabras adrede, pues siempre había sido más hábil en el arte de la conversación que él. Lo dejaba en ridículo con toda la intención del mundo. El enojo se empezó a apoderar de él, pero luchó por no perder los estribos.
Cada vez que podía, Gytha observaba a Thayer con discreción. Era fácil ver que su furia iba en aumento, aunque también era evidente que luchaba por controlarse. Pero lo que a ella realmente le interesaba eran los otros sentimientos que reflejaba el rostro de su marido. Podía adivinar un rastro de temor en sus hermosos ojos. La joven se preguntó si él compartiría su temor de que la herida que le había causado no se cerrase nunca, destruyendo así un matrimonio que era tan esperanzador. También percibió un vestigio de culpa, lo que la complació, pero rezó para que fuera sólo por lo que había sucedido en el jardín y no por algo que Thayer hubiera hecho después de que ella abandonara la corte.