La bella de la bestia

—Los hombres, al parecer, no prestan mucha atención a la razón de ser de las cosas. Si lo que hicieron los hace parecer imbéciles, se niegan a profundizar con detalle en lo ocurrido. Les da miedo y vergüenza. Por tanto, la disculpa llegará aún con mayor dificultad. Lo que el hombre quiere es que ese tipo de sucesos se desvanezca de la memoria. Y si se disculpa, lo hará con brusquedad y rapidez. A ningún hombre le gusta ver arruinado su orgullo.

—Y Thayer es un hombre orgulloso.

—Sí, mi se?ora. Un hombre muy orgulloso a su manera. Y, desde luego, nada hábil con las palabras, si me permites decirlo.

—Puedes; no es más que la verdad.

—Pero tiene un corazón noble. Si ha cometido un error, lo sabe bien. Estoy segura de que tratará de compensarte, mi se?ora, pero me parece que va a necesitar un oído aguzado que sepa escucharlo e interpretarlo bien.

—Un oído muy, muy aguzado —convino Gytha—. A menos que mi se?or se vea obligado a recurrir a una elocuencia modesta.

—?Qué quieres decir? —le preguntó Edna frunciendo el ce?o, sin entender del todo a Gytha.

—Hay una cosa que he aprendido sobre los hombres: algunos necesitan el estímulo de la ira para soltar la lengua. Lo que les cuesta trabajo decir en un momento tranquilo y sosegado pueden gritarlo y bramarlo con facilidad cuando se enfadan —Edna empezó a sonreír, y Gytha la imitó—. Lo que hay que hacer es prender la yesca para que se declare el incendio.

—Pero ten cuidado. Tú no quieres que el incendio se descontrole y se convierta en un desastre.

—Ah, estoy segura de que Thayer nunca me haría da?o. Conoce bastante bien su propia fuerza. Sí, sé que podría reducir a polvo todo lo que hay a mi alrededor, pero jamás me golpearía a mí.

—Sería terrible que te arrancase la cabeza de los hombros.

—No, incluso loco de ira, siempre tendrá en mente que soy peque?a y físicamente débil —Gytha se puso de pie y se echó un último vistazo en el espejo—. Así que si escuchas truenos, rayos y centellas dentro de estas paredes, no te alarmes ni prestes atención, todo está fríamente calculado. Oiré las palabras que anhelo aunque me quede sorda para lograrlo —compartió una carcajada con Edna.

Gytha esperaba mantener la misma actitud valerosa en presencia del Demonio Rojo. Estaba convencida de que exacerbar la impresionante ira de Thayer era la mejor manera de obligarlo a que dijera lo debido. Tampoco tenía ninguna duda sobre lo que le había dicho a Edna: Thayer nunca le haría da?o. Lo que la preocupaba era lo que él podría revelarle; había estado al alcance de lady Elizabeth durante casi un mes.

—?Mi se?ora? —la llamó Edna cuando Gytha se disponía a salir de la habitación.

—?Más consejos? —preguntó Gytha con una sonrisa.

—Sí. No permitas que lord Thayer te altere demasiado cuando esté furioso. Sería poco conveniente, teniendo en cuenta tu estado.

—?Mi estado? —Gytha habló calmadamente, con la certeza de que Edna estaba a punto de confirmar algo que ella había empezado a sospechar hacía un tiempo.

—Llevas un bebé en el vientre. Seguro que ya lo sabías.

—Lo sospechaba, pero ?estás segura? —murmuró Gytha, al tiempo que posaba la mano sobre su estómago.

—Sí. El periodo no te ha llegado tres, casi cuatro veces. Has estado indispuesta, aunque sólo ligeramente, por las ma?anas. Sí, y tu figura está cambiando. Tengo pocas dudas de que llevas el hijo de lord Thayer en tu seno.

—?Sabes mucho de esto?

—Sólo un poco.

—?Hay algo que no deba hacer? —fue imposible para Gytha evitar que las mejillas se le sonrojaran intensamente, lo que fue más útil que cualquier palabra que pudiera decir para que Edna entendiera a qué se refería.

—No —respondió Edna, sonrojándose también un poco—. Puedes yacer. Pero no permitas que tu cuerpo se canse demasiado ni que sufra accidentes o golpes ?Es un mal momento para esto?

—Pues no es el mejor momento, Edna —Gytha suspiró y se dirigió al salón principal.

Saber que estaba embarazada produjo a Gytha una extra?a mezcla de sentimientos. Amaba a Thayer, lo amaba tanto que a veces se asustaba de la intensidad de sus sentimientos, así que la embargó una verdadera euforia por llevar en su seno a un hijo suyo. Pero, por ahora, tenía que esconder esas emociones. Primero debía aclarar lo que había entre ellos, pero temía el giro que podían dar las cosas si no lograba su propósito. Era probable que el dolor que sentía se intensificara. La fingida frialdad que le demostraba a su marido podría volverse verdadera, dejar de ser un simple instrumento para empujarlo a disculparse. Si se distanciaban, sería espantoso para ella y para su hijo.

—Gytha…

ésta se sobresaltó, lo que le obligó a salir de sus oscuros pensamientos. Vio a Margaret.

—Me has asustado. ?Qué haces escondida ahí? —Margaret emergió de las sombras del nicho que había debajo de las escaleras.

—Quería hablar contigo antes de que nos reuniéramos con los hombres.

—Es sorprendente cómo los problemas amorosos le sueltan la lengua a las personas —murmuró Gytha, pero Margaret hizo caso omiso del comentario.

—Sé lo que piensas hacer. ?Estás segura de que tienes que hacerlo enfadar?

—Sí, tengo que hacerlo.

—Ay, Gytha. No me parece que sea buena idea.